a Iván
El enigma del Panteón
El Panteón es un edificio singular que se alza en la Piazza della Rotonda de Roma y es famoso en el mundo entero. Se trata de un edifico cilíndrico al que se accede por un pórtico de columnas, resto de un templo anterior, que recuerda al Partenón griego y lo dignifica como templo. El cilindro está cubierto por una cúpula semiesférica coronada por un enigmático orificio circular en su cúspide, por el que entra la luz y cae el agua de lluvia. Como su nombre indica, es el templo de todos los dioses, por lo que sorprende que en su interior no se encuentre ninguna estatua de dios alguno, ni siquiera un pedestal vacío alzado en honor del dios desconocido, como nos cuenta San Pablo que tenían los atenienses. Tiene la particularidad de que el radio del cilindro es igual a la mitad de la altura de la cúpula, por lo que se puede inscribir en su interior una esfera imagen del universo. Los guías que enseñan el Panteón romano alaban el prodigio de la estabilidad estructural de una cúpula que carece de remate central, algo que se logra mediante una viga circular horizontal que hace de clave. De hecho, cada anillo horizontal de la bóveda es autoportante, como ocurre con los anillos de hielo de un igloo. Se cuenta que Filippo Brunelleschi estuvo estudiando durante un largo tiempo la estructura del Panteón, con el fin de obtener ideas para la cúpula de la catedral de Florencia, terminando por resolver su problema con una doble bóveda autoportante que dejaba un agujero central cubierto con un lucernario que coronaba la cúpula catedralicia en lo más alto, de manera que permite el paso de la luz a la vez que impide la caída de la lluvia al interior del templo florentino. Miguel Angel repitió la idea del lucernario en la cúpula de San Pedro en Roma popularizándola.
El inframundo
Para los romanos clásicos, la
realidad tenia tres planos superpuestos: el de la ciudad, el del inframundo y
el celeste. Los tres eran considerados reales y físicos, si bien, la ciudad era
la realidad cotidiana, la urbe que
regía el orbe, mientras que los otros
dos eran lugares remotos, del ultramundo, aunque accesibles desde la ciudad
capitolina. Siglos más tarde, Dante ilustró y cristianizó el modelo en su
Comedia, sustituyendo ciudad por purgatorio, como imagen descriptiva de la
trascendencia, manteniendo el infierno debajo y el cielo arriba. El inframundo,
abismal y subterráneo, donde reinaba la oscuridad y lo tenebroso junto con lo
indeseable, se comunicaba con la ciudad a través del mundus, un profundo pozo situado en el centro de Roma, junto al
arco de Séptimo Severo, visto desde el actual Museo Capitolino a su derecha,
entre el arco y I Rostri, la tribuna
de los oradores. El mundus se encuentra al lado de una doble base de sendas piedras
circulares superpuestas de la que hablaremos. Se cuenta que Rómulo, tras lanzar
sus compañeros al pozo un puñado de tierra de su país de origen, trazó con el
arado el círculo que delimitaba la ciudad, tomando como centro el mundus, razón por la que desde el
inicio, la ubicación era considerada el centro de la ciudad y del Imperio,
desde donde irradiaban todas la vías imperiales y en el que se localiza el
origen de todas las distancias. La señal que marcaba el kilómetro cero oficial
del Imperio (más bien la milla cero), era el miliarium aureum, un mojón
que, no pudiendo estar en el centro del pozo, se colocó a su lado. Estaba este
punto señalado por una estructura de bronce, en forma de pequeño obelisco, de
la que, en la actualidad, solo queda la amplia doble base redonda de piedra
sobre la que se alzaba y de la que hablábamos antes. La frase de que
"todos los caminos llevan a Roma" era cierta, pues todos terminaban
en el miliarium aureum. Al yuxtaponer
el mojón del miliarium al mundus, se conforma una única realidad
dual que constituye el santum santorum
de la ciudad, umbilicus urbis Romae, el ombligo de la ciudad, donde la
madre tierra alumbró las tinieblas del vacío para dar origen al mundo,
extrayéndolo del fértil subsuelo, y desde donde la ciudad se expande
extramuros, por esos caminos que le llegan de todas partes y mediante los
cuales estructura al Imperio en torno a su origen. Junto al ombligo del mundo
se alza I Rostri, la tribuna desde la
cual los oradores, al dirigirse al pueblo romano, hablaban al orbe. El conjunto
se encuentraba situado a los pies de la escalinata del Senado, donde con el Verbo del pueblo, expresado por los oradores,
se codificaba el Derecho Romano, cuyas leyes, dictadas desde ese principio
estructurador de unidad, coherencia y cohesión que queda representado por el umbílicus
urbis, formalizaban y regulaban la organización y normativa del Imperio. Todo
se organiza desde ese lugar sagrado situado sobre el monte Capitolino. El
conjunto puede verse desde las ventanas del museo del mismo nombre que dan al
Foro, desde donde se ha hecho una de las fotos con las que se ilustran estas
líneas y en la que, a la izquierda, se ve un edificio amarillo donde estuvo el Senado.
Todo lo que se arrojaba al mundus era in-mundo. Eso incluía los
cadáveres de los ajusticiados que no tenían derecho a sepultura y los cuerpos
de los niños cuyo padre no alzaba sobre su cabeza tras haber nacido, en señal
de un segundo nacimiento, en el que mediante el acto de alzamiento el padre lo
rescataba de la tierra y reconocía su paternidad y el niño alcanzaba derechos civiles
y se le reconocía públicamente el derecho a la herencia familiar. Junto a
ellos, se tiraban todo tipo de desperdicios, detritus e inmundicias que la
ciudad rechazaba; siendo, de hecho, la primer cloaca romana. En lo más profundo
del mundus se hallaba la caverna del
inframundo, más imaginaria que real, el Hades, en la que reinaba Plutón y moraban
los espíritus malignos junto con los seres de ultratumba. Era la parte más
indeseable y tenebrosa del ultramundo. Había otra entrada extramuros al Hades
en el Averno, el cráter de un volcán cerca de Miseno, en el golfo de Nápoles.
El mundo celestial
Por encima de la ciudad se encontraba el otro más allá, el de la realidad celeste, el mundo de la luz en el que reina Júpiter y moraban los demás dioses olímpicos junto con los espíritus benignos y otros seres celestiales. La conexión de la ciudad con lo celeste se realizaba por otro agujero antípoda del mundus, el orificio central del Panteón. Ese destacado edificio en forma de igloo de hormigón recubierto de mármol con un misterioso orificio como corona al que nos referíamos al inicio y por el que, frente a las tinieblas del mundus, se inunda de luz el edifico. En el Panteón no había ninguna estatua de ningún dios, porque todos los dioses podían entrar y salir de él a su antojo, por el oculus sin ser vistos. El orificio del Panteón no está ahí por razones de iluminación ni hidráulicas ni estéticas, ni por alarde arquitectónico, sino cumpliendo una función trascendente, la conexión de la ciudad con lo divino. El oculus, una vez al año, jugando con la luz y las sombras, hace un guiño al mundus, cada 21 de marzo, fecha en que se conmemora la fundación de la ciudad y el labrado del surco divisorio de los lindes por Romulo en torno al mundus, proyecta la luz del sol sobre la puerta de entrada del Panteón. En esa fecha, el Emperador se mostraba al pueblo desde la puerta del Panteón, aureado por la luz divina. Otra conexión con el mundus es que el Panteón está localizado en el lugar en que la tradición identifica como el sitio en el que se produjo la muerte y fue descuartizamiento, como ritual para inmortalizalo, y propiciar la apoteosis celestial de Rómulo como Quirino, siendo arrebatado al cielo por los dioses, durante un eclipse, entre truenos y relámpagos, desde ese mismo lugar de su muerte; lugar que, para los romanos, dialoga desde entonces entre el cielo y la tierra, entre lo inmortal y los mortales. Se dice que Rómulo enterró a su hermano donde quiso fundar Remoria o Roma, no sería de estrañar que Remo esté enterrado bajo el milliarium aureum. El vínculo entre el Panteón y el mundus es evidente. La mirada de los dioses desde el oculus hacía elevar la vista al cielo. La conexión del romano con la trascendencia es topográfica y visual, la Roma Clásica no tiene profetas.
La ciudad
La ciudad se estructuraba y
articulaba en torno al sagrado monte Capitolino que albergaba tanto al mundus como al Panteón e incluía a un
Foro en el que estaban el Mercado frente al Senado en mutua vigilancia. Roma era
intermediaria entre el inframundo subterráneo y el supramundo celestial, entre
las tinieblas y la luz, lo demoníaco y lo sagrado, entre las entrañas fecundas
de la madre tierra y el todo poderoso dios padre; permitiendo el acceso a ambos
a través de sendos orificios situados el uno en el suelo del Foro, en el centro
geométrico de la ciudad primitiva y el otro en lo alto de la cúpula del
Partenón, imagen del firmamento. Para el romano clásico, lo trascendente tenía
una existencia real, aunque remota y oculta, pero accesible, inmanente, física.
Al heredar la Iglesia el Imperio Romano, la tradición judeo-cristiana se impone
sobre las creencias paganas y el Logos
se antepone a la vox populi como causa
primera y creadora de la luz, germen y origen del universo, un origen que
trasciende y antecede al de la ciudad. La divinidad fragmentada en múltiples
deidades finitas se unifica en un único Dios infinito que habla al pueblo a
través de los profetas, a un pueblo dispuesto a escuchar que dice "habla
Señor que tu pueblo escucha". La trascendencia pagana, plasmada en una
visión espacial externa y vecina, aunque oculta y muda, se encierra, una vez
bautizada en la nueva fe, en los corazones de los hombres para hablarles en el silencio
interior de una relación íntima de convivencia espiritual, de unión, religiosa. El
espacio trascendente deja de ser un espacio en el espacio, pasando a ser un
lugar utópico. Cielo e infierno dejan de ser una ubicación para pasar a ser un
estado, un contenido sin espacio, desubicado; pero, aun habiendo olvidado tanto
el mundus como el oculus, el peso de la tradición pagana
mantiene viva la imagen de un infierno bajo tierra y un cielo en lo más alto, perdurando en el imaginario de los nuevos tiempos. Si Dante describió esa imagen, Miguel Angel la representó en el mural del Juicio Final de la Capilla Sixtina. Lugares
que fueron considerados físicos y concretos, cuyos accesos estaban localizados y
eran públicamente conocidos de todos los ciudadanos, pasan a ser ilocalizables,
convirtiéndose en meras representaciones sin referente dimensional, en una dicotopía mental, una fractura simbólica, instrumental
y abismal del espacio espiritual; que actúa como metonimia visual en representación de
una violencia auto infringida y discriminante que aparta a los malos de los
buenos en el más allá.
Hoy día, desde la terraza de la
cafetería del Museo Capitolino, la cúpula del Vaticano atrae la vista del
visitante, que lo contempla dando la espalda al umbilicus urbis Romae. Una nueva trascendencia,
más espiritual y metafísica, se impone en la ciudad santa, aunque respetando
los vestigios de la antigua. Los romanos contemporáneos escuchan ahora en su
corazón la voz de lo divino. Entretanto, el Panteón, sigue haciendo mirar al
cielo al visitante.
Es chachi.
ResponderEliminarCarlos, un trabajo admirable. Gracias por compartir tu conocimiento con el común de los mortales
ResponderEliminarImpresionante Carlos. Es realmente interesante.
ResponderEliminarImpresionante interpretación de los monumentos mas representativos de la ciudad eterna..Entre el foro y el panteón me quedo con el mareo de la visión celestial a través del oculus del panteón que trasciende y eleva a sobrenatural la pura arquitectura del lugar y por momentos nos trasporta a una espiritualidad mas cercana..
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ResponderEliminarCarlos,como siempre tus escritos son
interesantisimos.
En la MAU empleabas la magia, ahora con tu madurez sigues admirandonos.
Un fuerte abrazo
Santiago
Como parece que se dice, "si non e vero e ben trovato"
ResponderEliminarMuy interesante tu reflexión, tanto en el ámbito de la Roma clásica como en el de la contraposición al cristianismo. Otra vez bos deslumbras con tus conocimientos enciclopédicos
Un abrazo muy fuerte
jmb
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ResponderEliminarMuy bueno, puede que el hecho de contraponer a la idea que subyace a toda construcción edilicia de protección, de sentirse en casa y a salvo de la intemperie con un oculus en medio de la cúpula tenga esa voluntad tan representativa y presente en la cultura de lo trascendente como portador de aquello que evoca la cualidad de lo humano por sobre lo material.
El arte implicado en la arquitectura a llevado al monumento a las representaciones más estrafalarias de la humanidad. Estas representaciones tienen impresas una búsqueda que puede hacer voraz al ansia de inmortalidad.
El único sentido que encuentro en esta magnificencia en la representación y plasmación del logos es el afán comunicacional de lo sublime, de lo que se torna inalcansable tan solo por sentirse observador sereno solo por gracia de ser humano.
"Se puede cambiar de ciudad, más no se puede cambiar de pozo".
Un logos que habla de cielo e infierno no puede contraponer un espacio sin espacio, el estado es su espacio y su único dominio es la conciencia, ya no la tierra que no necesita dueño que la arroje a un abismo de un espacio espiritual.
Gracias
Guillermo
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ResponderEliminarMe ha gustado mucho El Enigma del Panteón
Julia
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ResponderEliminarNo dejeis de ver el video
http://archaeologynewsnetwork.blogspot.com.es/2016/02/new-fragment-of-forma-urbis-romae-goes.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed:+TheArchaeologyNewsNetwork+%28The+Archaeology+News+Network%29#.Vtv97uYsCNo
José María
Arte, Razón, Emoción, Magia.
ResponderEliminarCuriosidad, sentimiento, comprensión.
Los hechos de los hombres superan al tiempo gracias a otros hombres.
¿Que mas se puede pedir?