Metafísica
Escuela de Kioto
Escuela de Kioto
Cuando a mediados del siglo XIX,
la expansión dominante de los europeos por el globo dejó clara la superioridad
de la cultura occidental, otros pueblos se cuestionaron por el secreto de
Europa.
Los árabes reaccionaron ante el
reto con la Nahda, con la idea de
levantarse, de despertar, de renacer. El renacimiento árabe fue instigado por
la invasión napoleónica de Egipto y se trató de un renacimiento literario
propio de un pueblo fundamentalmente humanista que se interesó por la cultura europea.
Los intentos de modernización de Muhammad Ali llevaron a numerosos estudiantes
egipcios a las universidades europeas, con la intención de formar con ellos las
nuevas clases dirigentes. Pero el interés de los estudiantes se centró en la
literatura y los resultados fueron, fundamentalmente, literarios y legales.
Al-Nahda fue un importante, renovador y productivo movimiento cultural,
predominantemente literario, del mundo árabe.
Por el contrario, tras las
exigencias de la armada americana del Comodoro Perry, la revolución Meiji, japonesa, focalizó su interés en
la física, considerando que era la física lo que daba a Occidente la primacía
sobre el resto del mundo. Los japoneses enviaron a sus jóvenes a estudiar física a Europa y los
EE.UU. y contrataron profesores de física que enseñasen en
las universidades japonesas. El resultado fue que, en no muchos años, Japón
había asimilado la tecnología occidental y sus fábricas estaban compitiendo a
nivel mundial, algo de lo que no fueron capaces los árabes.
Pero tras la masa de japoneses
ávidos del saber tecnológico, hubo uno, en una segunda oleada generacional, que
se interesó por el pensamiento filosófico occidental, Nishida Kitaro. Nishida, fue discípulo de Heidegger, en Alemania,
interesándose por Kant, Schopenhauer, Nietzshe y Hegel, a los que tomó como
referentes para comprender la filosofía occidental de su tiempo. Terminó como
catedrático de filosofía en la Universidad de Kioto. Es autor de libros como Indagación del bien y Pensar desde la nada.
Alumno de Nishida en la
Universidad de Kioto, Universidad de la que posteriormente fue profesor, Tanabe Hajime, por consejo de su maestro, también fue a Alemania a
estudiar filosofía, estudiando con Riejl en Berlín, con Hussel en Friburgo y
con Heidegger en Marburgo. Interesado en un principio por la Filosofía de la
Ciencia, se sintió atraído por la fenomenología y el existencialismo. En su
filosofía, prima la fe sobre la razón. Escribió un Estudio sobre filosofía de las matemáticas y Filosofía como metanoética.
Nishitani Keiji, discípulo de Nishida y Tanabe en Kioto y de
Heidegger en Friburgo, Alemania, existencialista, es considerado como el
principal exponente de la Escuela de Kioto. Su libro La Religión y la nada, está influido por
Heidegger y por Nietzsche, pero, fundamentalmente, por el budismo Zen. Se interesó por la Biblia y por la
vida y obra de San Francisco de Asís. Como los dos anteriores, también fue catedrático
en la Universidad de Kioto.
Tres son las principales
diferencias que observo entre el pensamiento de la Escuela de Kioto y la filosofía
occidental: La forma de observar la realidad, el fundamento del pensamiento
filosófico y la primacía del grupo sobre el individuo.
-La forma de observar la realidad: Mientras los filósofos
occidentales analizan el objeto desde un sujeto que lo percibe en imágenes de la realidad que encapsula
en conceptos; la Escuela de Kioto propugna por evitar la dualidad objeto-sujeto
y trata de “experimentar” la realidad como un
todo, mediante el acto al que se
llamó “experiencia pura”. El filósofo
deberá esforzarse por experimentar su propio kensho, verse a si mismo como parte integrante del todo para
descubrirse a si mismo en su naturaleza verdadera
-El fundamento último de la realidad: Si ya desde Parménides, el
principio y fundamento temático de los filósofos occidentales es el ser, el fundamento y realidad última
de la filosofía de la Escuela de Kioto era la
nada.
-El centro de atención social: El énfasis en el individuo de Occidente, contrasta con la importancia del grupo para las culturas orientales.
La observación de la realidad.
La percepción del todo y desde el
todo requiere que el sujeto se ejercite por identificarse con la totalidad de
lo existente, recorriendo el camino (Do)
de la mística mediante ejercicios de meditación, en busca de la disolución del
yo subjetivo y personal, en un yo universal, que simultáneamente se hace objeto
y sujeto. Para lograr este objetivo, los filósofos de la Escuela de Kioto,
aconsejan la práctica del Zen junto con la práctica de otros métodos
iniciáticos, típicamente japoneses, como son las artes marciales, la
caligrafía, la ceremonia del te, la decoración floral o la danza; así como la
práctica de artes manuales, como la cerámica, la talla de madera o la pintura.
La idea es basar la filosofía en la experiencia en vez de hacerlo en la teoría;
en lo concreto y el ahora, en vez de recurrir a la abstracción. Se trata de un
empirismo radical que evita contaminar la experiencia con ideas no incluidas en
esa experiencia y evitando transformar la realidad de la experiencia vivida en
su representación mental. La experiencia pura lleva al “despertar”, descubrir la realidad como un todo del que el
observador también forma parte; un estado de la realidad previo a la distinción
y diferenciación de sus partes en la conciencia, incluida la conciencia de la
propia conciencia como sujeto ajeno a lo observado.
Desde esa presencia unificadora
de mente y cuerpo con el cosmos, la acción es por “intuición”, en la actividad ordenada de la unidad
operativa del cuerpo y la mente sobre el mundo, sin que intermedie reflexión
alguna, como actúa el maestro de esgrima.
La experiencia del despertar es
una experiencia mística en la que se busca experimentar la nada y la unión del
propio ser con el todo. Una dialéctica entre lo uno y lo múltiple, basada en la
experiencia Zen, tratada filosóficamente por la Escuela de Kioto mediante métodos racionales
occidentales.
Personalmente, he hecho el
ejercicio de no ver nubes, sino contemplar el cielo, y no ver las montañas ni
los ríos, sino contemplar el paisaje. Olvidando que el cielo se llama cielo y
el paisaje, paisaje; para integrar después ambos en lo contemplado e intentar,
a continuación, incluirme a mi mismo en lo contemplado como pieza integrada en
un todo único. No se si el proceso es ortodoxo, pero modifica sensiblemente lo
percibido. La experiencia es parecida a observar un cuadro abstracto en el que
no hay ningún objeto identificable que poder nombrar y en el que, además, tu
mismo formas parte difuminada del cuadro. La Escuela de Kioto considera que la realidad es una totalidad, un
continuo, pero la observación racional de esa realidad la fragmenta en conceptos
en su intento por representarla y comprenderla mediante abstracciones. Hay que
despojarse de los conceptos y simplemente experimentar la realidad que se nos pone
de manifiesto en su unidad. La comprensión se produce cuando el sujeto se
siente uno con lo que observa. Todo es una misma unidad en su común
ascendencia. La experiencia buscada trata de experimentar la unidad previa y
subyacente a las distinciones. La experiencia del despertar es una experiencia
mística.
La razón selecciona lo que nos
resulta de utilidad entre toda la información que recibimos en el flujo
continuo de la experiencia, el “despertar” consiste en inhibir los filtros
racionales y detener las distorsiones y aportaciones que el intelecto introduce
en lo observado. La realidad es continua y cambiante, hay que observarla sin
discernir aspectos ni retener estados. El conocimiento puro es lo que puede ser
experimentado tal y como se nos da, antes de interpretar lo percibido. Creo que
lo más parecido a la experiencia pura es escuchar música. Cuando se experimenta
el estado de la propia conciencia no existe ni objeto ni sujeto, todo es uno en
la experimentación. La experimentación está desprovista de diferencias, de
distinciones y de significado. Distinciones, conceptos y significados son añadidos
de la mente a la experiencia. Todo juicio sobre una experiencia distorsiona, filtra y
diluye la experiencia. La experiencia no se piensa, se siente. Toda
interpretación está orientada por una voluntad; para abrirse a la
experimentación directa, hay que renunciar a la voluntad mediante el olvido de
si mismo. Las formas a priori de la intuición kantiana, el espacio y el tiempo,
son contribuciones puestas por nosotros a la experiencia para poderla encuadrar
y capturar, cuando hay que dejarla fluir sin discernir el dónde ni el cuando.
Cuando ubicamos la experiencia para extraer su significado aparece la
distinción entre objetividad y subjetividad, perdiéndose la unidad del
observador con lo observado.
El fundamento de la realidad.
La experiencia pura es la clave
de la Escuela de Kioto. El fundamento de la unidad experimentada es la nada (sunyata). Lo cual es común a todas las
cosas, incluidos nosotros mismos, es la nada lo que está en el origen común y
constituye todo lo existente. La nada es lo que proporciona la identidad y la
fuerza unificadora de todo en el todo. Descubrir la nada como constituyente de
todo es comprender la realidad última de todas las cosas. La nada no es una cosa, es el vacio en el que las cosas son. todo se funde en uno, manteniendo su distinción en su forma. Descubrir esa nada
como constituyente del yo es comprender la realidad de uno mismo. La fuerza
unificadora de la nada está en nuestro interior y fuera de él. Conocer la nada
es serla y saberse nada. Alcanzar el despertar es vaciarse del yo y
descubrirse en la nada, contemplando la unidad de todas las cosas en la nada
constituyente y origen de todo, incluido el propio ser. Las formas de la
diferenciación son la manifestación de la nada informe y una de la que derivan
todas las formas en su multiplicidad. El conocimiento en el campo de sunyata es un conocimiento directo e inmediato de la realidad de las cosas, frente al conocimiento mediado por la representación. El proceso de interiorización de la meditación profunda
consiste en sumergirse en la nada constituyente. Nishida llama Dios al contacto
con nuestra propia realidad profunda. Dios y la nada son dos caras de una misma
realidad, de una única realidad profunda. La nada es fundamento de todo
lo demás, de ella derivan las formas. Dios y la nada son la realidad suprema,
de la que Dios es el aspecto trascendente y la nada el inmanente. La mirada
pura hace ver lo divino en nuestro interior. El proceso místico, al buscar la
nada en nuestro interior, nos pone en presencia de Dios. La nada es inherente a
todos los seres creados. La mirada pura o mística revela la afinidad del yo con
todas las cosas y la divinidad que yace en él. No hay nada que no sea una
manifestación de Dios, sin que se identifique con Él, evitando, así, el
panteísmo. La diferencia de esta concepción de la divinidad con el panteísmo está en el reconocimiento de la
trascendencia de la divinidad. Si todo lo que existe es una expresión de la
divinidad todo es valioso y respetable, lo que proporciona una mirada ecológica
del cosmos. Desde la mirada cósmica, el observador se siente y se sabe uno con
el flujo de la existencia. La persona y las cosas son abstracciones finitas,
fragmentadas de la experiencia pura, comprensiva y globalizadora, siendo a esas
abstracciones a las que se asignan los conceptos. El conocimiento requiere de
la escisión entre el sujeto y lo conocido, forzando a la multiplicidad del Uno,
mediante la cual el Uno se hace creador de las formas. La nada, al hacerse
múltiple sin dejar de ser Uno, sigue siendo intrínsecamente Nada, pero incluye
a lo múltiple. Como consecuencia, todas las cosas están interconectadas y forman un
todo unido en su expresión de lo informe al conformarse. Recordar el origen común es tener
presente la vinculación de todo con todo. La nada es el seno donde se dan las
interrelaciones de las partes, es como una red, (imagen en consonancia con la interpretación
que tiene actualmente la física del vacío), una interrelación de formas
múltiples entrelazadas en una única realidad. Occidente ve la nada como negación del ser, pero la Escuela de Kioto la considera lo originario y absoluto. Al final, todo vuelve a la nada
de la que procede, situada fuera del espacio y del tiempo, y en la que el hombre logra
la unión con Dios en y por la eternidad.
Individuo y sociedad
El protagonista social no es el
individuo, sino el individuo integrado en una sociedad. Como en la estructura reticular
de la nada, en la red social, cada miembro es un nudo conectado a los nudos de
su entorno que, a su vez, se encuentran vinculados a otros nudos. Cada miembro
de la red se encuentra afectado por las acciones del resto de los miembros, lo
que recuerda a la creencia cristiana de la comunión de los santos. Los
intereses del grupo están por encima de los del individuo. Al igual que toda la
realidad esta interconectada, todos los miembros de una sociedad están
interconectados y todos los seres humanos están interconectados. Todo existe en
virtud de la existencia del resto y esa interdependencia e interrelación se
refuerza entre los seres humanos en el seno del entre (aidagara), el espacio que los separa y une. El individuo alcanza su individualidad como
perteneciente a grupos, no como ser aislado. Entre la Humanidad unida en la
Nada y el individuo, media la especifidad.
Entre la categoría universal del Uno y la categoría individual de la persona,
está la categoría de la especificad de los grupos particulares. El peligro es
tomar a la especificad como absoluto y caer en la tentación de identificarse
con grupos cerrados que impiden crecer hasta la identidad y conciencia global.
En eso radica el mal del nacionalismo. Al identificarse con un grupo encerrado
en lo que no es, se pierde incluso la visión de lo que realmente es, que es la
unidad del Uno universal. La experiencia pura y la identidad universal son
inalcanzables desde la trampa de los grupos cerrados en si mismos. La ética es
la regulación del comportamiento social y la asimilación de los principios
éticos se produce con la iluminación del individuo al renunciar al yo egoísta y
reconocerse integrante de la nada universal. El individuo entregado al
nacionalismo es incapaz de un comportamiento ético puro. El comportamiento
nacionalista lleva a la confrontación de los grupos y, finalmente, a la guerra.
La experiencia de Japón de la segunda Guerra Mundial lleva a los filósofos de
la Escuela de Kioto a una reflexión sobre su comportamiento personal durante
los años previos y durante la guerra, que les hace pensar que el remordimiento
por su falta por no alertar a la sociedad de los peligros del nacionalismo, les
lleva a reconocer su obligación de tener que hacer una confesión pública por el
error cometido y mostrar su arrepentimiento poniéndolo de manifiesto, algo que
algunos de ellos hicieron. Se requiere cambiar el enfoque de las relaciones
estrictamente étnicas y nacionales por relaciones internacionales y
universales, la lealtad del individuo social no es con ningún clan, sino con la
Humanidad. Es preciso pasar de la nacionalidad cerrada a la humanidad abierta,
de la especificidad a la universalidad, de la ética de la confrontación de unos
contra otros a la de la cordialidad de todos con todos. La nación confina a sus
ciudadanos y les ciega ante la amplitud del universo, lo específico no es
ético. Los líderes nacionalistas indoctrinan a sus súbditos, cegándoles a la
realidad, para afianzar su poder y lograr sus propios fines. Para la Escuela de
Kioto, el “pecado” de nacionalismo es un pecado de arrogancia del que el individuo
puede verse liberado manifestando su
arrepentimiento sincero (zange), de forma que le permita acceder al ego cósmico,
a fin de conseguir un renovado sentido y propósito social.
Lecturas recomendadas:
Filosofía como metanoética (Philosophy
as Metanoetics)
de Tanabe
Hajime, (1945),
Topos de la nada y cosmovisión religiosa (The Logic of Place and the Religious
Worldview)
de Nishida Kitarō.
(1945)
La religión y la nada (Religion and Nothingness)
de Nishitani
Keiji (1961)
Nota: Mi propia reflexión
sobre el Uno, Dios y la Nada será tema de un próximo artículo.
Otros artículos de este mismo blog con alguna relación con el tema:
http://carlosdelama.blogspot.com.es/2012/02/tratando-de-entender-el-pensamiento.html
Querido Carlos. Como siempre sumamente interesante.
ResponderEliminarCierta vez en una clase de religión una monja recitaba "Vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero que muero porque no muero". Una niña penso que era una adivinanza y levantando la mano gritó "La Jirafa".
No me sorprende pero no comparto, leer sobre la superioridad cultural occidental, a no ser que vinculemos necesariamente la superioridad cultural a la superioridad bélica y su decidida presión comercial posterior.
La realidad pasó a través del tiempo de ser un objeto exterior y transcendente que se aprehendia cuando se estaba preparado, a ser una construcción dialéctica entre el observador y el exterior.
Cabe preguntarse si cuando echamos una gota de agua en una jarra de dos litros llena de la misma agua , la gota sigue existiendo.
El Nirvana, esa aniquilación en la que desaparece tanto el pensamiento como la reencarnación, tal vez no sea mas que un efecto cuántico aun no formalizado.
Porque cuando miras un paisaje pero no ves sus detalles sino que "sientes" una totalidad que además te integra a ti, es evidente que desapareces como persona.
Pero claro ese es un lujo que solo se pueden permitir las gentes de espíritu muy elevado que se mueven en la espuma de los tiempos. Los demás vivimos vinculados a las necesidades básicas que se derivan de la percepción de nuestra materia. Y para cubrirlas necesitamos establecer una relación dialéctica con el mundo (afirmar, negar, pactar, elegir) desde lo mas elemental de nuestro ser.
La vida de cada uno se establece a lo largo de un segmento espacio temporal, que tiene en uno de sus polos el egoísmo mas feroz y en el otro la mas abyecta generosidad. Los fundamentalistas maniqueos son de corazón puro y tienen clara su posición, pero los mas grises de nosotros, ocupamos posiciones intermedias que como quiera que la vida es tránsito son siempre transitorias. Unas veces mas cerca del egoísmo, otra de la generosidad, damos la medida de un ente de razón que se ha venido en llamar "empatía".
Y los conceptos que se derivan de nuestro miedo a la muerte, como son los trascendentales nacionalismos, la necesidad de poder o sexo y la firme creencia en el destino, son pegatinas que instrumentalizamos sin rubor ni reparo.
Me encanta leer lo que escribes y dejo la mente flotar sobre lo que me sugiere. Como tu bien dices es algo para meditar.
Abrazos.
Mi querido Renato,
ResponderEliminarMe han parecido muy esclarecedoras tus reflexiones y me ha encantado tu imagen de la gota de agua. Es evidente que si nos deshacemos de lo que nos diferencia pasamos a ser lo mismo con lo otro que no somos, como esa gota, o ¿si eramos lo otro desde siempre?
A raiz de terminar las primeras lecturas sobre los filósofos de Kioto, he empezado a reflexionar sobre el uno y la nada. Enfrentarse con el abismo de la nada desde las alturas del ser sobre las que nuestras rutinas de pensar nos hacen afianzar los pies, da vértigo y, como el vértigo físico, se siente la atracción del vacio y la tentación de dejarte caer en él.
¿Que puede llegar a descubrir nuestra mente al dejarse caer en la nada? ¿Mística?
Creo que el Uno podria resultar ser el tranquilizador paracaidas atado a la espalda que esperas no tener que abrir pero te permite dar el salto.
Acostumbrado a que "lo que es, es y lo que no es, no es" resulta estraño que la nada que nunca fue resultase que si que era y, además, que es la realidad radical desde la que todo es.
Habrá que dedicar algún tiempo veraniego, de ese que no hay "nada" que hacer, a pensar sobre ¿todo? ello.
Querido Carlos
ResponderEliminarHay una gran novela de ciencia ficción que se llama si no recuerdo mal "Cántico por San Leibowitz". (Creo que es de Walter Miller Jr.). Trata de un futuro post apocalíptico nuclear en el que se ha retrocedido a una extraña pero típica edad media en la que la ciencia sobrevive en los monasterios. En una discusión dos monjes copistas discuten sobre la esencia del electrón y lo definen como "Una torsión negativa de la nada".
La palabra que empleas es muy reveladora y la entiendo perfectamente: Vértigo.Yo no llego a aproximarme a la idea de la "Nada", sin entrar en un vórtice que me bloquea. Ése vértigo también me atacaba cuando reflexionaba sobre los orígenes prehistóricos del "homo". Ese árbol genealógico frondoso que va del Pitecantropo (abuelita Lucy) y antes hasta el "homo consumens" actual. Cuanto mas retrocedía mayor era el vértigo.
No logro entender lo que puede ser la "Nada". Claro que podemos llamar "Nada" a cualquier cosa y hasta definir esa cualquier cosa que por supuesto la convertiremos en "Algo".
Yo creo en Dios. La existencia de las fuerzas me convence de que existe. La Gravedad, La Electromagnética, las Nucleares, me convencen de que hay una fuerza superior que coordinó en su momento a esas fuerzas creadoras. No la defino y no la pongo atributos y ni siquiera percibo su esencia, pero siento su necesidad. Tal vez ese mi Dios haya muerto o dimitido de nuestro universo y creación, pero aniquiló "la Nada" si es que alguna vez existió.
Y creo que la mejor manera de conocer a Dios, la mejor oración posible es la Ciencia. No la Tecnología que es como "las Iglesias" una instrumentación de Dios para manipular a los hombres en beneficio de unos pocos. Judaismo, Islamismo, Cristianismo, Catolicismo, Budismo,Teosofismo o los miles de fraternidades Rosacrucianas que hay. En el mejor de los casos son Sudokus de lo desconocido.
Bueno con estas frases solo trato de exponer mi imposibilidad de sentir o entender "La Nada". Puedo hacer retórica o poética o incluso lírica (mala por supuesto)de "Algo" que llamamos "Nada". Pero confieso que estoy perdido cuando pienso en estas cosas.
Me falta finura y sensibilidad espiritual. Y de capacidad mental ya ni te hablo.
Muchas gracias por hacerme pensar un poco.
ClNaU2