Carlos del Ama
Licenciado en Filosofía y Letras
Resumen argumental
El pensamiento filosófico occidental ha supuesto una conquista progresiva del concepto de libertad.
La libertad, en tanto ausencia de coacción externa, es condición necesaria de la acción humana como acto libre y responsable.
El ejercicio de la libertad requiere, además de la condición de libre, de conocimiento, determinación y poder.
La libertad presenta, por tanto, un aspecto de condición como libertad potencial o negativa y un aspecto de realización como libertad real o positiva.
La libertad potencial supone no sólo ausencia de coacción, sino ausencia de necesidad, lo que supone situarse al margen de la cadena causal y del determinismo, tanto del determinismo mecanicista como del providencialista.
La libertad negativa es el margen entre las restricciones externas y las necesidades internas. La libertad positiva es el margen entre la capacidad y el deseo.
Frente a la libertad de la independencia de causas externas está la libertad para establecer fines.
El ejercicio de la libertad comienza por la actuación sobre uno mismo.
La libertad supone espontaneidad, incertidumbre y riesgo, responsabilidad y moralidad. La libertad implica la moral.
Frente al mero libre albedrío optante, la auténtica libertad es creatividad y originalidad.
El objetivo final de la libertad es inventarte tu forma de ser y poder autodeterminar ser tu mismo.
No hay libertad sin seguridad y justicia. La libertad colectiva requiere de un ámbito de libertad en un marco institucional y legal. Todo ámbito de libertad es expansivo.
No hay ámbito de libertad pleno si no es universal.
Algunas ideas sobre la libertad en la historia de la filosofía
Aristóteles exigía dos condiciones para la libertad: Espontaneidad o ausencia de coerción (de manera que el principio de la acción se encuentre en el agente) y capacidad de elección junto con conocimiento de las opciones y de los objetos entre los que se elige. A mayor autonomía mayor libertad y cuantos más conocimientos sobre lo elegido, más libertad de elección.
Para los estoicos, la libertad consiste en reducir las necesidades.
Es en el poder de autodeterminarse donde Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, ve la libertad, la cual se origina en la capacidad de actuar sobre uno mismo. (Summa Theologica, I, 83, 1-3, y II, 1, 13)
Para San Agustín, la verdadera libertad es la liberación de la esclavitud interior del pecado mediante la gracia.
Durante la Edad Media se desarrolla entre los escolásticos el criterio de indiferencia, según el cual, una decisión no podría ser libre si no existiese una condición previa de indiferencia o equipropensión a cada alternativa de acción, dado que, en caso contrario, según la escuela, el agente estaría predeterminado en su elección.
Para Descartes, la realidad extensa (la realidad física) es una realidad mecánica y, como tal, determinista. El ámbito de la libertad se encuentra en la realidad pensante.
Leibnitz rectifica la tesis escolástica, matizando que la condición de indiferencia, en realidad, es una condición de contingencia, de ausencia de necesidad. El agente puede estar inclinado a una de las alternativas pero no predeterminado, dado que su acción es contingente y no necesaria, estando, por tanto, en libertad de decidirse o no por ella. Además, la inclinación se produciría por la bondad aparente de cada alternativa y no por su bondad real que normalmente es ignorada por el agente.
Leibnitz afirmará (Teodicea 288) que “la libertad estriba en la inteligencia, que entraña un conocimiento del objeto de la liberación, en la espontaneidad con la cual nos determinamos y en la contingencia, es decir, en la exclusión de la necesidad”. Leibnitz define la libertad como espontaneidad racional. (Conversación con el obispo Stenon acerca de la libertad, 27 de nov. 1677) “Es espontáneo aquello cuyo principio de actuación reside en el agente, y esto sucede también en la libertad. En efecto, una vez puestos todos los requisitos externos para actuar, la mente libre puede actuar o no actuar, en cuanto resulta obvio que ella misma (y no otra) está dispuesta”. La libertad supone ausencia de coacción y de necesidad.
La libertad, como autodeterminación, no supone ausencia de predisposiciones e inclinaciones hacia lo que se considera bueno, sino coherencia consigo mismo, naturalidad y, en el ser humano, lo natural es ser racional, reflexivo. La libertad humana es fruto del ejercicio de la reflexión.
Kant, si bien no los cita expresamente como realidad, clasificó los aconteceres en dos grupos: los determinados y los creados. Los primeros son forzosos y los segundos voluntarios. Aquellos están condicionados por las leyes de la naturaleza y estos por las leyes de la libertad. Los primeros sujetos a la causalidad y los segundos a la voluntad. La realidad corporal y las leyes de la naturaleza constituyen el imperio de la naturaleza, integrado por los reinos mineral, vegetal y animal. Las ciencias de la naturaleza son causales, deterministas y universales. La realidad espiritual y las leyes de la libertad integran el imperio de la creatividad. Las ciencias humanas son finalistas, indeterminadas y particulares.
Kant defiende que tanto el imperio de la naturaleza como el de la libertad se estudien, en primer lugar, a priori, teóricamente, fuera de toda experiencia y, luego, experimentalmente, a posteriori, lo que sea accesible a la experiencia. La diferencia es debida a que los aconteceres se dividen, por su referencia al presente, en acontecidos y por acontecer y aquellos que pertenecen al imperio de la libertad se constituyen, respectivamente, en hechos y quehaceres. Así como el imperio de la naturaleza nos es accesible al conocimiento empírico, en el imperio de la libertad son solo los hechos los que pueden ser estudiados experimentalmente a posteriori, pero no es ese el caso de los quehaceres, dado que éstos aún no han tenido lugar.
Al estudio empírico lo llama ciencia, ciencias naturales a las de la naturaleza y ciencias humanas a las de la libertad, mientras que al estiduio apriorístico lo llama metafísica. El estudio científico de la naturaleza es la Física en el sentido aristotélico (incluye la química, la biología y el resto de las ciencias de la naturaleza) y al estudio a priori de esa misma naturaleza lo llama Kant Metafísica de la Naturaleza. Al estudio empírico de la libertad lo llama Antropología (incluye la sociología, la política, la economía y las demás ciencias del hombre) y al estudio a priori de esa misma libertad lo llamó Kant Metafísica de las Costumbres o Moral.
Hemos de conceder a Kant que tanto en la naturaleza como en la libertad interesa iniciar su estudio con la metafísica, ya que no podemos lanzarnos al estudio de nada sin saber si ese estudio es factible y sin un método sobre cómo abordarlo. Además, en el caso de los quehaceres, resulta evidente que no cabe ningún método experimental. Cabría discutir si los quehaceres pueden estudiarse empíricamente por analogía con hechos análogos. En el reino de la moral no puede no haber libertad, pues sin libertad no hay responsabilidad. Luego cabe afirmar que si somos responsables es que somos libres.
Hobbes define la libertad como “Ausencia de cualquier impedimento para la acción que no esté contenido en la naturaleza y en la cualidad intrínseca del agente”. Por consiguiente, para Hobbes, las limitaciones naturales no son restricciones de la libertad. Los deterministas parten de lo dado, pero la libertad parte del yo, el yo para ser necesita ser libre (frente a la oposición libertad-necesidad, la necesidad de libertad).
Para Fichte, la libertad es lo característico del Yo.
Para Schelling libertad es posibilidad. ”Libertad es una capacidad para el bien y para el mal”, pero “sólo lo eterno es en sí, lo que reposa en sí mismo, la voluntad, la libertad es en sí”.
Para Hegel la libertad es libertad de la idea. La libertad es la autodeterminación, no existiendo otra libertad que la autoliberación. La libertad se realiza en la Historia.
Max entiende la libertad como proceso de liberación económica, política y social.
Stuart Mill piensa que la libertad está al servicio de la utilidad, por lo que sería renunciable en favor del bienestar.
Para Sartre la libertad es condición de la acción. La libertad caracteriza lo absurdo de la condición humana, una humanidad "condenada a ser libre".
Según Berson, la conciencia es libre porque no esta sometida a la mecánica.
Schopenhauer considera que nada es fortuito, que lo azaroso no deja de ser necesario; por lo que todo está perfectamente determinado por una causa común que es la voluntad, como voluntad común y cósmica subyaciente a todo acto. El fundamento marca el sentido de las apariencias y todo está sujeto a una estricta necesidad (a los designios del destino). Pero la voluntad ordenadora no nos es ajena y cada uno de nosotros participa con su voluntad en el acaecer de los hechos, de manera que “por ser yo todo es distinto". “Cada cosa tiene un eco en mí, resonando yo en los otros”. La libertad queda entretejida, junto con las voluntades, con las de los otros, en una gran interrelación cósmica.
Para Rousseau, libertad era poder volver a empezar
Para Plessner, el hombre se define en la determinación que hace de sí mismo al elegir. El sí mismo es un acontecer.
Para Ortega, en línea con Plessner, el hombre se elige a sí mismo al elegir, no sólo elige lo que decide hacer sino que elige que tipo de hombre decide ser al elegir lo que hace. Es decir, el hombre se hace en lo que hace. Podríamos decir que Miguel Ángel se hace Miguel Ángel pintando la Capilla Sixtina y tallando la Piedad y el Moisés; al igual que Napoleón se hace Napoleón conquistando Italia, coronándose emperador y siendo derrotado en Waterloo.
¿Qué es la libertad?
Libertad es la capacidad de sustraerse a un orden predeterminado. En la naturaleza todo es continuación, en la libertad se inician nuevos comienzos. Para Aristóteles la libertad se pierde cuando se actúa por coacción o ignorancia. Es esa una visión negativa de la libertad, que nos descubre la libertad al perderla bajo una coacción o al recuperarla tras evadirse de un orden imperativo.
La Real Academia nos define la libertad como “falta de sujeción y subordinación”. Por el lado positivo, el diccionario de la Academia nos dice también que libertad es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Nos quedaría por investigar de dónde le viene esa facultad y en qué consiste, para comprender el fundamento de la libertad. Dos cosas nos deja claras la Academia: que la libertad es una facultad “natural” y que es la condición de la responsabilidad.
Si indagamos en la naturaleza humana, encontramos que se caracteriza por las cualidades de libertad, racionalidad y comunicabilidad, las cuales no son independientes, sino que se imbrican mutuamente, condicionando toda acción humana. La comunicación permite un intercambio de información con otros seres humanos a fin de mejorar la calidad de la información sobre las opciones posibles y poder mejorar la calidad de las respuestas al ampliar la gama de las alternativas y facilitar su ponderación. La reflexión se alimenta de la información recibida en la comunicación y se sirve del lenguaje para formularse en términos explícitos. El lenguaje es el medio y producto de la comunicación. La reflexión potencia la libertad al ponderar mejor las opciones que la libertad ofrece con relación a los propios propósitos.
Además de ser condición para la acción humana, toda acción libre constituye el ejercicio de la libertad, la libertad ha de ejercerse. Ejercer la libertad es ejercer el autogobierno. Para comprender la naturaleza interna del ejercicio de la libertad hay que comprender la estructura de lo que supone ejercer el gobierno de uno mismo.
La cultura egipcia antigua reconocía tres atributos a la realeza: El Faraón poseía percepción (sia), palabra eficaz (hu) y poder (heka); la integración de las tres constituye la capacidad de gobernar. Muchos poemas épicos del antiguo Egipto tienen la estructura sia-hu-heka. Comienzan por presentar al Faraón informándose, pidiendo ser ilustrado sobre la situación (sia). A continuación el Faraón anuncia lo que va ha hacer y dice lo que debe ser hecho, y su palabra tiene poder para que se realice lo que enuncia (hu) voluntad para actuar. Por último, se hace lo dicho, porque el Faraón tiene poder para realizar lo que se propone (heka). El mismo esquema se sigue para todo tipo de problemas, ya sean políticos, económicos o militares.
El ejercicio de la libertad requiere sia, hu y heka: conocimiento fundado de la situación, un diagnóstico correcto de la realidad, una visión racional de lo que procede hacer y, como tal, formulable en palabras inteligibles, que implique la autodeterminación consciente de qué hacer y cómo realizarlo y, por último, poder para ejecutarlo.
Aristóteles indicó la importancia del conocimiento (sia) para la libertad e Isahia Berlín señaló la necesidad de capacidad o poder (heka) para ejercer la libertad positiva; nos falta añadir la formulación racional del propósito por el que la voluntad se autodetermina (hu), para completar el esquema del libre ejercicio de la libertad en cuanto autogobierno, según la pauta egipcia. La libertad rompe la cadena causal y se establece en la acción humana gracias a un hiato que surge entre el estímulo y la reacción, proporcionando una indeterminación a las reacciones que las hace imprevisibles en tanto indeterminadas. La libertad es la condición para que el comportamiento pueda ser humano y será tanto más humano cuanto más sea ese hiato del hu colmado por la reflexión personal implicada en la opción.
¿De dónde surge ese hiato?
Decía D. Julián Marías que el hombre es futurizo, está en el presente, pero vive contemplando el futuro, haciendo proyectos. La memoria le permite recordar y el contraste entre los recuerdos y el presente le proporciona un sentido del tiempo que le proyecta al futuro. Como futurizo, una característica humana es tener intereses e intenciones que desearía hacer realidad en el futuro. Los intereses condicionan su atención, mediatizando sus percepciones y las intenciones orientan su acción, guiándola hacia la consecución de propósitos dentro de sus pronósticos. La manipulación de los recuerdos en concordancia con sus intereses le permiten imaginar un futuro memorable que propende a hacerse realidad.
Entre recordar pasados e imaginar futuros, desarrolla el hombre un mundo interior de imágenes que le dota de una potente subjetividad, en la que es capaz de sumergirse, interiorizando sus vivencias hasta el límite de poder desconectar del mundo exterior. La subjetividad amortigua los estímulos hasta poder llegar a ignorarlos, desde el superficial “estar distraído”, hasta el ensimismamiento total del éxtasis. Otra distorsión de los estímulos exteriores está causada por la selectividad que proporcionan los intereses al actuar como guías y filtros de la atención, distorsión que se complementa con la capacidad de interpretar de diversas maneras los estímulos recibidos, en función de sus expectativas.
Como consecuencia, la relación entre estímulos y respuesta no puede ser mecánica, automática, en cuanto los estímulos están filtrados por la atención y modulados por la interpretación. Como consecuencia, entre cada estímulo y su respuesta, se interpone en el hombre toda su interioridad, emotividad incluida, haciendo que la relación causa efecto sea flexible y modulada, desviándose de los meros cauces mecánicos. El resultado es que las reacciones humanas sean, constitutivamente, imprevisibles por impredeterminadas. Vista desde fuera, esa imprevisibilidad del comportamiento ajeno se nos muestra como una ruptura en la cadena causal, como si en el interior del otro actuasen causas endógenas, tanto ajenas a los estímulos externos como concomitantes con ellos. Introspectivamente sentimos que muchas de nuestras acciones se inician por incitación de un imperativo personal del que nos sentimos dueños y al que llamamos voluntad.
Es en ese hiato en el interior del ser humano entre la acción y la reacción en donde, rota la cadena causal, surge la libertad.
¿Es la libertad posible ?
La libertad de la voluntad, además de ausencia de coacción, presupone ausencia de necesidad. No puede considerarse libre quien no tiene otra opción para su acción que hacer lo que hace. Hemos de reconocer que no todos los actos son voluntarios. Hay actos involuntarios, como los actos reflejos y los actos mecánicos, ni cerrar los ojos ante un fogonazo ni desplazarse en un frenazo de autobús son actos voluntarios. Pero también hay actos voluntarios, tanto espontáneos como deliberados, siendo tanto más voluntarios cuanto más deliberados.
El determinismo fatalista niega la libertad, porque asume que todo ocurre por necesidad. La Edad Media reformula la pretensión de un destino predeterminado, motivado por la pretendida incompatibilidad de la libertad humana con la presciencia divina. ¿Cómo puede ser posible la libertad, si Dios conoce de antemano lo que va a ocurrir? La cuestión que se plantea es la duda sobre si los individuos son libres o están predestinados y sus actos están predeterminados por el conocimiento divino de lo que va a ocurrir.
Es Leibnitz quien resuelve el problema del determinismo teológico al distinguir entre verdad y necesidad. Para el filósofo de Leipzig, la verdad de los hechos contingentes no los hace necesarios. Así, el que yo esté ahora escribiendo estas líneas es verdad, pero el hecho de estar escribiendo ahora es contingente, pues tengo otras cosas que hacer que podría estar haciendo en lugar de escribir. Sin embargo, es verdad que estoy escribiendo y seguirá siendo verdad para siempre que en esta fecha estuve escribiendo lo aquí escrito, como también era verdad desde siempre la proposición que afirmaba que yo estaría escribiendo estas líneas el día que las escribí, pero la verdad de esa afirmación no hacía necesario el hecho. De manera que los futuros contingentes no se hacen necesarios por razón de ser verdad cuando ocurran. La realización verifica la proposición que afirma esa acción y que ya era verdad desde siempre, pero la verdad de la proposición no provoca su realización, sino a la inversa. Frente a la tesis de Epicuro, que afirmaba que el futuro no es ni verdadero ni falso, Leibnitz asume la tesis tomista que defiende la verdad de los futuros contingentes, cuya verdad está determinada por su ocurrencia y no al revés.
Todos actuamos por motivos, indicaba Leibnitz, la indiferencia total nunca se presenta, dado que el principio de razón suficiente hace que “no pueda haber algo que acontezca sin una causa”. Para Leibnitz nada es arbitrario, pero eso no impide que la mayoría de los sucesos sean contingentes. Por consiguiente, el que Dios pudiese conocer esa verdad desde la eternidad no implicaba que fuese necesario, siendo yo libre hoy de escribir o no hacerlo, a pesar de que Dios conociese desde siempre lo que estoy haciendo hoy y ahora.
El mismo Hobbes reconoce que “la presciencia es conocimiento y el conocimiento depende de la existencia de las cosas y no éstas de aquel”. Infalibilidad no es necesidad, necesario es aquello cuyo contrario implica contradicción, lo que no puede ser de otra manera. Liberados del fatalismo que parecía estar implícito a la eternidad de la verdad de los futuros contingentes, queda otra dificultad: la de la razón suficiente. Si todo tiene una causa, todo esta causado por algo, luego, si la acción es efecto de sus causas, no hay lugar para la libertad. Se trata de la otra versión del determinismo, cuya expresión más elaborada la encontramos en el mecanicismo radical de Hobbes y Laplace. La voluntad se encontraría determinada por una serie de causas ajenas a ella, que la obligarían a elegir inevitablemente lo que elige. El mecanicismo radical se funda en el principio de causalidad, a partir del cual, Hobbes razona que si todo tiene una razón suficiente, todo tiene una razón necesaria.
Fue Kant quien, partiendo de Hume, nos aclara que el principio de causalidad no es un principio empírico sino lógico (Kant; Los progresos de la Metafísica de Leibnitz a Wolf). Se trataría de un principio derivado del principio de contradicción y de la convicción de que ser es ser causado. Concepción ésta del ser que, para empezar, no distingue entre ser per se o ser per alia, y que, aunque es aplicable a ellos, ni siquiera se muestra en los fenómenos, pero que si, generalizado a todas las formas del ser, se superpone al principio de contradicción, nos lleva al de causalidad. De manera que si “una cosa no puede ser y no ser, al mismo tiempo y de la misma manera” y asumimos que ser es ser causado, podemos concluir que “nada puede ser y no ser causado”. La aplicación del principio de causalidad sobre los fenómenos empíricos nos permite interpretar las observaciones de sucesión sistemática de fenómenos como relaciones causales, con el éxito bien conocido en el análisis de los fenómenos mecánicos y de toda la física.
Pero la voluntad no es un fenómeno, sino un concepto psicológico que define el punto de articulación mental entre los fines propuestos y las razones con las que se busca apoyar y justificar esos fines, a fin de lograr la motivación suficiente para movilizar los recursos y el esfuerzo necesario para alcanzar los fines. La aplicación del principio de causalidad sobre la acción humana nos lleva a la conclusión de que debe de haber una causa de nuestro proceder, siendo a esa causa a lo que denominamos voluntad. La voluntad no es un efecto, sino una causa pura derivada del principio de causalidad, luego no está determinada, aunque pueda ser movida por razones y violentada con coacciones. No hay causa suficiente que, sin coacción, mueva la voluntad desde fuera de si misma.
Podemos definir la voluntad como la capacidad para autodeterminarnos mediante razones, a actuar en la consecución de los fines propuestos. El hombre no puede evitar desplazarse ante un frenazo del autobús, pero las causas mecánicas no son suficientes para mover la voluntad cuando no se dan la coacción ni la manipulación. El determinismo mecánico tiene vigencia hasta donde la mecánica alcanza y la voluntad no está en el espacio, no pudiendo ser accedida mecánicamente. Es evidente que si se nos empuja por la izquierda nos desplazaremos hacia la derecha, el efecto de toda acción mecánica esta determinado físicamente hasta el punto de poder ser previsible, pero en el interior de la mente la mecánica condiciona pero no determina. El determinismo laplaciano se limita a los movimientos mecánicos, pero el hombre no es una bola de billar rodando sobre una mesa.
Ya hemos visto como la escolástica ve la solución a la falacia determinista en la consideración de que la libertad brota en condiciones de indiferencia, cuando las diferentes opciones son equipotenciales. Es también Leibnitz quien rebate esta falsa solución afirmando que, en efecto, toda acción está determinada por algún motivo, dado que la indiferencia absoluta no puede darse por los múltiples impulsos concurrentes en toda ocasión, pero tener motivos para actuar no equivale a no tener libertad. Leibnitz propone que todo acto está determinado por los motivos que lo promueven, no siendo todos ellos causas externas al sujeto que obra, dado que se dan motivos internos: Unos debidos a las inclinaciones del sujeto por su naturaleza y otros por razones que encuentra para actuar como lo hace en un proceso de deliberación. La conclusión a la que llega es que la libertad se da en tanto sea el componente racional el que domina sobre las causas externas y las inclinaciones naturales. Para Leibnitz libertad equivale a racionalidad, decantándose siempre la razón por la consecución del bien, sea éste real o aparente, según sea la calidad de la información que se maneja en la deliberación.
La prueba de la libertad la tenemos en que si no hubiese libertad no se darían ni las alabanzas, ni las críticas, ni los elogios ni las censuras, ni las recompensas ni los castigos, ni las amenazas ni los consejos, ni los ruegos ni los agradecimientos, ni la satisfacción ni el arrepentimiento, ni el reconocimiento ni la censura. La libertad existe en cuanto existen actos morales y responsables.
Jacobi llamaría a la posibilidad de la libertad un “salto moral”. Über die Lehre das Spinoza in Briefen an den Herrn M. Mendelssohn, Breslau 1785, p.27, donde dice: “Creo en una causa inteligible y personal del mundo..., Me ayudo mediante un salto moral desde la cosa”.
Los límites de la libertad
Toda realidad implica un límite. Los límites más evidentes de la libertad son los límites físicos. Imponer tapias, alambradas, cerrojos y cadenas son formas toscas y mecánicas de privar de libertad, mediante la limitación de movimientos. Todo ser humano, en tanto cuerpo material, está sometido a la cadena causal de fuerzas mecánicas y procesos físico-químicos que condicionan y delimitan el ámbito de su libertad desde su entorno. Como también condicionan a la libertad de cada momento las acciones realizadas en el pasado, creando hábitos, y la propia naturaleza del individuo, estableciendo inclinaciones que actúan junto con los estímulos y reclamos que el presente le ofrece. Todo ello determina una inclinación pero no una necesidad. Nuestra voluntad está condicionada pero no predeterminada.
La libertad se manifiesta claramente en la capacidad para proponerse fines y metas futuras, además de la capacidad de seleccionar e interpretar los estímulos y la información a la que uno se encuentra sometido, mediante el ejercicio de dirigir la atención según los intereses de cada cual. La libertad se produce en la articulación entre la intención y la atención. Nuestra propia naturaleza delimita las posibilidades de elección y de acción, al limitar la capacidad de nuestros sentidos, las potencialidades de nuestro organismo y el desarrollo de nuestras habilidades, aunque la tecnología pueda suplir algunas de las limitaciones naturales.
Los límites de la libertad son la conjunción de las restricciones externas y las limitaciones propias. Las coacciones de los demás y nuestra falta de capacidad e información. Siendo la libertad en sentido positivo capacidad de acción, hemos de cuestionar si, dentro de los límites impuestos por la propia capacidad para actuar, hay otros límites adicionales para la acción. Hay, además, consideraciones morales que limitan nuestra libertad de acción.
Una regla a considerar, desde el punto de vista moral, es el imperativo categórico kantiano, según el cual, toda acción debe estar restringida por la reflexión de que una acción es desaconsejable si la generalización de esa acción lleva a su propia contradicción, lo que haría que la acción no fuese moral. Kant pone como ejemplo el caso de “no pagar las deudas”, que si se generalizara, llevaría a que nadie prestase, con lo que no habría lugar a deudas. Podemos aplicar el imperativo categórico a todo tipo de temas, por ejemplo, al aborto. Si toda embarazada aborta se terminaría la especie humana, con lo que se terminaría con la posibilidad de abortar. Podríamos seguir aplicando el imperativo categórico a cuantos temas nos preocupen.
Dos son los límites morales a la propia libertad: el derecho de los otros y los propios compromisos adquiridos líbremente. Actuar contra los derechos ajenos es renunciar a que se reconozcan nuestros propios derechos y no respetar los compromisos adquiridos es denunciar nuestra incapacidad para adquirir compromisos. Cuando los derechos se hacen explícitos y regulados por ley, estamos en un estado de derecho, siendo la ley el límite y la garante de la libertad. El límite del derecho regula el uso de la fuerza limitándola a la imposición de la ley. En el ámbito internacional, el problema de la libertad se nos traslada a la existencia y vigencia de un derecho internacional que garantice, junto a la libertad, la seguridad y la justicia.
Libertad de elección
Al libre ejercicio de la voluntad que, desde antiguo, se le conoce como libre albedrío, es un aspecto de la voluntad que se manifiesta como voluntad de elegir entre opciones. Desde la perspectiva del libre albedrío, la teoría económica neoclásica considera al ser humano como mero optante. Vista así, la libertad humana se ve limitada por las opciones que se le presentan como alternativas posibles, lo que hace concebir al monopolio como una negación de la libertad al eliminar otras opciones. Pero, gracias a su interioridad y su capacidad de pensar, ante una serie de opciones, entre las varias alternativas que tiene ante sí, a todo hombre le cabe la posibilidad de imaginar otras, de inventarse alternativas de su propia creación, al margen de las que se le ofrecen. Así, a la libertad económica de poder elegir entre las diferentes bebidas que se ofrecen en el mercado se le añade la posibilidad de inventar una nueva; sobre la posibilidad de optar entre diferentes ofertas de empleo está la posibilidad de crear su propia empresa; por encima de la libertad política de poder votar libremente al partido que mejor represente nuestros intereses, está la libertad de poder constituir un partido nuevo. La soberanía del consumidor está, por encima de poder elegir entre las diferentes ofertas del mercado o rechazarlas todas, en la posibilidad de producir por si mismo un bien más adecuado a sus necesidades que cualquiera de los que el mercado le ofrece. La soberanía del ciudadano, por encima de poder votar, está en poder ser candidato. La libertad de un consumidor está en poder ser empresario. Esa es la clave y esencia del liberalismo económico y de la libertad política. La posibilidad de poder generar las propias opciones supone un nivel de libertad superior al mero optar libremente. Ni el monopolio ni la dictadura coartan la libertad por no ofrecer alternativas, el problema del monopolio y de la dictadura es el de impedir la libertad para que se generen otras alternativas. La libertad alcanza su esplendor en nuestra capacidad para la novedad y la innovación.
Libertad de acción
Se trata de considerar una libertad de acción que, sobre el libre albedrío para el ejercicio de la libertad de opción, requiere, además de la capacidad para determinar la propia voluntad, poder contar con algún tipo de poder que nos permita disponer de los medios necesarios para actuar en el logro de los fines propuestos. No se puede hacer lo que no se tiene poder para hacerlo. Así, no puede volar quien carece de alas ni es libre para correr quien perdió sus piernas.
El poder para actuar no es sinónimo de violencia, sino de capacidad. Sin embargo, un impedimento directo de la acción es toda coacción y violentamiento de la voluntad. Las restricciones a la acción pueden ser legales, morales o naturales; pudiendo éstas últimas ser lógicas, tecnológicas, logísticas o físicas. La libertad actuante, frente a la libertad optante, es una libertad creativa. Mientras la libertad optante está limitada por lo dado, la libertad creativa está limitada por lo posible y lo posible se dilata por recombinación y manipulación creativa de lo dado.
El ámbito de lo posible se amplía con el aumento de la tecnología, siendo la capacidad de innovación la más elevada forma de libertad de acción. Por otro lado, hemos de considerar la libertad de pensamiento. Mientras que el pensamiento racional se ve limitado por las leyes de la lógica, el pensamiento irracional no tiene otras leyes que las de la imaginación, lo concebible desborda lo posible. El hombre se encuentra en el dilema de tener que pensar racionalmente para incrementar su tecnología y con ella potenciar su libertad de acción, o de pensar sin restricciones lógicas para no limitar su libertad de pensamiento y creatividad. El arte no necesita lógica. La síntesis de esa dialéctica del pensamiento creativo se alcanza, imaginando sin límite para luego someter lo pensado a la disciplina de la realidad, para que lo imaginado pueda ser realizable, sometiéndolo a la disciplina de lo posible, sin limitar el pensamiento a lo ya realizado.
Al ser la innovación una forma de acción, la libertad es condición necesaria para toda innovación y, al ser la innovación el medio para ampliar el ámbito de lo posible, encontramos en la innovación el mecanismo de la libertad para su auto-potenciación y desarrollo. Todo órgano se desarrolla al ejercitarlo. Siendo la innovación el ejercicio supremo de la libertad humana, era de esperar que la libertad creciese con su ejercicio. La libertad se muestra en la capacidad de crear, en la originalidad. El objetivo final de la libertad es inventarte tu forma de ser y poder autodeterminar ser tu mismo.
Bibliografía
John Stuart Mill, On Liberty, 1859, Penguin Books, England, 1977
Thomas Hobbes, Libertad y necesidad, ediciones Península, Barcelona, 1991
Arthur Schopenhauer, Sobre la voluntad de la naturaleza, Alianza Editorial, Barcelona 1995
Isaiah Berlin, Cuatro Ensayos sobre la Libertad, Oxford 1969, Alianza Editorial, Madrid 1998 F.W.J. Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados, Antropos, Barcelona 1989
Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad, Viena 1997 Tusquets, Barcelona, 2000
Krishnamurti, On freedom, Victor Gollancz, London 1992
G. W Leibnitz, Escritos en torno de la libertad el azar y el destino, Tecnos, Madrid 1990
Immanuel Kant, Los progresos de la metafísica desde Leibnitz y Wolff, Tecnos, Madrid 1987.
Licenciado en Filosofía y Letras
Resumen argumental
El pensamiento filosófico occidental ha supuesto una conquista progresiva del concepto de libertad.
La libertad, en tanto ausencia de coacción externa, es condición necesaria de la acción humana como acto libre y responsable.
El ejercicio de la libertad requiere, además de la condición de libre, de conocimiento, determinación y poder.
La libertad presenta, por tanto, un aspecto de condición como libertad potencial o negativa y un aspecto de realización como libertad real o positiva.
La libertad potencial supone no sólo ausencia de coacción, sino ausencia de necesidad, lo que supone situarse al margen de la cadena causal y del determinismo, tanto del determinismo mecanicista como del providencialista.
La libertad negativa es el margen entre las restricciones externas y las necesidades internas. La libertad positiva es el margen entre la capacidad y el deseo.
Frente a la libertad de la independencia de causas externas está la libertad para establecer fines.
El ejercicio de la libertad comienza por la actuación sobre uno mismo.
La libertad supone espontaneidad, incertidumbre y riesgo, responsabilidad y moralidad. La libertad implica la moral.
Frente al mero libre albedrío optante, la auténtica libertad es creatividad y originalidad.
El objetivo final de la libertad es inventarte tu forma de ser y poder autodeterminar ser tu mismo.
No hay libertad sin seguridad y justicia. La libertad colectiva requiere de un ámbito de libertad en un marco institucional y legal. Todo ámbito de libertad es expansivo.
No hay ámbito de libertad pleno si no es universal.
Algunas ideas sobre la libertad en la historia de la filosofía
Aristóteles exigía dos condiciones para la libertad: Espontaneidad o ausencia de coerción (de manera que el principio de la acción se encuentre en el agente) y capacidad de elección junto con conocimiento de las opciones y de los objetos entre los que se elige. A mayor autonomía mayor libertad y cuantos más conocimientos sobre lo elegido, más libertad de elección.
Para los estoicos, la libertad consiste en reducir las necesidades.
Es en el poder de autodeterminarse donde Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, ve la libertad, la cual se origina en la capacidad de actuar sobre uno mismo. (Summa Theologica, I, 83, 1-3, y II, 1, 13)
Para San Agustín, la verdadera libertad es la liberación de la esclavitud interior del pecado mediante la gracia.
Durante la Edad Media se desarrolla entre los escolásticos el criterio de indiferencia, según el cual, una decisión no podría ser libre si no existiese una condición previa de indiferencia o equipropensión a cada alternativa de acción, dado que, en caso contrario, según la escuela, el agente estaría predeterminado en su elección.
Para Descartes, la realidad extensa (la realidad física) es una realidad mecánica y, como tal, determinista. El ámbito de la libertad se encuentra en la realidad pensante.
Leibnitz rectifica la tesis escolástica, matizando que la condición de indiferencia, en realidad, es una condición de contingencia, de ausencia de necesidad. El agente puede estar inclinado a una de las alternativas pero no predeterminado, dado que su acción es contingente y no necesaria, estando, por tanto, en libertad de decidirse o no por ella. Además, la inclinación se produciría por la bondad aparente de cada alternativa y no por su bondad real que normalmente es ignorada por el agente.
Leibnitz afirmará (Teodicea 288) que “la libertad estriba en la inteligencia, que entraña un conocimiento del objeto de la liberación, en la espontaneidad con la cual nos determinamos y en la contingencia, es decir, en la exclusión de la necesidad”. Leibnitz define la libertad como espontaneidad racional. (Conversación con el obispo Stenon acerca de la libertad, 27 de nov. 1677) “Es espontáneo aquello cuyo principio de actuación reside en el agente, y esto sucede también en la libertad. En efecto, una vez puestos todos los requisitos externos para actuar, la mente libre puede actuar o no actuar, en cuanto resulta obvio que ella misma (y no otra) está dispuesta”. La libertad supone ausencia de coacción y de necesidad.
La libertad, como autodeterminación, no supone ausencia de predisposiciones e inclinaciones hacia lo que se considera bueno, sino coherencia consigo mismo, naturalidad y, en el ser humano, lo natural es ser racional, reflexivo. La libertad humana es fruto del ejercicio de la reflexión.
Kant, si bien no los cita expresamente como realidad, clasificó los aconteceres en dos grupos: los determinados y los creados. Los primeros son forzosos y los segundos voluntarios. Aquellos están condicionados por las leyes de la naturaleza y estos por las leyes de la libertad. Los primeros sujetos a la causalidad y los segundos a la voluntad. La realidad corporal y las leyes de la naturaleza constituyen el imperio de la naturaleza, integrado por los reinos mineral, vegetal y animal. Las ciencias de la naturaleza son causales, deterministas y universales. La realidad espiritual y las leyes de la libertad integran el imperio de la creatividad. Las ciencias humanas son finalistas, indeterminadas y particulares.
Kant defiende que tanto el imperio de la naturaleza como el de la libertad se estudien, en primer lugar, a priori, teóricamente, fuera de toda experiencia y, luego, experimentalmente, a posteriori, lo que sea accesible a la experiencia. La diferencia es debida a que los aconteceres se dividen, por su referencia al presente, en acontecidos y por acontecer y aquellos que pertenecen al imperio de la libertad se constituyen, respectivamente, en hechos y quehaceres. Así como el imperio de la naturaleza nos es accesible al conocimiento empírico, en el imperio de la libertad son solo los hechos los que pueden ser estudiados experimentalmente a posteriori, pero no es ese el caso de los quehaceres, dado que éstos aún no han tenido lugar.
Al estudio empírico lo llama ciencia, ciencias naturales a las de la naturaleza y ciencias humanas a las de la libertad, mientras que al estiduio apriorístico lo llama metafísica. El estudio científico de la naturaleza es la Física en el sentido aristotélico (incluye la química, la biología y el resto de las ciencias de la naturaleza) y al estudio a priori de esa misma naturaleza lo llama Kant Metafísica de la Naturaleza. Al estudio empírico de la libertad lo llama Antropología (incluye la sociología, la política, la economía y las demás ciencias del hombre) y al estudio a priori de esa misma libertad lo llamó Kant Metafísica de las Costumbres o Moral.
Hemos de conceder a Kant que tanto en la naturaleza como en la libertad interesa iniciar su estudio con la metafísica, ya que no podemos lanzarnos al estudio de nada sin saber si ese estudio es factible y sin un método sobre cómo abordarlo. Además, en el caso de los quehaceres, resulta evidente que no cabe ningún método experimental. Cabría discutir si los quehaceres pueden estudiarse empíricamente por analogía con hechos análogos. En el reino de la moral no puede no haber libertad, pues sin libertad no hay responsabilidad. Luego cabe afirmar que si somos responsables es que somos libres.
Hobbes define la libertad como “Ausencia de cualquier impedimento para la acción que no esté contenido en la naturaleza y en la cualidad intrínseca del agente”. Por consiguiente, para Hobbes, las limitaciones naturales no son restricciones de la libertad. Los deterministas parten de lo dado, pero la libertad parte del yo, el yo para ser necesita ser libre (frente a la oposición libertad-necesidad, la necesidad de libertad).
Para Fichte, la libertad es lo característico del Yo.
Para Schelling libertad es posibilidad. ”Libertad es una capacidad para el bien y para el mal”, pero “sólo lo eterno es en sí, lo que reposa en sí mismo, la voluntad, la libertad es en sí”.
Para Hegel la libertad es libertad de la idea. La libertad es la autodeterminación, no existiendo otra libertad que la autoliberación. La libertad se realiza en la Historia.
Max entiende la libertad como proceso de liberación económica, política y social.
Stuart Mill piensa que la libertad está al servicio de la utilidad, por lo que sería renunciable en favor del bienestar.
Para Sartre la libertad es condición de la acción. La libertad caracteriza lo absurdo de la condición humana, una humanidad "condenada a ser libre".
Según Berson, la conciencia es libre porque no esta sometida a la mecánica.
Schopenhauer considera que nada es fortuito, que lo azaroso no deja de ser necesario; por lo que todo está perfectamente determinado por una causa común que es la voluntad, como voluntad común y cósmica subyaciente a todo acto. El fundamento marca el sentido de las apariencias y todo está sujeto a una estricta necesidad (a los designios del destino). Pero la voluntad ordenadora no nos es ajena y cada uno de nosotros participa con su voluntad en el acaecer de los hechos, de manera que “por ser yo todo es distinto". “Cada cosa tiene un eco en mí, resonando yo en los otros”. La libertad queda entretejida, junto con las voluntades, con las de los otros, en una gran interrelación cósmica.
Para Rousseau, libertad era poder volver a empezar
Para Plessner, el hombre se define en la determinación que hace de sí mismo al elegir. El sí mismo es un acontecer.
Para Ortega, en línea con Plessner, el hombre se elige a sí mismo al elegir, no sólo elige lo que decide hacer sino que elige que tipo de hombre decide ser al elegir lo que hace. Es decir, el hombre se hace en lo que hace. Podríamos decir que Miguel Ángel se hace Miguel Ángel pintando la Capilla Sixtina y tallando la Piedad y el Moisés; al igual que Napoleón se hace Napoleón conquistando Italia, coronándose emperador y siendo derrotado en Waterloo.
¿Qué es la libertad?
Libertad es la capacidad de sustraerse a un orden predeterminado. En la naturaleza todo es continuación, en la libertad se inician nuevos comienzos. Para Aristóteles la libertad se pierde cuando se actúa por coacción o ignorancia. Es esa una visión negativa de la libertad, que nos descubre la libertad al perderla bajo una coacción o al recuperarla tras evadirse de un orden imperativo.
La Real Academia nos define la libertad como “falta de sujeción y subordinación”. Por el lado positivo, el diccionario de la Academia nos dice también que libertad es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Nos quedaría por investigar de dónde le viene esa facultad y en qué consiste, para comprender el fundamento de la libertad. Dos cosas nos deja claras la Academia: que la libertad es una facultad “natural” y que es la condición de la responsabilidad.
Si indagamos en la naturaleza humana, encontramos que se caracteriza por las cualidades de libertad, racionalidad y comunicabilidad, las cuales no son independientes, sino que se imbrican mutuamente, condicionando toda acción humana. La comunicación permite un intercambio de información con otros seres humanos a fin de mejorar la calidad de la información sobre las opciones posibles y poder mejorar la calidad de las respuestas al ampliar la gama de las alternativas y facilitar su ponderación. La reflexión se alimenta de la información recibida en la comunicación y se sirve del lenguaje para formularse en términos explícitos. El lenguaje es el medio y producto de la comunicación. La reflexión potencia la libertad al ponderar mejor las opciones que la libertad ofrece con relación a los propios propósitos.
Además de ser condición para la acción humana, toda acción libre constituye el ejercicio de la libertad, la libertad ha de ejercerse. Ejercer la libertad es ejercer el autogobierno. Para comprender la naturaleza interna del ejercicio de la libertad hay que comprender la estructura de lo que supone ejercer el gobierno de uno mismo.
La cultura egipcia antigua reconocía tres atributos a la realeza: El Faraón poseía percepción (sia), palabra eficaz (hu) y poder (heka); la integración de las tres constituye la capacidad de gobernar. Muchos poemas épicos del antiguo Egipto tienen la estructura sia-hu-heka. Comienzan por presentar al Faraón informándose, pidiendo ser ilustrado sobre la situación (sia). A continuación el Faraón anuncia lo que va ha hacer y dice lo que debe ser hecho, y su palabra tiene poder para que se realice lo que enuncia (hu) voluntad para actuar. Por último, se hace lo dicho, porque el Faraón tiene poder para realizar lo que se propone (heka). El mismo esquema se sigue para todo tipo de problemas, ya sean políticos, económicos o militares.
El ejercicio de la libertad requiere sia, hu y heka: conocimiento fundado de la situación, un diagnóstico correcto de la realidad, una visión racional de lo que procede hacer y, como tal, formulable en palabras inteligibles, que implique la autodeterminación consciente de qué hacer y cómo realizarlo y, por último, poder para ejecutarlo.
Aristóteles indicó la importancia del conocimiento (sia) para la libertad e Isahia Berlín señaló la necesidad de capacidad o poder (heka) para ejercer la libertad positiva; nos falta añadir la formulación racional del propósito por el que la voluntad se autodetermina (hu), para completar el esquema del libre ejercicio de la libertad en cuanto autogobierno, según la pauta egipcia. La libertad rompe la cadena causal y se establece en la acción humana gracias a un hiato que surge entre el estímulo y la reacción, proporcionando una indeterminación a las reacciones que las hace imprevisibles en tanto indeterminadas. La libertad es la condición para que el comportamiento pueda ser humano y será tanto más humano cuanto más sea ese hiato del hu colmado por la reflexión personal implicada en la opción.
¿De dónde surge ese hiato?
Decía D. Julián Marías que el hombre es futurizo, está en el presente, pero vive contemplando el futuro, haciendo proyectos. La memoria le permite recordar y el contraste entre los recuerdos y el presente le proporciona un sentido del tiempo que le proyecta al futuro. Como futurizo, una característica humana es tener intereses e intenciones que desearía hacer realidad en el futuro. Los intereses condicionan su atención, mediatizando sus percepciones y las intenciones orientan su acción, guiándola hacia la consecución de propósitos dentro de sus pronósticos. La manipulación de los recuerdos en concordancia con sus intereses le permiten imaginar un futuro memorable que propende a hacerse realidad.
Entre recordar pasados e imaginar futuros, desarrolla el hombre un mundo interior de imágenes que le dota de una potente subjetividad, en la que es capaz de sumergirse, interiorizando sus vivencias hasta el límite de poder desconectar del mundo exterior. La subjetividad amortigua los estímulos hasta poder llegar a ignorarlos, desde el superficial “estar distraído”, hasta el ensimismamiento total del éxtasis. Otra distorsión de los estímulos exteriores está causada por la selectividad que proporcionan los intereses al actuar como guías y filtros de la atención, distorsión que se complementa con la capacidad de interpretar de diversas maneras los estímulos recibidos, en función de sus expectativas.
Como consecuencia, la relación entre estímulos y respuesta no puede ser mecánica, automática, en cuanto los estímulos están filtrados por la atención y modulados por la interpretación. Como consecuencia, entre cada estímulo y su respuesta, se interpone en el hombre toda su interioridad, emotividad incluida, haciendo que la relación causa efecto sea flexible y modulada, desviándose de los meros cauces mecánicos. El resultado es que las reacciones humanas sean, constitutivamente, imprevisibles por impredeterminadas. Vista desde fuera, esa imprevisibilidad del comportamiento ajeno se nos muestra como una ruptura en la cadena causal, como si en el interior del otro actuasen causas endógenas, tanto ajenas a los estímulos externos como concomitantes con ellos. Introspectivamente sentimos que muchas de nuestras acciones se inician por incitación de un imperativo personal del que nos sentimos dueños y al que llamamos voluntad.
Es en ese hiato en el interior del ser humano entre la acción y la reacción en donde, rota la cadena causal, surge la libertad.
¿Es la libertad posible ?
La libertad de la voluntad, además de ausencia de coacción, presupone ausencia de necesidad. No puede considerarse libre quien no tiene otra opción para su acción que hacer lo que hace. Hemos de reconocer que no todos los actos son voluntarios. Hay actos involuntarios, como los actos reflejos y los actos mecánicos, ni cerrar los ojos ante un fogonazo ni desplazarse en un frenazo de autobús son actos voluntarios. Pero también hay actos voluntarios, tanto espontáneos como deliberados, siendo tanto más voluntarios cuanto más deliberados.
El determinismo fatalista niega la libertad, porque asume que todo ocurre por necesidad. La Edad Media reformula la pretensión de un destino predeterminado, motivado por la pretendida incompatibilidad de la libertad humana con la presciencia divina. ¿Cómo puede ser posible la libertad, si Dios conoce de antemano lo que va a ocurrir? La cuestión que se plantea es la duda sobre si los individuos son libres o están predestinados y sus actos están predeterminados por el conocimiento divino de lo que va a ocurrir.
Es Leibnitz quien resuelve el problema del determinismo teológico al distinguir entre verdad y necesidad. Para el filósofo de Leipzig, la verdad de los hechos contingentes no los hace necesarios. Así, el que yo esté ahora escribiendo estas líneas es verdad, pero el hecho de estar escribiendo ahora es contingente, pues tengo otras cosas que hacer que podría estar haciendo en lugar de escribir. Sin embargo, es verdad que estoy escribiendo y seguirá siendo verdad para siempre que en esta fecha estuve escribiendo lo aquí escrito, como también era verdad desde siempre la proposición que afirmaba que yo estaría escribiendo estas líneas el día que las escribí, pero la verdad de esa afirmación no hacía necesario el hecho. De manera que los futuros contingentes no se hacen necesarios por razón de ser verdad cuando ocurran. La realización verifica la proposición que afirma esa acción y que ya era verdad desde siempre, pero la verdad de la proposición no provoca su realización, sino a la inversa. Frente a la tesis de Epicuro, que afirmaba que el futuro no es ni verdadero ni falso, Leibnitz asume la tesis tomista que defiende la verdad de los futuros contingentes, cuya verdad está determinada por su ocurrencia y no al revés.
Todos actuamos por motivos, indicaba Leibnitz, la indiferencia total nunca se presenta, dado que el principio de razón suficiente hace que “no pueda haber algo que acontezca sin una causa”. Para Leibnitz nada es arbitrario, pero eso no impide que la mayoría de los sucesos sean contingentes. Por consiguiente, el que Dios pudiese conocer esa verdad desde la eternidad no implicaba que fuese necesario, siendo yo libre hoy de escribir o no hacerlo, a pesar de que Dios conociese desde siempre lo que estoy haciendo hoy y ahora.
El mismo Hobbes reconoce que “la presciencia es conocimiento y el conocimiento depende de la existencia de las cosas y no éstas de aquel”. Infalibilidad no es necesidad, necesario es aquello cuyo contrario implica contradicción, lo que no puede ser de otra manera. Liberados del fatalismo que parecía estar implícito a la eternidad de la verdad de los futuros contingentes, queda otra dificultad: la de la razón suficiente. Si todo tiene una causa, todo esta causado por algo, luego, si la acción es efecto de sus causas, no hay lugar para la libertad. Se trata de la otra versión del determinismo, cuya expresión más elaborada la encontramos en el mecanicismo radical de Hobbes y Laplace. La voluntad se encontraría determinada por una serie de causas ajenas a ella, que la obligarían a elegir inevitablemente lo que elige. El mecanicismo radical se funda en el principio de causalidad, a partir del cual, Hobbes razona que si todo tiene una razón suficiente, todo tiene una razón necesaria.
Fue Kant quien, partiendo de Hume, nos aclara que el principio de causalidad no es un principio empírico sino lógico (Kant; Los progresos de la Metafísica de Leibnitz a Wolf). Se trataría de un principio derivado del principio de contradicción y de la convicción de que ser es ser causado. Concepción ésta del ser que, para empezar, no distingue entre ser per se o ser per alia, y que, aunque es aplicable a ellos, ni siquiera se muestra en los fenómenos, pero que si, generalizado a todas las formas del ser, se superpone al principio de contradicción, nos lleva al de causalidad. De manera que si “una cosa no puede ser y no ser, al mismo tiempo y de la misma manera” y asumimos que ser es ser causado, podemos concluir que “nada puede ser y no ser causado”. La aplicación del principio de causalidad sobre los fenómenos empíricos nos permite interpretar las observaciones de sucesión sistemática de fenómenos como relaciones causales, con el éxito bien conocido en el análisis de los fenómenos mecánicos y de toda la física.
Pero la voluntad no es un fenómeno, sino un concepto psicológico que define el punto de articulación mental entre los fines propuestos y las razones con las que se busca apoyar y justificar esos fines, a fin de lograr la motivación suficiente para movilizar los recursos y el esfuerzo necesario para alcanzar los fines. La aplicación del principio de causalidad sobre la acción humana nos lleva a la conclusión de que debe de haber una causa de nuestro proceder, siendo a esa causa a lo que denominamos voluntad. La voluntad no es un efecto, sino una causa pura derivada del principio de causalidad, luego no está determinada, aunque pueda ser movida por razones y violentada con coacciones. No hay causa suficiente que, sin coacción, mueva la voluntad desde fuera de si misma.
Podemos definir la voluntad como la capacidad para autodeterminarnos mediante razones, a actuar en la consecución de los fines propuestos. El hombre no puede evitar desplazarse ante un frenazo del autobús, pero las causas mecánicas no son suficientes para mover la voluntad cuando no se dan la coacción ni la manipulación. El determinismo mecánico tiene vigencia hasta donde la mecánica alcanza y la voluntad no está en el espacio, no pudiendo ser accedida mecánicamente. Es evidente que si se nos empuja por la izquierda nos desplazaremos hacia la derecha, el efecto de toda acción mecánica esta determinado físicamente hasta el punto de poder ser previsible, pero en el interior de la mente la mecánica condiciona pero no determina. El determinismo laplaciano se limita a los movimientos mecánicos, pero el hombre no es una bola de billar rodando sobre una mesa.
Ya hemos visto como la escolástica ve la solución a la falacia determinista en la consideración de que la libertad brota en condiciones de indiferencia, cuando las diferentes opciones son equipotenciales. Es también Leibnitz quien rebate esta falsa solución afirmando que, en efecto, toda acción está determinada por algún motivo, dado que la indiferencia absoluta no puede darse por los múltiples impulsos concurrentes en toda ocasión, pero tener motivos para actuar no equivale a no tener libertad. Leibnitz propone que todo acto está determinado por los motivos que lo promueven, no siendo todos ellos causas externas al sujeto que obra, dado que se dan motivos internos: Unos debidos a las inclinaciones del sujeto por su naturaleza y otros por razones que encuentra para actuar como lo hace en un proceso de deliberación. La conclusión a la que llega es que la libertad se da en tanto sea el componente racional el que domina sobre las causas externas y las inclinaciones naturales. Para Leibnitz libertad equivale a racionalidad, decantándose siempre la razón por la consecución del bien, sea éste real o aparente, según sea la calidad de la información que se maneja en la deliberación.
La prueba de la libertad la tenemos en que si no hubiese libertad no se darían ni las alabanzas, ni las críticas, ni los elogios ni las censuras, ni las recompensas ni los castigos, ni las amenazas ni los consejos, ni los ruegos ni los agradecimientos, ni la satisfacción ni el arrepentimiento, ni el reconocimiento ni la censura. La libertad existe en cuanto existen actos morales y responsables.
Jacobi llamaría a la posibilidad de la libertad un “salto moral”. Über die Lehre das Spinoza in Briefen an den Herrn M. Mendelssohn, Breslau 1785, p.27, donde dice: “Creo en una causa inteligible y personal del mundo..., Me ayudo mediante un salto moral desde la cosa”.
Los límites de la libertad
Toda realidad implica un límite. Los límites más evidentes de la libertad son los límites físicos. Imponer tapias, alambradas, cerrojos y cadenas son formas toscas y mecánicas de privar de libertad, mediante la limitación de movimientos. Todo ser humano, en tanto cuerpo material, está sometido a la cadena causal de fuerzas mecánicas y procesos físico-químicos que condicionan y delimitan el ámbito de su libertad desde su entorno. Como también condicionan a la libertad de cada momento las acciones realizadas en el pasado, creando hábitos, y la propia naturaleza del individuo, estableciendo inclinaciones que actúan junto con los estímulos y reclamos que el presente le ofrece. Todo ello determina una inclinación pero no una necesidad. Nuestra voluntad está condicionada pero no predeterminada.
La libertad se manifiesta claramente en la capacidad para proponerse fines y metas futuras, además de la capacidad de seleccionar e interpretar los estímulos y la información a la que uno se encuentra sometido, mediante el ejercicio de dirigir la atención según los intereses de cada cual. La libertad se produce en la articulación entre la intención y la atención. Nuestra propia naturaleza delimita las posibilidades de elección y de acción, al limitar la capacidad de nuestros sentidos, las potencialidades de nuestro organismo y el desarrollo de nuestras habilidades, aunque la tecnología pueda suplir algunas de las limitaciones naturales.
Los límites de la libertad son la conjunción de las restricciones externas y las limitaciones propias. Las coacciones de los demás y nuestra falta de capacidad e información. Siendo la libertad en sentido positivo capacidad de acción, hemos de cuestionar si, dentro de los límites impuestos por la propia capacidad para actuar, hay otros límites adicionales para la acción. Hay, además, consideraciones morales que limitan nuestra libertad de acción.
Una regla a considerar, desde el punto de vista moral, es el imperativo categórico kantiano, según el cual, toda acción debe estar restringida por la reflexión de que una acción es desaconsejable si la generalización de esa acción lleva a su propia contradicción, lo que haría que la acción no fuese moral. Kant pone como ejemplo el caso de “no pagar las deudas”, que si se generalizara, llevaría a que nadie prestase, con lo que no habría lugar a deudas. Podemos aplicar el imperativo categórico a todo tipo de temas, por ejemplo, al aborto. Si toda embarazada aborta se terminaría la especie humana, con lo que se terminaría con la posibilidad de abortar. Podríamos seguir aplicando el imperativo categórico a cuantos temas nos preocupen.
Dos son los límites morales a la propia libertad: el derecho de los otros y los propios compromisos adquiridos líbremente. Actuar contra los derechos ajenos es renunciar a que se reconozcan nuestros propios derechos y no respetar los compromisos adquiridos es denunciar nuestra incapacidad para adquirir compromisos. Cuando los derechos se hacen explícitos y regulados por ley, estamos en un estado de derecho, siendo la ley el límite y la garante de la libertad. El límite del derecho regula el uso de la fuerza limitándola a la imposición de la ley. En el ámbito internacional, el problema de la libertad se nos traslada a la existencia y vigencia de un derecho internacional que garantice, junto a la libertad, la seguridad y la justicia.
Libertad de elección
Al libre ejercicio de la voluntad que, desde antiguo, se le conoce como libre albedrío, es un aspecto de la voluntad que se manifiesta como voluntad de elegir entre opciones. Desde la perspectiva del libre albedrío, la teoría económica neoclásica considera al ser humano como mero optante. Vista así, la libertad humana se ve limitada por las opciones que se le presentan como alternativas posibles, lo que hace concebir al monopolio como una negación de la libertad al eliminar otras opciones. Pero, gracias a su interioridad y su capacidad de pensar, ante una serie de opciones, entre las varias alternativas que tiene ante sí, a todo hombre le cabe la posibilidad de imaginar otras, de inventarse alternativas de su propia creación, al margen de las que se le ofrecen. Así, a la libertad económica de poder elegir entre las diferentes bebidas que se ofrecen en el mercado se le añade la posibilidad de inventar una nueva; sobre la posibilidad de optar entre diferentes ofertas de empleo está la posibilidad de crear su propia empresa; por encima de la libertad política de poder votar libremente al partido que mejor represente nuestros intereses, está la libertad de poder constituir un partido nuevo. La soberanía del consumidor está, por encima de poder elegir entre las diferentes ofertas del mercado o rechazarlas todas, en la posibilidad de producir por si mismo un bien más adecuado a sus necesidades que cualquiera de los que el mercado le ofrece. La soberanía del ciudadano, por encima de poder votar, está en poder ser candidato. La libertad de un consumidor está en poder ser empresario. Esa es la clave y esencia del liberalismo económico y de la libertad política. La posibilidad de poder generar las propias opciones supone un nivel de libertad superior al mero optar libremente. Ni el monopolio ni la dictadura coartan la libertad por no ofrecer alternativas, el problema del monopolio y de la dictadura es el de impedir la libertad para que se generen otras alternativas. La libertad alcanza su esplendor en nuestra capacidad para la novedad y la innovación.
Libertad de acción
Se trata de considerar una libertad de acción que, sobre el libre albedrío para el ejercicio de la libertad de opción, requiere, además de la capacidad para determinar la propia voluntad, poder contar con algún tipo de poder que nos permita disponer de los medios necesarios para actuar en el logro de los fines propuestos. No se puede hacer lo que no se tiene poder para hacerlo. Así, no puede volar quien carece de alas ni es libre para correr quien perdió sus piernas.
El poder para actuar no es sinónimo de violencia, sino de capacidad. Sin embargo, un impedimento directo de la acción es toda coacción y violentamiento de la voluntad. Las restricciones a la acción pueden ser legales, morales o naturales; pudiendo éstas últimas ser lógicas, tecnológicas, logísticas o físicas. La libertad actuante, frente a la libertad optante, es una libertad creativa. Mientras la libertad optante está limitada por lo dado, la libertad creativa está limitada por lo posible y lo posible se dilata por recombinación y manipulación creativa de lo dado.
El ámbito de lo posible se amplía con el aumento de la tecnología, siendo la capacidad de innovación la más elevada forma de libertad de acción. Por otro lado, hemos de considerar la libertad de pensamiento. Mientras que el pensamiento racional se ve limitado por las leyes de la lógica, el pensamiento irracional no tiene otras leyes que las de la imaginación, lo concebible desborda lo posible. El hombre se encuentra en el dilema de tener que pensar racionalmente para incrementar su tecnología y con ella potenciar su libertad de acción, o de pensar sin restricciones lógicas para no limitar su libertad de pensamiento y creatividad. El arte no necesita lógica. La síntesis de esa dialéctica del pensamiento creativo se alcanza, imaginando sin límite para luego someter lo pensado a la disciplina de la realidad, para que lo imaginado pueda ser realizable, sometiéndolo a la disciplina de lo posible, sin limitar el pensamiento a lo ya realizado.
Al ser la innovación una forma de acción, la libertad es condición necesaria para toda innovación y, al ser la innovación el medio para ampliar el ámbito de lo posible, encontramos en la innovación el mecanismo de la libertad para su auto-potenciación y desarrollo. Todo órgano se desarrolla al ejercitarlo. Siendo la innovación el ejercicio supremo de la libertad humana, era de esperar que la libertad creciese con su ejercicio. La libertad se muestra en la capacidad de crear, en la originalidad. El objetivo final de la libertad es inventarte tu forma de ser y poder autodeterminar ser tu mismo.
Bibliografía
John Stuart Mill, On Liberty, 1859, Penguin Books, England, 1977
Thomas Hobbes, Libertad y necesidad, ediciones Península, Barcelona, 1991
Arthur Schopenhauer, Sobre la voluntad de la naturaleza, Alianza Editorial, Barcelona 1995
Isaiah Berlin, Cuatro Ensayos sobre la Libertad, Oxford 1969, Alianza Editorial, Madrid 1998 F.W.J. Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados, Antropos, Barcelona 1989
Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad, Viena 1997 Tusquets, Barcelona, 2000
Krishnamurti, On freedom, Victor Gollancz, London 1992
G. W Leibnitz, Escritos en torno de la libertad el azar y el destino, Tecnos, Madrid 1990
Immanuel Kant, Los progresos de la metafísica desde Leibnitz y Wolff, Tecnos, Madrid 1987.
5 comentarios:
Querido Carlos:
(Con todo el respeto y el cariño del mundo, pero frívolamente y sin pensarlo dos veces.)
Atónito, mas que sorprendido me has dejado con tu lección magistral. Pero dentro de mi irreverencia ( algunos lo llamarían libertad, yo nó porque se que solo es una frívola necesidad que me impele a llevarte de alguna manera la contraria) voy a escribir mis propias reflexiones, mucho menos documentadas y sabias que las tuyas.
Parto de la base de que la vida es un continuo. El espermatozoide y el óvulo que van a formar (en su caso) un ser humano, son seres vivos "antes de". Leyes muy precisas les permitirán evolucionar de una determinada manera.
El hombre nace pues determinado absolutamente.Padres,lugar, atributos, y aun después de nacer, clase social, religión , nacionalidad etc le van a ser imbuidos mediante una educación que responde a una determinada concepción del mundo. Eso le va a colocar obligatoriamente en un segmento que oscila entre ser Héroe o Hereje o "contribuyente" en todas esas vulgares posiciones intermedias que tan bien conozco.
El experimento mental del gato de Sröendinger cuestiona la veracidad de tu afirmación sobre la verdad de tu escritura de el artículo. Si es verdad que el gato está muerto-no muerto) hasta que se colapsa la función de onda por la observación, no es cierto que la afirmación de un hecho sea cierta antes de que este se produzca, aunque se produzca. Parece ser que se reconfigura la verdad de la historia, como tanto deseaba Borges.
Pasado, presente y futuro, son conceptos muy difíciles de entender, porque el único que tiene existencia (el presente) es el que no se puede percibir ni programar. Se recuerda el pasado, se programa el futuro. El paso infinitesimal de la historia en el tiempo es por tanto una velocidad (tangencial a los hechos proyectados). Nunca somos dueños de nuestro destino. Tenemos que estar tirando siempre de las riendas de los caballos que llevan el carro de nuestra vida para mantenerlos en el camino. Un camino que une un punto que nosotros no hemos elegido, con un final inexorable que está dentro de una franja de creencias la mayoría de ellas también impuestas.
Hablamos de necesidad. Muchas de nuestras necesidades son construidas y ficticias, y otras muchas son desconocidas, aunque existan. Hablamos de azar, pero casi siempre es el desconocimiento de nuestras particulares variables generalizadas y de las fuerzas que actúan sobre ellas.
El problema radica, como siempre, en tratar de romper esa contingencia que el hombre no quiere aceptar. No podemos usar el Todo, el Nada, el Siempre y el Nunca sin incurrir en error. El ser humano NECESITA ser necesario. Para ello tiene que ser libre. Y de hecho lo consigue en muchas pequeñas parcelas de su vida, siempre que no trate de descubrir que quiere decir eso. Porque querido Carlos, yo creo que el sentimiento de libertad no es fruto de la imaginación y su puesta en marcha, sino de la ignorancia de las Leyes de la Vida.
Un abrazo.
Nacemos determinados genéticamente, pero, aparte de que los genes no determinan todo, está por ver el efecto genético de nuestro comportamiento, hasta qué punto las mutaciones que nuestros genes sufren a lo largo de la vida son fruto de la rediacciòn cósmica o, al menos en parte, de nuestras acciones. Desde luego, si decidimos, como Mdme Curi, investigar el radio vamos a sufrir radiaciones.
Por otra parte, la ciencia está aprendiendo a activar y desactivar genes en células aisladas, generando y reprogramando células troncales e incluso pasando directamente de un tipo de célula a otro distinto, es decir: células con los mismos genes basicos pero diferentes genes activados. Habría que ver si nuestro metabolismo tambien lo hace, en cuyo caso podemos tener genes que anulamos a lo largo de la vida.
Cuando empecé a estudiar la gramatica árabe me llamó mucho la atención que el verbo ser (Kana) tiene pasado y futuro, pero no se conjuga en presente, en linea con lo que afirmas sobre el tiempo. Hay otro verbo (Saara) que significa llegar a ser como proceso de irse haciendo, tambien en tu linea. Las frases que indican algun atributo en presente son frases nominales, sin verbo, como indicando una continuidad atemporal: Casa blanca, agua deliciosa, hombre grande.
Es verdad que la afirmación de un hecho no es cierta hasta que se produzca, eso mismo digo en el artículo: que es el hecho el que hace cierta la proposicion que lo afirma y no al revés.
Sobre la naturaleza del tiempo habria otro tema de estudio. De entrada me gusta la visión de Einstein como parte del continuo del espacio tiempo al ver la realidad como un espacio de sucesos en vez de un espacio de posiciones. Lo bueno de ese espacio es que las distancias espacio-temporales son un invariante para cualquier universo inercial, lo que le da un espacial atractivo matemático, además, permite curvaturas del espacio posicional dentro del espacio cuatridimensional que esplican la fuerza de la gravedad y su efecto instantaneo. (Si non e vero e ben trovato). La interpretación que hace Kant del tiempo como forma de la realidad, te confieso que nunca he llegado a entenderla del todo. Lo cierto del tiempo es su irreversibilidad y que envejezco. Mis propositos, con independencia de que se realicen, no dejan de transformarse en recuerdos que, para colmo, no dejo de ir olvidando.
Sobre la naturaleza del hombre me encanta la concepción de Kant cuando ve al hombre como fin en si mismo y el trato que da, como consecuencia, a la dignidad humana. Es recomendable la lectura de las dos críticas kantianas.
Finalmente, creo que tanto el valor como la creatividad (y por consiguiente la historia) le deben mucho a la ignorancia. La ignorancia es un activo, la de divorcios, disputas y odios que ha debido evitar.
Mi padre tenia un amigo que razono que como al final de la guerra el kilo de chatarra valia cinco centimos y esa era la moneda más pequeña, concluyo que el precio no podria bajar más y, ademas, cualquier cambio lo pondria a 10 centimos el kilo, que era la moneda en curso siguiennte. Asi que se empeño y compro chatarra hasta llenar un solar que tenia en la calle Villamil de Madrid. El caso fue que el precio subio a un duro el kilo, cinco pesetas y se forró.
Todo por ignorar que la chatarra podria llegar a valer cinco centimos los dos kilos o menos.
Querido Carlos:
Me alegra mucho que introduzcas algo del sentido del humor que atesoras en tus escritos. Los haces mucho mas próximos a mi. La paradoja del chatarrero amigo de tu padre, habla mas de la fortuna que de la libertad, dentro de un eficaz guiño a la fiabilidad de la moneda al alza. Bien está lo que bien acaba.
Creo que un espacio tiempo curvado no puede ser inercial, ya que la curvatura introduce inexorablemente una aceleración.
Por otra parte el intercambio de gravitones, aunque se muevan a velocidades varios miles de veces la velocidad de la luz necesita aun mas precisión. Debo confesar que a mi el simil de la banda elástica no me convence demasiado en un espacio inercial.
Y la libertad, aunque tal vez sea la proyección del "ser" sobre el mundo de los hechos, no deja de ser un pajarillo que siento revolotear muy cerca de mi cada vez que tengo una duda o tomo una decisión.
Anda Alberto, súmate a nosotros y comenta para que este blog se convierta en un centro de acogida de todos los pensamientos razonables.
Un abrazo.
No veo incompatibilidad entre que se produzcan las deformaciones locales del espacio-tiempo por la presencia de masa que predice la relatividad general para explicar la gravedad y la posibilidad de sistemas de coordenadas que se desplacen inercialmente respecto a otros sistemas de coordenadas, es decir: en linea recta y a velocidad constante.
Respecto a los gravitones, habrás visto en el video que te envie sobre las supercuerdas, la teoría de que se pueden escapar del universo al ser cuerdas cerradas que carecen de extremos que las anclen, lo que debilita los efectos de fuerza de la gravedad en su universo de origen. La imaginación al poder.
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