La consideración del ente en cuanto ente a partir de un ente físico cualquiera, entraña la dificultad de tener que ir negando cuantas notas diferencian unos entes de otros hasta quedarnos con lo que, siendo común a todos ellos, nos permitiese definir lo que constituye el hecho de ser un ente en cualquiera de ellos. La dificultad reside en que, al eliminar la totalidad de las notas, nos quedamos con la nada.
Ya Duns Escoto denuncia la vacuidad del ente y su afinidad con la nada. "No pudiendo haber nada más común que el ente, y no pudiendo, a su vez, ser el ente-común-univoco predicado de la quididad de todos los inteligibles, ya que no es predicable de las diferencias últimas ni de sus pasiones, se sigue que la nada es el primer objeto de nuestro entendimiento, pues es por si misma común a la quididad de todo inteligible; no obstante, digo que el primer objeto de nuestro entendimiento es el ente." (Ordinatio, I, 3, 3, 137). Por tanto, la nada sería la base y fundamento de todo ente, en tanto el ser indiferenciado. Todos los demás seres se distinguen por sus diferencias. (El ente constituye la versión estática y el ser la versión dinámica de una misma realidad). Hegel llegó a decir que "El Ser puro y la Nada pura son uno y lo mismo".
Preguntado mi nieto de cuatro
años sobre ¿qué es la nada? me contestó que es “lo que hay en el bolso de mama
cuando está vacío”. El concepto que tenemos sobre la nada es un concepto
negativo y relativo, se forja por referencia a la ausencia de todo otro ser, es
un concepto mediado e inferido como ausencia, pero no empírico. En principio,
tanto la Nada como la Eternidad son objetos de la lógica. De tener entidad, en
caso de ser reales, ambos estarían fuera del tiempo y del espacio, serian
trascendentes al mundo empírico, intuibles pero no perceptibles.
La actitud metafísica consiste en enfrentarse a contradicciones fundamentales como las que se dan entre la apriencia y la realidad, el tiempo y la eternidad, cuestiones que se funden en el problema de intentar reconciliar la permanencia y el cambio, a Parménides con Heráclito; en resolver la contradición entre la experiencia de lo diferente que soy de aquel niño que fuí y la evidencia de que sigo siendo el mismo. En el extremo, la pregunta sobre lo que se es y lo que se fué plantea la cuestión de la relación entre el mundo tal cual nos le encontramos y la nada de la que sugió. Llamamos metafísica al conjunto de respuestas que la humanidad se ha venido dando sobre ese tipo de cuentiones que, en el fondo, son una misma pregunta: cómo explicar el ser. Las auténticas revoluciones han sido cambios metafísicos, nuevos matices a la respuesta dada a la questión fundamental.
La Eternidad no puede ser una
parte del tiempo y tampoco su totalidad. Si fuese una parte, el tiempo seria
mayor que la eternidad y si fuese la totalidad, el tiempo estaría confinado en
otra temporalidad mayor, luego la eternidad ha de estar fuera del tiempo. (Para una reflexión desde la física sobre el espacio, el tiempo y la eternidad, ver: http://carlosdelama.blogspot.com.es/2013/11/el-multiverso.html).
La Nada
estaría contenida en la eternidad y la Eternidad estaría mediada por la
nada, siendo cada una de ellas predicado de la otra, la nada es eterna y la
eternidad está en la nada, fuera del mundo. Según Aristóteles, el ser se dice de muchas maneras. De ser la nada real,
una de esas maneras seria la nada. La nada es la manera a-temporal, an-espacial
e informe de ser, por lo que la nada es trascendente al resto de los seres.
Partiendo de la nada-eternidad, los
diferentes entes se realizan como seres dentro del espacio-tiempo. Como
resultado de su auto-realización, los seres modifican al mundo y se auto
transforman en el mundo. La acción de ser, deja huellas en el mundo y cada ser
o ente, al realizarse, deja vestigios de si mismo. Debe existir un poder
transformador absoluto que proporciona la información necesaria para que cada
ser o ente relativo pueda realizar su propia auto-realización. La felicidad de los seres
humanos viene medida por el porcentaje de auto-realización lograda respecto al
potencial que tienen disponible.
¿Cuál es el proceso de la autorrealización?
Las tres preguntas radicales que
la humanidad se viene planteando desde antiguo, son:
¿Porqué hay algo en lugar de la
nada?
¿Por qué hay vida en lugar de ser
el universo inerte?
¿Por qué hay consciencia en lugar
de ser el universo inconsciente?
Lo fácil es que no hubiese nada,
que de haber algo fuese inerte y de haber vida que fuese inconsciente. Pero los
seres humanos existimos, vivimos y sabemos que existimos y estamos vivos. El
auto-desarrollo de un ser humano pasa por esas tres etapas fundamentales de
existir, vivir y ser consciente de ello.
Cada una de esas preguntas
plantea la cuestión de la causa de cada uno de esos saltos de creciente
complejidad y orden creciente que parecen negar el segundo principio de la
termodinámica. La única explicación de que la entropía no decrezca es porque en
el proceso de auto-desarrollo se ha procesado un elevado volumen de información
que compensa la evidente reducción de entropía originada por el aumento de
orden logrado, con lo que la cuestión se centra en saber donde estaba ubicada esa información.
Hay una cuarta pregunta: ¿Por qué los seres
conscientes tienden a compartir el contenido de sus conciencias con otros seres
conscientes? Es como si los seres racionales necesitásemos volcar el contenido
de nuestra conciencia en otras conciencias y necesitásemos indagar en el
contenido de otras conciencias para satisfacer la nuestra, como si el objetivo
último y el gran anhelo de la humanidad fuese alcanzar una conciencia común que
reuniese y compartiese todo el saber y el conocer. Alcanzar la Noosfera de Pierre Teilhard de Chardin. Se trataría
de procesar la información inicial, sobre la potencialidad del cosmos, para
elaborar la información actual sobre la realidad ocurrida a lo largo de la
historia del cosmos. La necesidad de comunicación genera la aparición del
lenguaje y justifica el éxito de las redes sociales.
El ciclo de la existencia indica
un proceso por el que, partiendo de una conciencia omnisciente que consigue
manifestarse en la generación y evolución del cosmos mediante un acto de trascripción o interpretación (en el sentido de ejecución o realización) de la información que posee esa conciencia, busca volver a
reunir toda la información derivada al procesar la información de origen
mediante el auto-desarrollo de lo creado, en una nueva conciencia compartida
por todos los seres conscientes.
De la nada indiscriminada,
informe y eterna, atemporal y an-espacial, pero sapientísima, surgen las
distinciones y las formas de todos los entes que se desarrollan en el tiempo y
el espacio por trascripción o interpretación realista de la información
original. La información originaria constituye el momento abstracto de la
verdad absoluta genérica, razón de ser de todos y cada uno de los entes que
han llegado a la existencia; mientas que el conjunto de la información cósmica
final, histórica y compartida, constituye la versión concreta y específica de esa verdad.
El mundo, el conjunto de todos los entes que han existido o han de existir, es
el elemento mediador entre los dos momentos de la verdad. El conocimiento
implícito en la información inicial se hace explícito en el desarrollo del
universo. La transformación de la verdad entre su concepción original abstracta
y su versión final concreta supone un aumento de precisión a costa de una
elevada degeneración entrópica del conjunto.
La nada, el Uno de Plotino, es inextensión y la eternidad
atemporalidad. En la eternidad no hay tiempo y, por consiguiente, no hay
devenir. Como decía Parménides, el Ser eterno es inconmovible. En su absoluta
invariabilidad y plenitud, no necesita de nada. En el contenido de la eternidad
está la totalidad, permaneciendo idéntica a si misma en plenitud indivisa e
inalterable, sin anhelo de nada pues lo tiene todo a la vez, sin ser deficiente
en nada, actualidad plena no actualizable. Constituida por información,
contiene toda la información sin que pueda haber otra información ajena a la
que configura su ser omnisapiente e intrínsecamente presente sin un antes ni un
después, sin perfeccionamiento ni deterioro. Eternidad es permanecer, lo eterno
es lo permanente. El tiempo mide el cambio, si no hay cambio no hay tiempo.
“De ahí que, verdaderamente, el
Uno sea algo inefable; porque lo que digáis de él será siempre alguna cosa.
Ahora bien, lo que está más allá de todas las cosas, lo que está más allá de la
venerable Inteligencia e, incluso, de la verdad que hay en todas los cosas, eso
no tiene nombre, porque el mismo nombre sería algo diferente de El” (Eneida V,
3, 13).
El ámbito receptor de la información contenida en la
nada-eterna o Uno, utilizando la terminología de Plotino, es el espacio-tiempo.
Plotino llama a dicho ámbito Inteligencia o Hipóstasis segunda, que recibe las
formas contenidas en el Uno mediante procesión contemplativa. Utiliza el término procesión para evitar el de emanación, diferenciando así la calidad de lo surgido de la del origen. No habla de
información, pero trata esa transmisión como si fuese información, ya que la
Inteligencia se la apropia al contemplar al Uno o hipóstasis primera. Al no
considerar que el contenido de lo transmitido se trata de información, tiene
dificultades para explicar como se pasa del Uno a la multiplicidad. Ese paso se
produce al desarrollarse la información esencial contenida en el Uno, en la nada-eterna, tras ser
trasferida como intenciones al espacio-tiempo y desplegarse por el espacio y el
tiempo a medida que esas intenciones se desarrollan. El tiempo es la
manifestación de la eternidad y el espacio, vacío, la manifestación de la nada. El
tiempo se muestra explícito mediante la rotación del espacio. Hemos de asumir
la intuición de Plotino sobre la segunda hipóstasis, y reconocer que, siendo el
espacio-tiempo en sí mismo ya información, para poder asumir la información sobre los
seres sensibles que recibe y poder procesarla, el espacio-tiempo ha de ser
inteligente.
(ver: http://carlosdelama.blogspot.com.es/2014/01/el-universo-inteligente.html )
“Inteligencia, acto intelectual e
inteligible, serán una y la misma cosa. Con lo que, si el acto de la
Inteligencia es lo inteligible, y si lo inteligible es la Inteligencia, la
Inteligencia necesariamente se pensará a sí misma. Porque pensará por medio de
su acto, que no es otra cosa que ella misma, y pensará así lo inteligible, que
es también ella misma. De dos maneras, pues, se pensará a sí misma: como acto
de la Inteligencia, que es ella misma, y como inteligible, al que piensa por
medio de un acto que es la Inteligencia misma” (Eneida V 3, 5, 33 y ss.).
La inteligencia, el espacio-tiempo, al contemplar al Uno, la nada-eterna, extrae de El toda la
información que contiene sobre el mundo, como potencia de
todos los entes sensibles.
La información extraida, que al ser proyectada sobre el espacio-tiempo
para configurar los entes sensibles se correspondería con la tercer hipóstasis
de Plotino, a la que llama el Alma, configura al mundo que se despliega y expande en el espacio y en el tiempo.
“Pero el Alma, en cambio, no permanece inmóvil en su acto de
producción, sino que se mueve verdaderamente para engendrar una imagen de ella.
Al volverse hacia el Ser del que proviene se sacia de él, y al avanzar con un
movimiento diferente y contrario, se engendra esa imagen de sí misma que es la
sensación” (V 2, 1).
A esa imagen engendrada es a lo que llamaremos manifestación del mundo. La
manifestación es la información esencial contenida en el Uno desplegada y
expuesta en el espacio-tiempo como multiplicidad de seres. Cuando un ser
inteligente percibe la información expresada en la manifestación de los seres que componen el mundo, concibe una representación del mundo en el sentido
de Schopenhauer. Su error fue prescindir de la manifestación como base, sustento y causa de la representación. Si toda
la información del Uno es puesta de manifiesto en el espacio-tiempo, la
información transferida no se limitará a la correspondiente al en si kantiano de
los entes sensibles, sino que debiera incluir la que constituye al propio Uno,
con lo que el Uno-Bien y Verbo debiera, a su vez, encarnarse en algún lugar y
momento.
La manifestación de cualquier
información se realiza mediante el lenguaje: el lenguaje fonético humano con
sus múltiples idiomas, el lenguaje escrito con sus numerosos alfabetos, el lenguaje de signos de los sordomudos, el
lenguaje de las abejas con su vuelo, el lenguaje de las estaciones, destacando
el lenguaje de las flores en primavera, el de las hojas en otoño, el de la
nieve en invierno, el del calor en verano... La manifestación en el universo de la verdad absoluta constituyente y contenida en el Uno también utiliza sus lenguajes: el lenguaje cuántico de las partículas, el lenguaje físico de la mecánica, el lenguaje químico de las sustancias, el lenguaje genético del ADN... Los físicos aseguran que las
primeras palabras fueron una gran explosión seguida de una inmensa radiación,
lo que en castellano se podría traducir por: “Hágase la luz”, la tesis de la
sabiduría contenida en la verdad absoluta original, al formularse lingüísticamente como origen y causa de la
creación, nos aporta nuevos matices a la afirmación de San Juan sobre que “al
principio fue la palabra y la palabra era Dios”. En ellas se identifica a Dios
con la Sabiduría absoluta que se expresa mediante la creación y en lo creado. La frase de que "todo está escrito" se
ilumina desde nuestra perspectiva con nuevas luces, permitiendo compatibilizar
la existencia de esa escritura como texto de la Verdad Absoluta, con la
libertad a la hora de su interpretación. Que todo estuviese escrito condiciona
pero no determina. La libertad queda asegurada porque las personas actúamos por
fines y no por causas.
(Sobre la libertad, ver: http://carlosdelama.blogspot.com.es/2012/04/que-es-la-libertad.html)
El proceso que todo ser sigue
para ser, es su autorrealización. Para poder auto-realizarse, para poder
llegar a ser lo que un ser debiera ser, todo ser necesita conocer la
información que lo define y la que necesita, lo que requiere que los seres
estén constituidos por intención y atención. La esencia de todo ser es información. La intención
es la información que determina lo que el ser debiera ser y la atención proporciona la información
necesaria para poder obtener los recursos necesarios para ser lo que debe ser, sabiendo qué hacer con ellos por su intención. Desde un punto de vista informático, la intención es el programa y la atención proporciona los datos a medida que se van necesitando. La intención es teleológica y la atención es
selectiva. Ser es procesar información interpretándola, es decir, realizándola
en el tiempo y el espacio, haciéndola realidad. Como los solistas interpretan
una partitura mediante un instrumento, los seres interpretan su intención de
ser lo que son, mediante la información que manejan en los medios de que
disponen como recursos. Ser es establecer un diálogo entre la intención de cada
ser y el resto de las intenciones de los demás seres, diálogo que esta mediado
por las respectivas atenciones. La calidad de vida de un ser está determinada
por su capacidad para dialogar con el resto de los seres. El mal es el resultado
de la incapacidad de alcanzar un consenso y pretender resolver los conflictos
de intereses mediante la violencia, en beneficio del más fuerte. El diálogo cósmico se establece entre cada ser y su no-ser, es decir, entre cada ser y el resto de los seres, incluida la nada. Es un diálogo entre el ser presente de la actualidad existencial y el deber ser de la naturaleza esencial programado en la intención. Diálogo mediado por el resto de los seres en busca de la mutua colaboración necesaria para la realización del conjunto en una unidad dialéctica de una nueva actualidad que constituye el acto de ser. La naturaleza del ser es dialéctica y
como consecuencia, el ser es contradictorio.
El ser es contradictorio. Para
empezar, ser es tanto sujeto como
predicado verbal: los seres son. El ser, para ser, debe ser lo que su esencia le dicta que ha de ser. El ser
como proceso se hace ente como
realidad consistente. El ser como sujeto puede ser objetivo y subjetivo al
mismo tiempo. El ser como predicado no es ni sujeto ni objeto. Tanto la
eternidad como la nada son, simultáneamente, sustantivas y predicativas,
mientras aparentemente no son ni existenciales, dado que son trascendentales. El ser parménico, invariable y
permanentemente, entitativamente idéntico a si mismo, solo es aplicable al
ser de la nada y al ser de la eternidad, así como a las esencias de los seres contenidas en la nada-eterna; el resto de los seres, espacio-temporales y sensibles, son
cambiantes, como los describió Heráclito. Ser en el mundo es un proceso. Como
proceso, el ser no se define, se narra. El ser del ser humano es biográfico.
Decir lo que un ser humano es supone narrar su biografía. Mientras un ser humano
no muera, su biografía está incompleta, por lo que no podemos saber del todo lo
que una persona viva es, ni él mismo lo sabe. Razón por la que la Iglesia no
declara santo a ninguna persona viva. Con frecuencia, la naturaleza contradictoria
del ser se hace explícita. La nada es omnipresente y omní-ausente, el pasado
esta ausente y presente en el presente, la materia está formada por
partículas-onda, vivimos muriendo, el cirujano cura haciendo daño, los
silencios forman parte de la melodía, el mundo es una continuidad discontinua,
el ser humano es objetividad y subjetividad, son rojas las superficies
que absorben el verde, las fronteras separan y unen países, todo valle es un
par de montañas unidas, el negro de la tinta requiere el blanco del papel y
como decíamos al principio, el ser es
ente. Al ser el ser un proceso
transformador, el principio de identidad es una abstracción lógica para
facilitar el pensamiento conceptual simbólico a partir de las representaciónes.
El pensar es una forma
an-espacial pero temporal de ser. Los pensamientos median entre la razón de
ser, implícita en la intención de cada ser o ente, y la acción. La acción media
entre los propósitos y los resultados. El universo es un gran proceso de
mediación entre dos estados de la información cósmica o verdad absoluta: la
verdad abstracta y eterna, contenida en el Uno, y la verdad concreta expresada en el espacio-tiempo como manifestación y constituyente del mundo. Si ser es procesar información, pensar
es un proceso de información simbólica. Parménides
defendía la idea de que ser y pensar son lo mismo. La nada es transparente a la
información, el ojo que no se ve a si mismo ni es visto por nadie, pero todo lo ve. El vacío, imagen inmanente de la
nada, esta lleno de luz que no se ve. La nada es depositaria de toda la
información habida y por haber sin que la muestre en tanto no la manifieste al proyectarla sobre el espacio-tiempo. La
nada, en su actualidad, siendo acto puro, resulta poseer el potencial implícito en la información necesaria a todos
los seres para poder ser lo que son. La verdad absoluta, contenida en la nada, correspondería al
mundo platónico de las ideas y la información proyectada en el espacio-tiempo, al Logos proyectado en el neuma de la Stoa o a lo inteligible configurando la Inteligencia de Plotino.
La RAE define la información como "Comunicación o adquisición de conocimientos". La información es la manifestación de un atributo discernible. Está correlacionada con la capacidad de ser percibido ese atributo e interpretado. La información es bipolar, requiere un emisor y un receptor que perciba las diferencias y pueda discriminarlas. La información es mensaje. De la nada no percibimos información, o bien no existen atributos en la nada, como vimos ser el caso del ente en cuanto ente, o bien no son discernibles o bien no están manifiestos o bien no son perceptibles. Antes de nacer, carecemos de recuerdos por carecer de capacidad para percibir información, por lo que nuestra ausencia prenatal de recuerdos es el recuerdo de la nada. Cuando "se habla de la nada, no se trata de otra cosa que de una idea de la nada. De hecho, considerándola desde el punto de vista existencial, se trata de un modo del ser. Al poner a lo absoluto en oposición a lo relativo, lo absoluto, la trascendencia, deviene inmanencia. Cuando lo absoluto se degrada y se vuelve relativo, no se convierte en otra cosa que en una idea de lo absoluto, y como tal, no es sino un mero relativo entre los demás relativos y debe volverse, igual que lo relativo, inmanente." (Tanabe. Filosofía como meta-noética. Herder. Barcelona 2014, pag. 358)
La fuente de poder que hace que los seres sean no puede estar en el mundo, pues
seria una duplicación del mundo, la fuente de poder ha de ser trascendente al
mundo. Dado que el único ser o ente trascendente que conocemos en tanto primer objeto de
nuestro entendimiento es la nada eterna, la fuente de poder ha de
estar en la nada. El poder trascendente ha de ser capaz de trascender la
trascendencia para promover la auto-realización del mundo en el espacio-tiempo. Lo que nos trasciende es el mundo arrojado a la existencia, en palabras de Heidegger. Si el mundo carece
de poder propio, todos los seres del mundo son contingentes. Si existe algún
ser necesario ha de ser trascendente al mundo. Solo puede haber un único ser
necesario y suficiente. De haber más, ninguno necesitaría de ningún de los
otros, pues todos ellos serian seres necesarios por si mismos, pero o bien dejarían de ser
suficientes o bien resultarían
redundantes. Como seres transcendentes, en el decir de distintos filósofos, tenemos a Dios, la eternidad, la nada,
la sabiduría, la bondad y el uno; hemos de concluir que todos ellos son
aspectos de una misma y única entidad. Desde la perspectiva de los seres
racionales inmanentes que somos, las características del ser suficiente se ven
como atributos del Ser Absoluto: unidad, eternidad, bondad, sabiduría,
omnipresencia escondida, omnisciencia, poder…
La nada informe carece de
diferencias internas. Los seres son
llamados a ser desde la nada, pasando a ser al diferenciarse entre ellos. Los seres surgen del
seno de la nada, pasando a participar del ser, como ser recibido o ser pensado
a imagen y dependiente del Ser pensante. El mundo no surge por emanación, no
es panteísta, se constituye por trascripción de la información contenida en el
conocimiento de la omnisciencia, al igual que el edificio es la trascripción de
la información contenida en los planos que lo describen o la melodía que surge por la
trascripción en sonidos de la partitura al interpretarla o el actor que interpreta al personaje.
Todo ente se reconoce
no por ser idéntico a sí mismo, sino por ser el mismo consigo mismo en todo
momento, ser uno mismo implica
ser diferente de lo otro, de lo distinto de sí
mismo; por lo que cada ser
que es, cada ente, entraña la referencia a un no-ser relativo a ese
ser. Todo ser tiene una correlación con su no-ser relativo, que
corresponde al conjunto de todos los
demás seres. Una relación equivalente a la que existe entre el molde y lo
moldeado. El Uno piensa la Nada como su no-ser, con
lo que al pensarla, la hace participar de su ser, surgiendo, como consecuencia,
todos los demás seres. En términos aristotélicos, podemos decir que entre la
Nada, pura potencia, y el Uno, acto puro, se encuentran los seres
contingentes como mezcla de potencia y
acto. Los seres del mundo están mediados por la nada y participan del uno. Si
ser es la articulación de la pluralidad en la unidad, pensar es concebir esa
articulación. Ser y pensar son análogos en tanto ambos son síntesis.
El No-ser absoluto será el no-ser del Ser
absoluto, lo Otro, lo que, al menos en apariencia, no es: La nada. Platón señaló como raíz última del ser a
un mismo principio que denominó con dos nombres: El Bien y el Uno.
Desconocemos la demostración utilizada por Euclides
de Megara en soporte de su afirmación de que el Bien y el Uno eran una
misma cosa, pero, dado que los Megáricos solían partir en sus razonamientos
de proposiciones disyuntivas, intuyo que Euclides
pudo razonar de forma parecida a la siguiente: "El Bien es uno. Si
fuesen dos, o bien ambos eran iguales o bien uno era mejor que el otro. En el
primer caso, ambos serían indiscernibles y serían uno y, en el segundo, uno de ellos sería
mejor que el otro, con lo que el mejor de los dos sería el Bien. Por tanto, en
cualquier caso, el Bien solo podría ser Uno".
Ser un ente requiere constituir
una unidad. Fuera de la nada, de la eternidad y del uno, que son entes
simples, los demás entes serán unidades compuestas, uniones, síntesis. Todo
ser, en tanto ente, es uno. En todo ente, el que es o ente es unitariamente lo
que el ente es o esencia. La identidad inmanente de un ente es la manifestación de la articulación de lo múltiple en uno, siendo
esa unidad la determinante de la identidad de cada ser.
Parménides afirmaba que el Ser era el Uno.
Sobre las estrechas relaciones entre el Ser y
el Uno, Aristóteles nos dirá en el capítulo II del libro cuarto de la
Metafísica que "si el ser y la unidad son una misma cosa, una misma
naturaleza, puesto que se acompañan siempre mutuamente como principio y como
causa, sin estar, sin embargo, comprendidos bajo una misma noción...es evidente
que el ser no se separa de la unidad, ni en la producción ni en la destrucción.
Asimismo, la unidad nace y perece con el ser. Se ve claramente que la unidad no
añade nada al ser por su adjunción y, por último, que la unidad no es cosa
alguna fuera del ser. Parece que, en efecto, la unidad y el ser no solo no son
una misma cosa, aunque estén estrechamente unidas, sino que, por el contrario,
designan conceptos relacionados, existiendo una clara dependencia de la unidad
respecto del ser, ya que aquella no añade nada a éste y no es cosa alguna fuera
del ser. Mientras la unidad necesita del ser, el ser no precisa de la unidad,
la constituye.”
Ya en El
Parménides de Platón nos
encontramos con una primera crítica a las concepciones del eléata, haciéndose
patentes las dificultades que se derivan de pretender unificar al Ser con el Uno.
En su diálogo con el joven Sócrates,
el ficticio Parménides defenderá la
tesis de Zenón de que no existe lo
múltiple, tesis que, como Sócrates señala, coincide con la afirmación del
maestro de que todo es uno. "Si el uno no es, nada es" (166 c), dir. Parménides defendiendo la pretendida
identidad entre el Ser y el Uno frente a un Sócrates que niega que lo múltiple
pueda ser uno. Salvo que todo sea nada, identificándose, tanto el uno como lo
múltiple, en y con la nada.
Plotino nos dirá en sus Enéadas
que lo Uno es origen y causa de toda unidad y, por lo tanto, de todo
ser, añadiendo: "para que el ser sea, lo Uno mismo no puede ser un
ser". “Es porque nada hay en lo Uno por lo que todas las cosas provienen
de El. Así, para que el ser sea, es preciso que lo Uno mismo sea el no ser,
sino aquello que engendra el ser. Es manifiesto que el artífice de la realidad
y de la sustancia no es, él mismo, ninguna realidad, sino que está más allá de
la realidad y de la sustancia". "Cuando se trate del principio que es
anterior a los seres: lo Uno, este principio permanece en si mismo. El
principio no es la totalidad de los seres, pero todos los seres provienen de
El; no es todos los seres, más bien no es ninguno de ellos, de manera que puede
engendrarlos a todos." (Enéadas V, 2 y 3). Si no hay nada en lo Uno, el
Uno es la Nada.
Vemos como, para Plotino, el Uno, desde su indeterminación y uniformidad, engendra
en su seno vacío y carente de ser todas
las cosas, quedando éstas determinadas en su multiplicidad. Nos encontramos con
un Uno que él mismo no tiene ser, ni es ninguno de los seres aunque es
principio de todos ellos.
¿Cual es el problema? El problema surge si
identificamos el Uno de Plotino con
el Uno de Platón y a éste con el Bien
y a ambos con el Ser. Dicho de otra forma, si identificamos al Uno con el Ser.
Tendríamos un Uno que no es, identificado con la Nada, que resulta ser y ser el
Ser Absoluto. La naturaleza contradictoria del ser se hace patente. Parménides, probable
alumno de Jenófanes, defendía un Uno
eterno y aseguraba que el Uno es Dios. Parménides,
en busca de lo permanente, estudia "el ser" como un principio estable
unificador de lo real que transciende el continuo cambio de la apariencia.
El Uno inmóvil de Jenófanes reaparece en la inmutabilidad del Ser parménico. En ese
Ser-Uno en el que se anula toda diferencia, tanto en el espacio como en el
tiempo. El "ente único" no tiene ni pasado ni presente, es eterno. El
Ser de Parménides es unívoco y
comprende todo: todo es uno. Antes, los pitagóricos se habían referido al Uno
como principio de todo. Alejandro
Polystor (siglo I a. de C.) resume la cosmología pitagórica diciendo:
"El primer principio de todas las cosas es el Uno. Del Uno vienen los
números, y de los números los puntos, líneas y figuras planas y sólidas, de
estas los elementos y, a partir de ellos, se origina el cosmos” Una vez más
encontramos quien considera que el cosmos es producto de la información,
añadiendo que se trata de una información cuantificada. Opinión que declarará
siglos más tarde Galileo como principio ontológico, la cuantificación del
universo.
Para Parménides,
el Ser solo se percibe intelectualmente, ya que el propio Ser se desvela ante
el pensamiento, identificándose con éste "pues lo mismo es el pensar y el
ser" (Poema 3,1), "lo mismo es el pensar y aquello por lo que es el
pensamiento. Pues no sin lo Ente, con respecto al cual es expresado, hallarás
el pensar"(8,35). El pensamiento se expresa en el ser y el ser se descubre
en el pensar. Por el contrario, los sentidos, “órganos engañosos” (16.1), solo son capaces de percibir la
multiplicidad y el cambio de la apariencia, solo la razón no engaña y solo por
la intelección se contempla al ser con
su unidad y permanencia. El pensamiento unifica lo diverso y descubre la
verdad del ser que los sentidos empañan. La visión intelectual permite captar
los principios de la identidad que son los de la ciencia.
El Ser que subyace tras toda apariencia es,
según Parménides, la auténtica
realidad, siempre idéntico a si mismo "es ingénito e imperecedero, pues es
completo, imperturbable y sin fin " (8,3-8,4). Con la inalterabilidad del
ser, Parménides produce un hiato
entre el pensamiento y la realidad sensible que Platón llevará a sus últimas
consecuencias con la dualidad y separación entre el mundo de las ideas y el
mundo sensible. Frente al sentido común, la realidad es, según Parménides, indivisible, inmóvil,
semejante a una esfera en la cual no tienen lugar ni el tiempo, ni el vacío, ni
la pluralidad. Es esa realidad, atemporal, homogénia y compacta, la que identificamos nosotros como la Verdad
Absoluta de la omnisciencia original, pendiente de ser transcrita como realidad
del mundo mediante las palabras adecuadas en el lenguaje oportuno.
La intención constituyente
de la esencia o en-si de los seres es información ejecutable, ha de contener en
si misma el conocimiento para actuar y el poder y el ámbito para hacerlo se lo ha
de proporcionar el espacio tiempo como receptor y procesador de esa
información. Los seres desarrollan su intención mediante la acción. Hay dos
tipos de acciones: implícitas y explícitas. Las acciones implícitas son
internas y van configurando el propio ser, traducen la cosa en si en su
manifestación, hacen que el embrión se transforme en individuo adulto. Las
acciones explícitas son externas y hacen que cada ser contribuya a la
transformación del mundo. Todas las acciones procesan la información recopilada mediante la atención. Los seres se identifican con su actividad y lo que
son es producto de lo que van haciendo.
Comprender que la naturaleza de la esencia de los seres es información y que el mundo es la transcripción física de un mensaje que se difunde dialécticamente, a través del tiempo y del espacio, por el que la nada se manifiesta, nos permite contestar las preguntas que nos hacíamos sobre los grandes pasos de la realización del universo.
-Hay algo en lugar de la nada, porque de no haberlo, la información original contenida en la nada no se hubiese puesto de manifiesto.
-Hay vida, porque la vida proporciona un sistema eficaz para la difusión de fragmentos de esa información mediante su reprodución y propagacion.
-Hay seres conscientes, para disponer de receptores de esa información que puedan entenderla.
-Los seres racionales intercambian la información que poseen, para reunir los fragmentos de informacion que cada uno de ellos tiene, a fin de acumular la información suficiente que la haga inteligible.
Concluyendo
La esencia constituyente de los entes es información que compone el contenido y la estructura de la Nada-Uno eterna. Su proyección sobre el espacio-tiempo configura en mundo, mostrándose como manifestación que se dispersa a través del espacio-tiempo. La manifestación es percibida como representación por quienes la observan. La esencia de los entes está diferenciada en intención y atención. La atención está integrada por la percepción, la memoria y
el entendimiento. El entendimiento descripta e interpreta la información que
recibe de la percepción y la que recupera de la memoria; es selectivo y hace
que la percepción se limite a captar lo que es o pudiese ser relevante para las
funciones del ente.
Al ser el ente una expresión lingüística y el ser un discurso, la ontología constituye la filosofía de la historia, puesto que, además de explicar la esencia del mundo como información, explica su evolucion como diálogo. La realidad fáctica coincide con la realidad histórica. El futuro se configura a partir del pasado mediante un gran diálogo. El mal es la introducción de la violencia en ese diálogo. La existencia es la mutua manifestación de las esencias diferenciadas mediante sus formas en un espacio-tiempo compartido dialécticamente. La duda está en saber si hay existencia trascendente al tiempo y espacio en el que vivimos. Al morir, regresamos a la nada de la que salimos, pero, al constituir nuestra existencia una narración, queda la posibilidad de subsistir como individuos trascendentes por toda la eternidad en la memoria que Dios guarde de nosotros como biografía, recuerdo que debiéramos compartir en Dios con todos los seres racionales. Previsiblemente, seremos recordados en nuestra plenitud, es decir, por nuestra biografía integral, como sujetos objetivos y sujetivos, la cual incluye tanto el recuerdo de nuestras acciones y sus efectos, como el de nuestras impresiones y sentimientos. En paralelo, el mundo guardará, mientras exista, testimonio inmanente de nosotros por nuestro rastro, nuestra huella y nuestras trazas, incluyendo nuestros restos. Parte de la huella dejada por nuestras acciones serán los efectos e impresiones que hayan podido dejar nuestros actos y palabras en otros seres humanos y parte de nuestra traza quedará entre los recuerdos de quienes nos hayan conocido o sabido de nosotros por otros. La diferencia entre el antes de nacer y el después de haber vivido, es que antes, nuestra biografía era potencial, abstracta e indefinida, mientras que después de vivir, nuestra biografía es actual, real y perfectamente definida; habiendo quedado mediada por nuestras circunstancias pero también por nuestra libertad, lo que nos hace responsables de ella.
Todo saber es incierto, la
experiencia condiciona la teoría y la teoría condiciona los experimentos que
hacemos. La ciencia estudia lo concreto buscando su generalización, mientras la
filosofía parte de conceptos abstractos en busca de la posibilidad de
concretarlos. Conforme entendemos el valor simbólico de nuestra reflexión,
comprendemos que tiene que haber realidades que somos capaces de intuir pero
incapaces de conocer, realidades con atributos de los que incluso dudamos sobre
qué nombre debiéramos darles. Tanabe defendía que la filosofía es meta-noética, una búsqueda del saber más allá de lo conocible. Para Tanabe, la misión de la filosofía es "tomar una posición mediadora entre la ciencia y la religión" (Filosofía como meta-noética. Herder, Barcelona ,2014. Pag. 327)
Hablar del fundamento como algo
previo a la existencia del mundo es hablar de algo previo a toda posibilidad de
la experiencia. La única experiencia previa a la existencia es el recuerdo del
vacío de recuerdos previo a nuestro nacimiento, un vacío identificable con la
nada de la que procedemos. Todas las reflexiones anteriores que se recogen en
este documento son especulaciones mentales, imposibles de contrastar con la
experiencia humana. ¿Qué podemos saber? ¿Qué nos cabe esperar? ¿Qué debemos
hacer? Se preguntaba Kant. Lo que hemos hecho es un ejercicio en búsqueda de un
fundamento de la existencia del mundo, de una explicación de su esencia, de una comprensión de su mecanismo de evolución y una
esperanza sobre nuestro incierto futuro que oriente nuestras acciones. El Ser
eterno trascendente solo puede ser conocido en la medida en que se nos manifieste.
Lo que en esta reflexión hemos tomado por manifestación del Ser absoluto ha
sido la realidad del mundo; otras formas imaginables de la posible revelación
del Ser Supremo, fundamento y creador, serían: La experiencia religiosa sentida en
el corazón de los hombres, por medio de la fe o incluso alcanzada por el
éxtasis, y los textos ofrecidos a nuestra reflexión por medio la revelación a
los profetas. Según la forma de revelación que aceptemos, reconoceríamos a Dios
como Creador, como Espíritu o como Verbo.
Sobre el alma
Las almas son esencias cuya intención culmina en voluntad y
cuyo entendimiento es auto consciente. Las almas pueden comunicarse con otras
almas mediante diferentes leguajes simbólicos y otros medios de transmisión de
información, son inteligentes. El entendimiento del alma es imaginativo, lo que
le permite inventar e innovar, además de percibir y sentir. El entendimiento humano contrasta la información
que recibe o recuerda y deduce información adicional de la que ya posee, es racional.
Dios influye en el mundo directamente pero, preferentemente,
por medio de las almas, función cuyos efectos se reconocen como providencia o
actos providenciales.
El alma, tras manifestarse como cuerpo, mantene su
influjo en el cuerpo mientras está vivo, interactuando con el cuerpo mediante
la mente, que es la actividad cerebral, sintonizándose con ella. La información
procesada por el cerebro es compartida por la mente con el alma. Mientras la
mente se deteriora con la degeneración del cerebro, el alma no deja de
enriquecerse con cada experiencia que comparte con la mente. El olvido es pérdida de la memoria codificada en el cerebro. El alma guarda la experiencia del olvido.
Las almas son eternas en su potencial y en su plenitud,
estando, no ya enraizadas en la trascendencia, sino permanentemente,
eternamente insertas en ella, lo que está en el tiempo son sus acepciones
producidas por su conexión con el cuerpo. Debido a su situación, la percepción
de las almas vislumbra la trascendencia, lo que da origen a la experiencia
religiosa. Plotino hablaba de una parte indescensa
del alma que permanece por siempre en la eternidad de la trascendencia. (Eneidas.Libro
IV, 8, nota 726).
Las almas no toman los cuerpos, los configuran conforme a su
propia esencia. El alma no invade un cuerpo, sino que se reviste del cuerpo que
contribuye a confeccionar y el cuerpo asume las características que el alma
le especifica según sean los rasgos de su esencia. Cada cuerpo es un logos específico e irrepetible materializado, cuyo en sí o esencia
es su alma. Al separarse del cuerpo, tras la muerte, al producirse la
muerte cerebral, el alma se retrotrae plenamente a la trascendencia, su morada
natural, abandonando las condiciones espacio-temporales a las que se encuentra expuesta
mientas está vinculada al cuerpo, volviendo su atención a la eternidad, un
mundo sin tiempo ni espacio, trascendente y suprasensible, inteligible e
invariable. Un mundo de plenitud, en el que y desde el que, la divinidad
cohesiona y gobierna todas las cosas.
En la eternidad no hace falta ni la memoria, ni el
razocinio, ni el lenguaje; dado que todo está presente a todos. No hay necesidad de raciocinio, ya que la intelección
es plena, no habiendo necesidad de añadir ni deducir más información. Cesa toda actividad,
dado que no hay nada que lograr que no se tenga, al no haber devenir, no hay proyectos; con lo que
la vida se hace plenamente contemplativa. Dado que en la eternidad no cabe la
secuencialidad ni el cambio, sin anterior ni siguiente, el alma no anhela nada y vive en paz. La experiencia vital, espacio-temporal, ha
permitido
desarrollar la potencialidad de lo que podría ser en la actualidad de lo que ha sido, permitiendo a cada alma
contribuir a su plenitud con sus decisiones y acciones a lo largo de su vida temporal, haciendo de si
misma lo que es, es decir, su biografía.
El alma percibe tanto lo sensible como lo inteligible. Al
separarse del cuerpo pierde la posibilidad de percibir sensaciones, pero, como
afirma Plotino (Enéidas IV, 4, 28) al independizarse del cuerpo, “percibe lo inteligible como un conjunto de
intelecciones múltiples y simultaneas”. Lo sensible existe sucesivamente y por
partes, mientras que lo inteligible es simultáneo y en acto. En términos musicales, fuera del tiempo no puede haber melodía, pero si armonía, plena armonía. La vida eterna es un acorde magnífico. Al inteligirse a
si misma intelige todo en tanto que en su intelección del todo incluye el
conocimiento pleno de su propia identidad y la contemplación de la esencia de
la divinidad. El conocimiento intelectivo es más pleno y veraz que el
sensitivo. Lo inteligido es lo que Aristóteles llamó formas puras o esencias y Platón Ideas, los en sí kantianos, las voluntades
tras las manifestaciones de Shopenhouer. La plena sabiduría la alcanza el alma
en el instante en que, habiendo abandonado el cuerpo y el mundo sensible, se
detiene a contemplar la verdad inteligible y deja de razonar y recordar. La
vida de carencia y búsqueda errante por el tiempo, queda sustituida por una
vida satisfecha y plena en la eternidad. Plotino dirá que las afecciones
experimentadas mediante el cuerpo, dejan de ser afecciones y recuerdos para
pasar a ser conocimiento profundo de la afección.
El cielo o el infierno es la necesidad de tenerte que gozar
o sufrir a ti mismo como compañero sin posibilidad de poderte ocultar ni ante
ti mismo ni ante los demás. La verdad de ti mismo queda expuesta bajo la luz de
la verdad plena. Lo que hiciste de ti lo hiciste para ti. Deberás gozarlo o
padecerlo eternamente. Si de lo que hiciste mal te has arrepentido, te habrás
reconciliado contigo y estarás en paz contigo mismo. Al no poder esconder de ti mismo la realidad desnuda de lo que verdaderamente eres, deberás sufrir, eternamente abochornado, la contemplación de tus vicios y disfrutar, feliz, de la visión de tus virtudes. Dependerá de ti mismo, de tu deseo de ocultación de tu propia realidad y de tu disposición ante lo divino, de lo orientado o desorientado que desees situarte respecto a la fuente de la verdad, a fin de esconder en lo posible las primeras en la penumbra o realzar las segundas a plena luz divina.