sábado, 21 de diciembre de 2013

El sistema de creencias



El sistema de creencias

Por Carlos del Ama

A quienes leyeron el artículo sobre La textura del Universo.
 ¡Va por ustedes!

En la entrada anterior sobre La Textura del Universo de este mismo blog, se ha planteado un debate inusual entre los lectores que han contribuido a esclarecer la cuestión participado con sus comentarios. Inusual, porque la mayoría de los 63 artículos del blog no suscitan ni han suscitado jamás ningún comentario. Frente a esa excepcional estadística, el citado texto lleva, a fecha de hoy, más de 80 comentarios; más del triple de los que logró el tema ¿Qué es España? Que es el artículo del blog que ocupa el segundo puesto en número de comentarios. Además, de esa entrada, ha habido más de 240 lectores diferentes, incluyendo quien ha accedido desde China, Serbia, Rusia, Guatemala, Canadá, Alemania, Suecia, Bélgica, Reino Unido, Ucrania, Francia, Méjico, Costa Rica, Estonia, Polonia…(La media por artículo son 18 lectores y todos españoles) ¿A qué se debe tanto interés sobre un tema de un blog de tan reducida difusión?

Mi reflexión me lleva a pensar que lo que está pasando es que se solapan dos niveles de interés y dos cuestiones distintas, una consciente y otra subconsciente: La del problema cinemático del mosquito que cambia de sentido sin detenerse y la más profunda de tener que cuestionarnos nuestro sistema de creencias respecto a la estructura del tiempo. Decía Ortega que las creencias son necesarias para poder juzgar y actuar con acierto. Para Ortega no son solo creencias las religiosas, para él son creencias las ideas que “ni nos las planteamos ni somos conscientes de que las tenemos”, como creer que seguirá siendo el aire respirable cuando salgamos a la calle. No nos lo planteamos al ir a salir, pero lo creemos firmemente sin ser conscientes de nuestra creencia. Las creencias son el referente sólido y estable desde el que interpretamos la realidad con la que nos enfrentamos y nos proporcionan la seguridad de acertar en lo que hacemos. Como el sistema de creencias es un entramado coherente y estable, cuestionar una sola creencia pone en cuestión el conjunto de ellas, por lo que hacemos todo lo posible por evitar que eso ocurra. La principal forma de defensa de nuestras creencias es ignorar o negar cualquier evidencia que las pueda poner en duda. De ahí la dificultad del diálogo entre defensores de ideologías diferentes. También decía Ortega que si “persistimos en algún error de conocimiento, la realidad terminará por imponerse y acabaremos por tropezar con la verdad irrebatible de los hechos, cometiendo errores prácticos”. Quizás sea eso lo que explique los fracasos históricos de algunas ideologías. Pero ese no es el caso aquí, nuestras vidas seguirán siendo las mismas con indiferencia de que el tiempo se deslice o salte en torno y junto con ellas y seguiremos siendo tan puntuales o impuntuales como siempre lo hemos sido.

El problema cinemático que se plantea en el artículo no es difícil. Son dos móviles con trayectorias rectilíneas y velocidades constantes. Los componentes dinámicos del proceso tampoco son complicados, dos masas constantes y conocidas y un impacto frontal. La cuestión queda clarísima si se asume que el tiempo es discontinuo, admitiendo que en un instante el mosquito va en un sentido a su velocidad de vuelo y en el instante siguiente, en el que se produce el impacto, el sentido del movimiento se invierte y el viaje del mosquito pegado al tren se reinicia y continúa a la velocidad del tren. No existiendo ningún instante intermedio en el que el mosquito se pare. Pero el problema de fondo radica en la dificultad que tenemos para asumir la discontinuidad del tiempo, dado que ello forma parte de nuestro sistema de creencias más arraigado. Recordemos que llevamos toda una vida asumiendo que el tiempo es continuo y funcionando en nuestras vidas con éxito, sin que nos afecte negativamente en nuestra experiencia diaria el creer vivir en un tiempo continuo; al menos, en tanto no nos arrolle un tren.

La inviolabilidad de nuestro sistema de creencias es garante de nuestra propia identidad. Unos dicen que somos lo que comemos, otros que somos lo que nuestros genes hacen de nosotros, otros que somos lo que hacemos…la realidad es que somos lo que creemos y de ello depende lo que comemos, lo que hacemos y lo que pensamos. Lo que creemos ser y, también, lo que creemos que los otros y el mundo son. Cuestionar el sistema de creencias es cuestionar, al menos en parte, lo que somos y cómo es el mundo que nos rodea.

Todas las cuestiones periféricas que se van planteando en los comentarios al artículo de referencia: la deformación del mosquito, el principio de relatividad, la amortiguación del impacto, la posible elasticidad o plasticidad del choque…son la misma cuestión: nuestra resistencia a asumir que el tiempo es discontinuo y el empeño en creer que es continuo. El problema de fondo es la discontinuidad del tiempo. El vuelo del mosquito es solo un indicio de esa discontinuidad. Cuando el dedo señala un fenómeno curioso, no debiéramos entretenernos mirando al dedo, pero es normal que eso ocurra cuando el propio dedo también es un fenómeno curioso en sí mismo.

Centrémonos en la discontinuidad. Vivimos en un mundo crecientemente digital, las discontinuidades son evidentes por todas partes, pero nuestra mente insiste en recomponer la continuidad. La pantalla del ordenador y la de la televisión están fraccionadas en pixeles, pero nosotros recomponemos una imagen continua. El cine procesa una serie de fotogramas fijos y discretos, pero nuestra mente integra una secuencia dinámica y continua. La materia está compuesta de átomos, pero la manejamos como si fuese continua y homogénea. La luz del sol es percibida por un flujo continuo de luz y calor, pero sabemos que son chorros de fotones discretos. En ese contexto cultural, se nos sugiere la posibilidad de que el tiempo también sea discreto, pero, ante tan desconcertante novedad, nos negamos a considerar que pueda ser verdad, y eso a pesar de que al tiempo lo medimos mediante intervalos discretos, sea con relojes digitales o por granitos de arena que van cayendo por gravedad, de uno en uno, de un recipiente a otro o por relojes analógicos que progresan con un tik-tak tras otro. Los relojes de agua avanzan a golpe de balancín. Los relojes atómicos de resonancia de mayor precisión cuentan impulsos, uno a uno, impulsos muy pequeños, pero discretos. Incluso los relojes de sol, a pesar del aparente deslizamiento continuo de su sombra, progresan fotón a fotón.

Nos cuesta admitir que podríamos estar equivocados en lo que venimos creyendo y, como consecuencia, buscamos modos de evitar plantearnos otras alternativas. Nos supone un serio esfuerzo asumir que el tiempo pueda ser discontinuo, revelándonos ante semejante idea; máxime, cuando la mente tiende a establecer la continuidad en todo. Sin embargo, cuando de repente admitimos la discontinuidad, algo ocurre en nuestro cerebro que ilumina nuestra visión del mundo con una luz nueva que nos descubre matices nunca percibidos, es como una revelación enriquecedora y clarividente. Decía Parménides que había dos caminos hacia el conocimiento: el de la opinión, que era más largo y tortuoso, por lo que era fácil perderse por él, y el camino de la verdad, que era más corto y directo pero que no dependía solo de nosotros, ya que a la verdad solo se llega mediante la revelación. (Parménides dijo que no dependía de nosotros. Yo me he permitido añadir el “solo de nosotros” por lo que dijo Einstein de que “un minuto de inspiración requería varias horas de transpiración”)

Cuando el tiempo se nos revela como discontinuo, la consecuencia inmediata es reconocer que toda la realidad, incluidos nosotros mismos, estamos constituidos por una nube de partículas elementales que van saltando de la posición-estado en la que se encuentran en un instante dado a otra posición-estado que asumen al instante siguiente en una secuencia de estados discretos que saltan de hodón en hodón (utilizando el término que nos propuso Renato para designar cada nódulo espacio-temporal, término tomado, como él mismo señala en uno de sus comentarios, de Robert Levi quien posiblemente lo tomase del término griego hde que significa YA). Como en las películas, somos una serie de fotogramas fijos que se integran en una secuencia que percibimos como continua por la rapidez con la que se suceden. A pesar de los esfuerzos de Heráclito quien, inspirado en el fuego, defendía aquello de que “todo pasa y nada es”, la filosofía occidental ha vivido durante siglos del ente estático de Parménides. La dinámica de la evolución del ser no se trata sistemáticamente en filosofía hasta que aparece la razón histórica de Ortega, quien abandona, por fin, la ontología quietista del ser de Parménides por una ontología dinámica del suceder, que será continuada por Heidegger y esclarecida por García Morente. Ahora, nosotros, podríamos sintetizar las dos visiones del ser y el suceder mediante una concepción de la realidad como un estado que permanece en su ser hasta que salta a otro estado de ser y afirmar que “todo es pero no permanece tal cual durante mucho tiempo”, pues con cada cronón, toda partícula constituyente de la realidad brinca a un nuevo estado de su ser, pasando de hodón en hodón. (Siendo el hodón la unidad indivisible espacio-temporal de la que el cronón es su dimensión temporal. El resto serían dimensiones espaciales). El cambio no será lo continuo que predicaba Heráclito, pero sí lo suficientemente frecuente y rápido como para parecerlo. Esa concepción de la realidad nos presenta una visión del mundo y de nosotros mismos que nos invita y reta a aprovechar las posibilidades que nos ofrece ese tipo de cambio permanente para  mejorar constantemente como seres humanos.

¡Un escalofrío me estremece! Si somos coherentes con lo dicho hasta aquí, tenemos que concluir que, entre cronón y cronón, todo lo que nos rodea desaparece. Lo cual no debiera ni alarmarnos ni afectarnos, pues entre cronón y cronón, tampoco nosotros estaríamos presentes para verlo. Además, que desaparezca no quiere decir que deje de existir. Pero necesitamos asumir dos hipótesis que nos reconcilien esta insólita idea con la experiencia: La primera, el sincronismo universal. Los cronones debieran estar todos alineados, de forma que no se produzcan solapes entre cronones de diferentes hodones. En caso contrario, se podría dar la paradoja de que un tren lo suficientemente rápido y corto, podría cruzarse con un mosquito que vuele hacia él sin arrollarlo, atravesando el mosquito al tren, aprovechándose de poder seguir volando mientras el tren se encuentra ausente entre dos cronones desincronizados con los del mosquito. Las partículas del mosquito no chocarían con las del tren, dado que estarían en el mismo sitio pero en instantes diferentes, sin coincidir nunca a lo largo del cruce. ¿Acaso, en el fondo, el efecto túnel es producto de los intervalos atemporales que producen los cronones? La segunda hipótesis es que entre cronón y cronón no haya nada, comenzando cada uno de ellos donde termina el anterior, de manera que al estar indisolublemente unidos, nada quede fuera de los cronones, apareciendo en el siguiente lo que desaparece del anterior, quedando todo patente en todo momento, ya sea en un cronón o en otro. La situación sería semejante a la de una serie de bombillas alineadas a lo largo de una recta en la que una de ellas está encendida durante un cronón y, al apagarse, se enciende simultáneamente la siguiente durante igual intervalo de tiempo; de manera que siempre hay una bombilla encendida y la luz, imagen de la realidad observada, nunca desaparecería. Si la recta sobre la que se alinean las bombillas representa el eje del tiempo, veríamos como la realidad (la luz) progresa a saltos a lo largo del tiempo sin dejar de estar presente.

No hace mucho, leí un anuncio que decía: “Comparte tus conocimientos y tendrás nuevas ideas”. Lo interesante del ejercicio sobre La Textura del Universo ha sido que, al compartir una mísera intuición sobre el tiempo, he aprendido, gracias a vosotros, no poco sobre mí mismo y los demás. ¿Opinión o verdad? Seguro que la diosa de Parménides lo sabe. ¡Quién pudiera subirse a su carro!

Me encantará leer vuestros comentarios, que espero impaciente.

Nota: Quien no haya leído el artículo al que nos referimos, lo encontrará, junto con los comentarios de los lectores, en:

http://carlosdelama.blogspot.com.es/2013/12/la-textura-del-universo.html

sábado, 7 de diciembre de 2013

La Textura del Universo

Este verano (verano del 2013), aprovechando los descuentos de 
la inauguración, viajé de Madrid a Alicante en uno de los primeros 
trenes AVE que cubren la ruta. A la llegada a Alicante, me llamó 
la atención la gran cantidad de mosquitos que yacían aplastados 
contra el morro de la locomotora. Como fruto de esa observación 
surgió esta reflexión sobre La Textura del Universo

La Textura del Universo

Por Carlos del Ama

¿Qué información tenemos sobre el espacio y el tiempo? Por Kant sabemos que son dos formas a priori de la sensibilidad que nos permiten, a nivel epistemológico, ubicar los objetos que vamos observando. Hemos de asumir que, a nivel óntico, el espacio y el tiempo sean también los requisitos para que se puedan ubicar los entes físicos.

¿Cuál es la textura del tiempo?
Partamos del principio de indeterminación de la energía en la expresión de Bohr, una variante del principio de incertidumbre de Heisenberg, según la cual el producto del incremento del tiempo por el incremento de energía ha de ser mayor o igual a la constante de Plank dividida por dos pi (constante de Dirac).

 Si partimos de la formulación de Bohr del principio de incertidumbre, tenemos que:

                                                           dE . dt > k


Despejando                                         dt  >  k/dE           (1)


Y dado que la constante de Plank es una constante y el incremento de energía sabemos que es cuántico, es decir, un número positivo, su cociente ha de ser otro número positivo y lo sigue siendo al dividirlo por dos pi,  luego el tiempo es cuántico, es decir, discreto.

Cosa que no debiera sorprendernos, ya que sabemos que tanto la materia como la energía son cuánticas y estamos acostumbrados al tik-tak del reloj. Sean de arena, analógicos o digitales, todos los relojes conocidos miden el tiempo mediante intervalos discretos.

Dado que la energía es cuántica, era de esperar que el tiempo también sea cuántico. Tomando como referencia un fotón con 10 MeV de energía, limite superior de la energía de los fotones de una radiación gamma, el mínimo incremento de tiempo cuantificable sería de 6,582x10E-23 seg., aproximadamente, cifra que se aproxima a la raíz cuadrada del tiempo de Plack (5,36x10E-44 seg.), tiempo por debajo del cual no es aplicable ninguna teoría conocida. Podemos asumir la hipótesis de que el tiempo es una sucesión de presentes discretos o cronones, del orden de 10E-23 seg como máximo y teniendo al tiempo de Plank como límite mínimo.

¿Podríamos comprobar racionalmente y empíricamente la estructura cuántica del tiempo?
Tratemos de analizar lógicamente la estructura del tiempo en su composición más ínfima. Para ello partiremos del concepto filosófico que Schopenhauer nos proporciona sobre el tiempo en su libro  "De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente".

Respecto a la infinita divisibilidad que supone Schopenhauer para el tiempo (criterio que defiende en el apartado $ 25 de la obra citada en su edición española) al referirse al tiempo de la mutación, no podemos asumirlo sin crítica.

Hay que analizar si la mutación tiene lugar repentinamente, sin llenar tiempo alguno, como Platón afirma en el Parménides, o si se realiza a lo largo del tiempo, poco a poco, como defiende Schopenhauer, de ello dependerá de que el tiempo sea discontinuo o continuo.

Consideremos para dilucidar la continuidad del tiempo el siguiente experimento mental pero verificable: Un tren avanza en línea recta en dirección Oeste-Este a una velocidad constante de doscientos kilómetros por hora. En la misma dirección y sentido contrario vuela un mosquito a la velocidad de dos metros por segundo.

En un momento dado, el mosquito choca contra el tren, pasando a desplazarse, aplastado contra la locomotora, a los doscientos kilómetros por hora que lleva el tren. Dado que el mosquito ha pasado de desplazarse de Este a Oeste a una velocidad, a desplazarse en sentido contrario a otra velocidad, hemos de asumir que en el momento del choque el mosquito se detuvo y, dado que en ese momento estaba ya en contacto con la locomotora, deberemos concluir que el mosquito ha detenido la locomotora con su impacto.

Dado que la experiencia demuestra que los mosquitos no detienen a las locomotoras que van a doscientos kilómetros por hora cuando chocan con ellas, tenemos que reconocer algún tipo de error en nuestro razonamiento.

La suposición de que el mosquito se detiene tiene su origen en una falsa interpretación del teorema de Bolzano, según el cual: Toda función continua en un intervalo dentro del cual alcanza valores positivos y negativos se hace nula en algún punto del mismo intervalo. Es decir, al pasar una función de positiva a negativa, solo pasa por cero si dicha función es continua. El error procede de ignorar esa condición de continuidad.

Si, tal y como dice Schopenhauer, la mutación de velocidades del mosquito se hiciese "de poco en poco" ($25), es decir: de forma continua, no habría duda de que el mosquito llegaría a pararse al impactar con el tren, pero dado que, como es evidente, el tren no para, hay que reconocer que el mosquito tampoco y la función de la mutación respecto al tiempo no es continua.

Si la continuidad de la mutación implica, por el teorema de Bolzano, la parada del tren, negar el paro del tren implica la discontinuidad de la mutación, el mosquito pasó de ir a menos  seis metros por minuto a pasar a más doscientos kilómetros por hora sin pasar por cero. Gráficamente, podríamos representar el proceso mediante un diagrama de velocidades, tomando las abscisas como eje del tiempo y las ordenadas como velocidades. El fenómeno se representaría mediante dos líneas paralelas al eje de las abscisas: Una línea AB al nivel menos dos metros por segundo, representando la velocidad del mosquito volando en sentido oeste (-) hasta el momento B del choque, y otra B´C al nivel de doscientos kilómetros por hora, representando la velocidad del mosquito pegado al tren,  viajando hacia el este (+).


Como podemos observar, la gráfica pasa de negativa a positiva sin pasar por cero, por no ser continua, ya que se produce una discontinuidad en el momento del choque.

Para que una función del tiempo no sea continua, como el propio Schopenhauer demuestra en su libro, (no procede repetirlo aquí) se requiere que el tiempo tampoco sea continuo.

El tiempo es, por tanto, discreto, cuántico. El tiempo es discreto, porque los mosquitos no frenan los trenes que van a doscientos kilómetros por hora cuando chocan frontalmente contra ellos.

¿Cuál es la estructura del espacio?
Por la teoría de la relatividad sabemos que ds = c . dt    (2)

Donde ds es el incremento de un segmento espacial, c es la velocidad de la luz y dt el incremento del tiempo, como este último es cuántico y la velocidad de la luz es una constante, el espacio también es cuántico. Lo cual es lógico, si el tiempo es cuántico y el espacio-tiempo forma una realidad única, el espacio también debiera ser cuántico.

Luego podemos concluir que el espacio-tiempo es una realidad cuántica. Podríamos imaginarla como un gran, grandísimo, bloque de material transparente e intangible constituido por células cuánticas huecas y repartidas dentro de una extensión de, al menos, cuatro dimensiones.

Sabemos algo más, por la formula (1) sabemos por física ondulatoria que a mayor energía dt es menor, lo que nos lleva a que, por (1) y (2) a mayor energía menor es el tamaño de cada célula cuántica espacio-temporal. Si la energía fuese infinita, el volumen de la célula cuántica seria cero y si la energía fuese cero, la célula cuántica vacía se expandiría al infinito en la nada, luego la energía que constituye al espacio vació debe tener un valor concreto que mantenga la estructura espacial confinada y en equilibrio. Siguiendo con el razonamiento, el límite de energía que un cuanto de espacio puede acumular sin distorsionar excesivamente al espacio debiera tener un tope que determine su saturación.

Podemos ahora imaginar al bloque de espacio-tiempo cuántico recorrido por pulsos de energía cuántica que van saltando de un cuanto espacio-temporal a otro, haciendo vibrar al espacio-tiempo con contracciones y expansiones de sus nódulos constituyentes. Evidentemente, si en un momento dado dos cuantos de energía coinciden en un mismo cuanto espacio-temporal, pueden pasar tres cosas: que los dos cuantos energéticos se sumen y pasen a constituir un nuevo cuanto más energético, que los dos cuantos de energía se fraccionen al solaparse o que uno de los cuantos de energía sature la capacidad del cuanto espacio-temporal y el otro tenga que cambiar su trayectoria, lo que en el caso de ser fermiones haría efectivo el principio de exclusión de Pauli.

En el laboratorio se observan los tres tipos de comportamiento: un fotón se une a un electrón formando un electrón más energético, dos protones acelerados al coincidir en el acelerador de partículas se fraccionan en una lluvia de partículas más elementales o que un neutrón lento se desvíe de su trayectoria al coincidir (chocar?) con otro en el interior de un mismo nódulo espacio temporal.

Con la nueva descripción se volatiliza la dualidad onda-partícula, pues no es que las ondas energéticas se conviertan en partículas al “chocar” con otras partículas, sino que las ondas energéticas cambian de dirección por el principio de exclusión, al no poder penetrar en un cuanto espacio-temporal que está previamente saturado de energía.

Además, podemos reconsiderar la interpretación de Copenhague de la función de ondas. En vez de ser una función de distribución estadística que mide la probabilidad de que una partícula se encuentre en determinado lugar, la función de onda seria la descripción de una vibración del espacio-tiempo al ser recorrido por cuantos de energía. O, lo que sería lo mismo, la función de ondas mide la distribución real de la energía a lo largo de una cadena de cuantos espacio-temporales.

Adicionalmente, un espacio-tiempo cuántico oscilante, que se deforma y recompone, nos proporciona la tan buscada unidad del cosmos y nos ofrece una base geométrica sobre la cual buscar la unificación de la mecánica cuántica y la relatividad. De hecho, en nuestra reflexión anterior hemos tenido que recurrir a ambas. Las deformaciones de un espacio-tiempo unificado nos explicarían la acción a distancia.

Hemos visto que si la energía es cuántica, el tiempo es cuántico y el espacio deberá ser discontinuo. También vimos que la distancia de Planck, distancia por debajo de la cual no es válida la teoría de la relatividad, es de 1,61 x 10E-33 cm.. Al cronón o instante cuántico temporal le corresponde una distancia espacial de entre 2,194 x 10E-12 cm y la distancia de Plank. Podemos asumir la hipótesis de un espacio discontinuo constituido por celdas hiperesféricas o en forma de cuerdas, no importa la forma para el caso, a las que llamaré nódulos, de tamaño medio comprendido entre  2,194 x 10E-12 cm. y 1,61 x 10E-33 cm. (cifras obtenidas de multiplicar el intervalo de los cronónes por la velocidad de la luz). Vimos como los nódulos podrían cargarse con diferentes niveles de energía y que cuanto mayor sea la energía, más pequeños se harían esos nódulos, por eso debemos hablar de dimensiones medias y de rango. El paso de una excitación energética de un nódulo a otro vecino no seguiría ninguna trayectoria predeterminada, dado que no existe espacio entre los nódulos. Confirmando y justificando este hecho la indeterminación de las trayectorias seguidas por las partículas subatómicas.

Es de esperar que exista algún sistema regulador que mantenga los niveles energéticos de cada nódulo entre márgenes estrictos, de manera que esa energía no pueda decrecer hasta la desaparición del nódulo por expansión ilimitada, ni aumentar hasta la reducción del nódulo a un volumen cero. El principio de exclusión de Pauli ilustra el límite de la concentración de energía por encima de determinados límites para determinado tipo de partículas. Por debajo, la energía no debería poder reducirse a niveles inferiores a ciertos valores en los que la cohesión interna dificulte la radiación de energía al exterior estabilizando al nódulo con la estructura del espacio vacío.

Considerado así, el espacio resulta ser como una red de cuantos de energía fluctuantes que distorsionan el propio espacio al depender la forma de éste del contenido de aquella.

Pensemos además que, si el universo se expande, es porque los nódulos existentes aumentan de tamaño, o porque se separan entre ellos, o aumentan en número. Si los nódulos se expanden deberán de disipar energía para aumentar de tamaño; pudiendo, con la energía disipada, producirse nuevos nódulos. La energía necesaria para conformar los nuevos nódulos explicaría la degradación entrópica del conjunto como consecuencia de la expansión. Expansión espacial y degradación entrópica serían un mismo fenómeno. En el caso de aumentar la distancia internodular media, deberán de producirse nuevos nódulos espaciales en los huecos demasiado grandes a fin de permitir el salto de energía entre módulos continuos. La energía necesaria para conformar un nuevo nódulo sólo puede proceder de sus vecinos que la perderían. Dado que la energía estructural del espacio-tiempo vacío no puede ser menor del valor constitutivo, la energía que se pierda debiera ser de la contenida en los nódulos, por lo que la expansión debiera reducir la densidad de masa del universo. La energía constituyente del espacio-tiempo vacío podría corresponder al campo energético del vacío de Higgs.

La materia se nos presenta como resultado de altas concentraciones de energía en nódulos cercanos, haciendo que dichos nódulos se contraigan hasta alcanzar densidades de energía tales que no admiten la incorporación de cuantos adicionales y permitiendo que los existentes se estructuren entre si configurando átomos y moléculas. La deformación gravitatoria del espacio predicha por Einstein en la Teoría de la Relatividad General se debería a las alteraciones del tamaño y posición de cada nódulo en función de la concentración de energía que almacene en forma de materia.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿Qué es España?



Identidad de España                
Por Carlos del Ama

El papel aglutinante de la religión

En el trasfondo de toda organización política hay una ideología que la justifica y alimenta. Con frecuencia, la ideología de los estados ha estado vinculada a la religión: La teocracia judía, la divinización del Emperador en Roma o de los faraones en Egipto o la del Emperador de Japón; unificar el poder político y el religioso en el Caesar-Augusto o en el Inca elegido por el dios Sol o en la Reina de Inglaterra, las declaraciones públicas de algunos estados, como “In God we trust”, “Got mit uns” o “Por la gracia de Dios”... Para los suníes, la ideología política del mundo islámico sería una radicalización del Califato, en el que se integran el poder político y el religioso. Los shiies van más allá y buscan el estado teocrático en el que el código civil es la Sharia, asumida como la ley de Dios. La muestra extrema de lo que podría ser un imperio islámico la tenemos en el régimen talibán afgano, sobre todo, a partir del año 2001, con la obligación de mostrar signos externos, públicos y privados, que demuestren el grado de identificación religiosa de cada individuo y de la sociedad: burka obligatorio para todas las mujeres, turbante y barba para los hombres, se margina a las mujeres de la enseñanza y de realizar trabajos fuera de casa, distintivo amarillo para los no musulmanes, demolición de estatuas budistas, se prohíben la música, la televisión y la radio... Para entender lo que significa un gobierno teocrático lo mejor es recordar lo que fue el Reino de Israel en el Libro de los Reyes. Recordemos lo que decía Ibn Khaldun, teórico del imperio turco, “la identidad de un pueblo (asabiya) depende de las creencias comunes de sus ciudadanos y fundamentalmente de las religiosas”. Otro ejemplo, más cercano a nosotros, de aplicación de la religión a la ideología del estado, lo encontramos en los fundamentos ideológicos del imperio español y la influencia que tuvo la religión en la concepción del estado por Carlos V.

Herederos de Roma y de Cartago, descendientes de Iberos y Celtas, los españoles, medio moros medio godos, se vieron obligados a escoger en plena Edad Media entre África y Europa, entre Islam y Cristianismo, y el 16 de Julio de 1212, en las Navas de Tolosa, eligieron a Europa. El que la decisión se tomase con el apoyo de un ejército europeo de cruzados amparados por una bula papal es relevante. A partir de ese momento, España se va configurando como nación de pueblos diversos unificados bajo la cruz. Terminada la reconquista como una cruzada, la nueva nación se entronca con la tradición imperial romano-germánica, asumiendo la misión de extender un Imperio que se interpreta como la creación de un ámbito político en el que la diversidad de pueblos, lenguas y culturas puedan convivir gracias a una misma fe integradora. La expulsión de moros y judíos no conversos es un modo de afianzar la unidad religiosa dentro de un estado confesional. Lo esencial del ser alemán es la sangre. Ser alemán es ser descendiente de alemanes, basta un abuelo alemán y eres miembro del Vaterland, no importa que lleves tres generaciones naciendo y viviendo en Polonia. Lo esencial del ser francés es el derecho. Para ser francés se tiene que ser ciudadano de la República, no importa ni quienes son tus abuelos ni dónde naciste, lo necesario es tener una Carta de Identidad en la que se te acredite como ciudadano francés. Lo esencial para muchos países es el lugar de nacimiento, para otros la residencia. Lo esencial del ser Estadounidense es pagar impuestos en Estados Unidos. Lo esencial de ser español es la fe. Para ser español tenias que ser cristiano viejo o converso.

Los principales teóricos de la política imperial española: Erasmus, Juan Luís de Vives, Saavedra Fajardo, Francisco de Vitoria; consideran que el Imperio, la unidad política, está fundada en un vínculo espiritual capaz de proporcionar la unidad en la diversidad. El Imperio, en el fondo, sigue siendo el Sacro Imperio. Toman por modelo la concepción teológica del Cuerpo Místico, "Filosofia Cristi", considerando que los diferentes pueblos del Imperio son miembros de un mismo cuerpo. Un concepto orgánico del estado, en el que el príncipe es cabeza y cuya vida alienta gracias a un mismo espíritu. Pero ese príncipe es un "principis cristiani", como defenderá Erasmo en su "Institutio" y perfilará Saavedra Fajardo en su "Idea de un príncipe político cristiano". Para Juan Luís de Vives, la misión del imperio consistiría en “fomentar el diálogo, desarrollar el comercio y potenciar las ciudades”. Francisco de Vitoria aportará las bases jurídicas de un derecho de gentes al que "ninguna nación puede darse por no obligada" y aduce tres razones por las que se debe crear una sola república para todo el orbe:

-El cosmos es una unidad.
-La Iglesia es una República y un cuerpo universal.
-Es posible erigir un nuevo Estado.

Al poner a la Iglesia como modelo de Republica Universal, destaca que su acción de gobierno no se verá entorpecida por las diferencias entre los pueblos, si se cuenta con buenos medios de comunicación. Una República Universal garantizaría, en opinión de Francisco de Vitoria, tres derechos legítimos a todos los hombres:

-El derecho a emigrar.
-El derecho al comercio.
-El derecho a predicar.

Libertad de residencia, libre comercio y libertad de expresión pasarán a ser reconocidos como derechos básicos por la Unión Europea.

España asume la ideología de "Un Monarca, un Imperio y una Espada", como expresión de unidad político-militar del cuerpo místico constituido por la unidad de fe. El ideal universal, católico, del estado español permanece y se afianza hasta que el Cardenal Richelieu corta la yugular del Imperio al apoderarse del paso de la Valtelina, un amplio y bello valle que bordea la frontera suiza y remata el Estelvio, uniendo el Milanesado con Austria. Lo tremendo no fue la pérdida de la Valtelina, sino el desgajar el ideal católico del estado español, razonando que Francia está en su derecho de conquistar la Valtelina, dado que no es lo mismo el catolicismo que el imperio español. O, dicho con las palabras del cardenal: "Como si Dios sufriese detrimento alguno porque los españoles perdiesen el paso de la Valtelina". El ideal español de Imperio Cristiano se desmorona a manos y en boca de Richelieu. El enemigo ha dejado de ser el infiel y el hereje para pasar a serlo un Cardenal de la Iglesia, que se alía con los protestantes suecos y con los infieles otomanos. Bien es cierto que Richelieu era un soldado, un militar que cantó misa para que su familia no perdiese las rentas de un tío prelado que había fallecido, pero el que un Cardenal atacase la idea del Imperio Cristiano deshacía ideológicamente un proyecto de unidad que se basaba en la universalidad de la fe, en la catolicidad. Catolicidad fortalecida históricamente en la lucha contra infieles y paganos, frente a la Ortodoxia oriental y los protestantismos nacionalistas. Y España se quedó, de un tajo, sin proyecto político y sin ideal como nación.

La pérdida del ideal integrador

La España vencedora de Nördlingen, que en alianza con la católica Polonia se disponía a conquistar la Suecia protestante, pierde su ideal de misión universalizadora y evangelizadora. Contra el concepto español de Imperio Cristiano como marco político en el que convivan pueblos diversos, Richelieu enfrenta como alternativa la idea de Europa como equilibrio de fuerzas entre naciones independientes y soberanas que actúan en defensa de su propia razón de estado y, habría que añadir, confesionalmente  laicas. Frente a los planteamientos místicos y jurídicos que anteponen el bien general del mundo al particular de las naciones, se impone la razón de estado en su más descarnado maquiavelismo. La teoría del equilibrio de fuerzas plantea y anima a que las naciones más débiles deban de unirse contra el más fuerte. Ocurrió contra Felipe IV, contra Napoleón, contra Hitler...

España, tras los acuerdos de Wesfalia y la Paz de los Pirineos, se retira de una Europa concebida contra ella y le da la espalda en la adversidad y en la prosperidad. Frente a la nueva Europa, España queda al margen de sus logros y sus guerras. Será Europa la que venga a ella, beligerante, con las huestes napoleónicas cuando, una vez más, europeos y africanos, polacos y mamelucos, la invadan vestidos ambos de franceses. Muchos factores intervinieron en la marginación de España, pero la pérdida de sus ideales, de su misión como nación, fue decisiva. Y tras Napoleón, España se rompe en Las Españas, unas Españas que inician una guerra de independencia contra el invasor francés que pretende gobernarlos desde Madrid y la terminan dando la espalda al Madrid liberado de los franceses. No volverá España a asumir un papel relevante en Europa ni en el mundo hasta que Europa supere la política de enfrentamientos y equilibrios de fuerzas instaurada por Richelieu, para plantear un paradigma de unidad con respeto a la diversidad que defienda el derecho a la libertad de residencia, de comercio y de expresión. Tendrán que pasar varias guerras, de las que en dos se involucra al mundo y de las que España se mantiene al margen; hasta que “el equilibrio de fuerzas” se margine como pauta y guía de la política interior europea, para dar paso a una nueva definición de Europa como un ámbito común de libertad, seguridad y justicia[1].

El ideal europeo

Pero la búsqueda de la unidad universal desde el respeto a la diversidad no es sólo un anhelo español. En el manifiesto electoral, redactado con motivo del referéndum tras la salida de Alemania de la Sociedad de Naciones, Heidegger afirma que "La voluntad de crear una auténtica comunidad de pueblos no habrá de hacerse a partir de una hermandad mundial sin fundamento ni obligación, ni debe exponerse a una ciega tiranía. Hay que ejercer esta voluntad más allá de tal oposición. Que los pueblos y estados puedan mantener su individualidad y a la vez relacionarse conjuntamente de forma abierta y viril. (...) Nuestra voluntad de alcanzar la auto-responsabilidad nacional requiere también que cada nación encuentre y retenga la grandeza y la veracidad de su destino. Esta voluntad es la mejor garantía para la seguridad de los pueblos, ya que éstos se unirán apelando al respeto viril y el destino absoluto." Con la separación de Alemania de la Comunidad de Naciones, afirma que Alemania "crea la posibilidad de una auténtica comunidad en la que cada nación se reafirmará en sí misma para poder llegar a la unidad."

Después de siglos de enfrentamientos y violencia en el continente, surge la colaboración entre las naciones europeas y se crea la Unión Europea. Tras el ocaso de una larga secuela de belicosos imperios fracasados y no pocos años de guerras de religión fraticidas, amanece la unidad voluntaria y concertada de un continente solidario en el que el principal objetivo es el fin de las guerras. Y arrinconadas las armas, surge en Europa la esperanza de la paz. Con la Unión Europea se cierra la política de equilibrios de poder que inventase Richelieu y se abre una alternativa al imperio de uno sobre todos. Un ámbito en el que la acción comunicativa sea la que impere, y en el que los problemas puedan resolverse mediante el diálogo, se impondrá sobre la acción de dominio, en la que la constante para lograr la acción coordinada sea el recurso a la violencia.

Y ¿en qué se nos queda España?

En su reencuentro con Europa dentro de la Unión, España se reencuentra a si misma. En un mundo progresivamente laico, ya no es requisito para obtener la ciudadanía española el estar bautizado, pero en el fondo de su ser, España sigue siendo una pluralidad con un anhelo común trascendente, cosmopolita, universal, católico. Aunque la religión ha perdido gran parte del importante grado de identificación nacional que tuvo, la universalidad que le imprimió el catolicismo, al sentirse miembros de una iglesia universal, sigue siendo vigorosa como carácter de lo español. El español es un hombre sin fronteras que se encuentra en casa ya sea en Ávila como en Arévalo, tanto en Buenos Aires como en Cádiz, tanto en París como en Manila, porque el español sabe que su vida es un río que corre hacia un destino común y se sabe que va de camino, por lo que como se siente más a gusto es haciendo camino. Somos un pueblo de viajeros, navegantes, emigrantes y descubridores. Somos el pueblo de Balboa y de El Cano, a quienes no les detienen ni continentes ni océanos. Aunque cada español tiene un sitio preferente al cual volver, siente que su hogar es el mundo. Lo antiespañol no es oponerse al poder central, lo antiespañol es vivir dentro de un horizonte mental reducido, es el provincianismo, el paletismo, el aldeanismo, el catetismo, la falta asfixiante de universalidad. Donde el español se siente más español y descubre lo que significa ser español es fuera de España.

Citando a Menéndez Pelayo en el Prologo de los Heterodoxos españoles, podemos decir que “Dios nos concedió la victoria y premio al esfuerzo perseverante, dándonos el destino más alto de los destinos de la historia humana. El de completar el planeta. Borrar los antiguos linderos del mundo”. España es, en esencia, “Plus Ultra” y la fe en el más allá. España y el español necesitan encontrarse en un ámbito que les libere de sus propias fronteras y les ofrezca horizontes abiertos. España fue plenamente España dentro del Imperio Español cuando en él no se ponía el sol, como Hispania lo fue dentro del mundo romano. Si la Unión Europea no se hubiese fraguado, España necesitaría inventarla para poder volver a ser España. Como dijo Ortega, “España es el problema y Europa la solución”. El español sabe que lo importante no es dónde se está, sino quien se es y con quién se está. Su aspiración es poder estar en cualquier sitio y poder ir a todos aunque no vaya a ninguno, porque allá donde vaya y esté donde esté sabe que en todos los sitios estará de paso pero seguirá siendo lo que es, y siempre fue: un anhelo de más allá.

En un mundo globalizado en el que se impone tener conciencia y presencia internacional, los valores del español son un activo en alza que se realza como ciudadanos de Europa.



Nota: Como complemento del tema, se recomienda la lectura, sobre la identidad de Europa, de la serie de cuatro artículos siguiente: