El nido vació
C. del Ama
C. del Ama
Quedó el hogar sin fuego, con
la ceniza fría
Y la casa vacía
Vacía de voces, vacía de
risas
De infantil bullicio y sosegadas vidas.
Quedó la casa sin gente
Silenciosa, sola y fría,
Con las luces apagadas
Y con la misión cumplida.
Sus murales escondidos
Tras sus muros a la vista
Con los estantes desnudos,
Las persianas abatidas,
Los muebles desalojados,
De infantil bullicio y sosegadas vidas.
Quedó la casa sin gente
Silenciosa, sola y fría,
Con las luces apagadas
Y con la misión cumplida.
Sus murales escondidos
Tras sus muros a la vista
Con los estantes desnudos,
Las persianas abatidas,
Los muebles desalojados,
Las alfombras recogidas,
Un leve olor a cerrada
Y con las estancias frías
Queda la casa sin gente
Y con la misión cumplida.
Ellos se fueron,
Y con las estancias frías
Queda la casa sin gente
Y con la misión cumplida.
Ellos se fueron,
Tras las golondrinas que
había en el porche
Y que nunca han vuelto,
Cual nave errante
Que olvidó su rumbo tras dejar el puerto.
Y que nunca han vuelto,
Cual nave errante
Que olvidó su rumbo tras dejar el puerto.
Se expandió el árbol
Esparciendo la semilla
Más allá de las montañas,
Esas de toda la vida,
Blancas en el invierno,
Siempre cercanas y altivas
Dejándola abandona,
Blancas en el invierno,
Siempre cercanas y altivas
Dejándola abandona,
Como una hoja caída que yace
entre hojas muertas
Frente a la Sierra a la vista y con Madrid a la puerta
Frente a la Sierra a la vista y con Madrid a la puerta
Así queda Mirasierra
En pétrea quietud postrada
Las cerraduras echadas
Desvalida y olvidada,
Mas de recuerdos henchida
Quedó la casa sin gentes
Y con la misión cumplida
Comentario
Comentario
Dedicado
al profesor de la Lombana
El
poema no está inspirado en la lírica de Gracilazo, sino en la de Rosalía
de Castro, desde el espíritu de la saudade de la despedida y la morriña
por lo perdido. Hasta tal punto, que la composición arranca utilizando un
elemento de Rosalía, “la ceniza fría”, como un guiño y eslabón de enlace y
reconocimiento hacia su poesía. Creo que el arte está en la composición,
pudiéndose e incluso debiéndose utilizar elementos creados por otros que son
pertinentes al caso, como los conciertos y sinfonías que, en algún momento, utilizan frases
melódicas de una canción popular o de la misma Marsellesa, como en la Obertura 1812 de Tchaikovsky, o el Gaudeamus que se oye al final de la Obertura para un festival académico de Brahms. Se puede pintar en
un lienzo un elemento tomado de otro lienzo, más o menos adaptado al nuevo
contexto, como las Meninas de Picasso, o utilizar un pilar dórico en una casa moderna o un motor Rolls Roys o
General Electric en un avión de Boeing. Así que, también se puede utilizar en
un poema una idea poética tomada de otro texto lírico que parece escrita para
la nueva composición.
En
el poema del Nido Vacío se pretende conseguir una experiencia total, por lo que
se utilizan casi todos los sentidos: el tacto en el frío de la ceniza y de las
estancias, el oído en las voces y las risas, el olor a cerrado y la vista en
casi todo lo que se describe. Al ser incapaz el autor de encontrar un sabor
característico no rebuscado, se sustituye el sabor por el sentido kinestético
en el “bullicio infantil”.
La
estructura tiene tres partes: El interior, que va quedando vacío, la
salida, situada en el centro del poema, con la sensación de abandono y
desorientación producida por ese partir de las golondrinas con rumbos abiertos
a todos los rumbos y sin retorno esperado, el exterior, en el que la casa
queda como un todo cerrado formando parte del paisaje, pero llena de recuerdos
y “con la misión cumplida”.
La
forma pretende trasmitir el hecho de que la composición se hace con “el corazón
en un puño”, de forma que la métrica comienza en sístole, con tres heptasílabos
que se contraen aun más a dos hexasílabos que intentan exprimir al máximo el
contenido más sutil de la casa, vaciándola hasta de los ecos de los sonidos más
significativos; para ir aflojando la presión a dos heptasílabos que dan paso a
abrir del todo la mano a los octosílabos clásicos que siguen en un intento de
bajar la presión en una diástole distendida que ayude a hacer el vacío total a
lo largo de una aspiración prolongada. La nueva sístole es casi un síncope,
ocasionado por el tema central y más doloroso: la partida, que queda
oprimida en el “ellos se fueron” de cinco sílabas que estuvo a punto de quedar
en un ”se fueron” pero resultaba excesivamente impersonal; síncope que intenta
recuperarse en las seis hexasílabos siguientes donde se elabora sobre la ida
sin retorno, se afloja la presión en el heptasílabo siguiente que inicia la
expansión y sirve de enlace con los octosílabos que continúan hasta el final,
dejando el corazón de los sentimientos, esculpido en la piedra de la casa
cerrada, expuesto sobre la mano abierta del planeta. La rima asonante libre
parte de la recurrencia que evoca la unidad de origen y la unión en la misión que
se repite en el estribillo, para pasar a la dispersión de rumbos.
La
familia, que en el interior era “gente” pasa a hacerse “árbol” en el exterior que
alarga sus ramas disgregándose por el mundo pero permaneciendo unidas por el
tronco común, árbol del que la casa pasa a ser un apéndice desprendido, árbol
que está vivo y se expande, se extiende más allá de las montañas vecinas, es
decir, del horizonte, del escenario conocido y seguro de lo cotidiano, es la
familia que emigra a tierras remotas y esparce sus semillas, que son los
nietos, por el mundo. La casa se cierra y queda olvidada pero llena de
recuerdos y “con la misión cumplida”. Es el contrapunto, frente a la tristeza
de las despedidas sin esperanza de Rosalía, queda un punto de satisfacción del
deber cumplido y de esperanza por el nuevo capítulo que se abre más allá de los
muros de la casa y las montañas del horizonte. Un capítulo lleno de historias
en las que se encenderán nuevos fuegos que caldearán otros hogares.
Para
terminar, informar al lector de que unas golondrinas hicieron un nido en el
porche de la casa de Mirasierra que estuvo habitado durante años, hasta que un
año dejaron muerto un polluelo y nunca más volvieron. Nido que, por cierto, aún seguía alli, vacío como la casa, la última vez que fui. Los murales que había en
cada una de las habitaciones de los niños con escenas de cuentos infantiles, fueron
cubiertos bajo una capa de pintura opaca por los primeros inquilinos que
pasaron a ocupar la casa tras dejarla la familia, pero ahí deben seguir,
ocultos pero recordados por quienes convivieron con ellos. Tras irse los cinco
hijos que se habían criado en Mirasierra, los padres dejaron la casa para irse
a vivir en un piso en Madrid.