Advertencia: Esta reflexión no es una teoría
probada, sino una propuesta de investigación, a fin de confirmar o descartar
una hipótesis sobre las raíces genéticas del amor.
Kunkel y Dickerson (1982) afirman que una
mayor semejanza entre la pareja facilitará una relación más cómoda.
Fishman y Rosman (1988) dicen que las personas se sienten atraídas por otras
con las que tengan cosas en común. Houts y Robms (1996) encontraron que los
individuos que comparten características, tanto sociales como psicológicas,
establecen una relación satisfactoria para ambos. Hahn y Al (1997) encontraron
que las parejas tienden a ser homógamas, dado que los individuos son atraídos por
personas similares a ellos en una o más características. Knox y Zusman (1997)
realizaron un estudio en la Universidad del Este de Carolina (USA) sobre la
elección de pareja y encontraron que las mujeres prefieren a una pareja que sea
semejante a ellas en educación, ocupación, valores religiosos y deseo de tener
hijos, mientras que los hombres sólo hicieron énfasis en la apariencia física.
Tordjman (1999) menciona que la elección de pareja viene motivada por la
semejanza de los miembros en cuanto a varios factores sociológicos, como el
nivel social, la religión, el ambiente familiar y el nivel de educación. El
mismo autor menciona que la búsqueda de homogeneidad parece ser un mecanismo de
reafirmación. Romero (1999) asegura que la voluntad de crear una relación
duradera fomenta la búsqueda de similitudes en gustos, aspiraciones, intereses
y objetivos. (Fuente: Factores que influyen en la selección de pareja en la
adolescencia, por Gustavo López Castañeda)
Puede que haya quien rechace la tesis genética en base a
que mataría el romanticismo, pero no hay razón para ello. Es un hecho que nos
enamoramos de la encarnación de un genóma y la frase de amor más romántica que
se me ocurre decir a la persona amada es: doy gracias porque existas.
¿Materialista, romántico o narcisismo genético?
Si algún lector dispone de su genóma y el de su pareja, le
ruego utilice un comentario para decirnos:
-Número de genes dobles en su genoma, iguales a los de su
pareja.
-Numero de genes sencillos propios, iguales a
los de un gen doble en la pareja
-Número de genes propios dobles, iguales a un gen sencillo
de la pareja
-Numero de genes sencillos propios, que también los tiene
sencillos la pareja
-Número de pares de genes propios, totalmente distintos a
los de la pareja
Seguro que sería relevante conocer posición y orientación
de esos genes, pero eso se lo dejaremos a los genetistas que acepten el reto de
la investigación propuesta.
Otros
factores
Hay otros factores, además de los genéticos, que
contribuyen a la selección de la pareja, como son los culturales y
psicológicos, factores que contribuyen a establecer una buena comunicación y
facilitan la convivencia entre la pareja, por lo que a los genes, hay que añadir los memes, esas unidades teóricas
de información cultural: conocimientos, creencias y valores transmisibles de un
individuo a otro y de una generación a la siguiente.
Reflexión
Se oye hablar de la química del amor.
Parece una frase retórica, pero tiene mucho sentido. La neurociencia demuestra
la correlación existente entre los estados emocionales y la actividad cerebral.
Los modernos métodos no invasivos para observar la actividad del cerebro, como
electroencefalogramas, resonancias magnéticas y escáneres, permiten ver flujos
sanguíneos, corrientes eléctricas y actividad cerebral asociados con
pensamientos y sentimientos, por lo que sabemos que el amor activa áreas
del núcleo estriado y de la ínsula cerebral. La Universidad de Ciencias y
Tecnología de Hanui (China) ha determinado que el amor hace que, en las
personas enamoradas, se activen un mínimo de doce zonas cerebrales de forma
coordinada. Son zonas relacionadas con la motivación, la recompensa y las
aptitudes sociales. Científicos de la Universidad de Concordia, en Canadá, han
descubierto que el lugar donde se ubica el amor está en el llamado sistema
limbito, incluye el hipocampo y la amígdala. "En esta región se controlan
una serie de funciones que incluyen las emociones, la conducta, la atención, el
estado de ánimo, la memoria afectiva, el placer y la adicción". En el
estudio participaron neurólogos de las universidades de Sycaruse y Virginia
Occidental en Estados Unidos y el Hospital Universitario de Ginebra en Suiza.
Los análisis de sangre y orina demuestran
que el amor libera dopamina, serotonina, noradrenalina, oxitocina, feniletilamina, testosterona y norepinefrina;
un cóctel de neurotransmisores, euforizantes, gratificantes y
estimulantes que propician el acto sexual y lo hacen placentero. Se han
identificado tres tipos de procesos cerebrales diferentes relacionados con el
amor: la atracción romántica, la atracción sexual y la vinculación
emocional. Fase romántica: La feniletilamina contribuye
al romance y desencadena la producción de las otras sustancias, la noradrenalina estimula
la atención y estimula tanto la circulación como la respiración, la dopamina focaliza
la atención sobre objetos y personas, la norepinefrina aumenta
la capacidad de recordar detalles placenteros, la feniletilamina,
es conocida como la droga del amor, produce euforia, reduce la necesidad de
sueño y el apetitito, hace ver el mundo de color de rosa. Fase sexual:
la testosterona estimula el deseo sexual. Fase
de vinculación emocional: Parece que la oxitocina,
de acción retardada y duradera, ayuda a forjar lazos permanentes entre amantes,
propiciando la monogamia. La oxitocina se sintetiza
en el hipotálamo, y se almacena en la hipófisis o glándula pituitaria. La serotonina produce
efectos gratificantes en las tres fases. Dada la dosis y potencia
de los compuestos segregados y consumidos por el organismo durante los
prolegómenos y el acto sexual, es comprensible que el sexo sea adictivo.
Los que buscan la estimulación sexual al margen de su fución fisiológica
normal, los aberrantes sexuales, y los
que padecen ninfomanía o satiriasis, son drogodependientes que actúan buscando darse un
chute de sustancias no inyectables. El tratamiento, como la cura de toda
drogoadicción, previsiblemente pase por la continencia y la superación del mono
del síndrome de abstinencia. Para ello, ayudaría estimular la segregación de
otros productos menos adictivos que actúen como paliativos, como los producidos
al hacer ejercicio físico, la práctica de la relajación y la meditación.
La cuestión aquí y ahora no es analizar
los efectos fisiológicos más o menos transitorios del amor, sino si hay motivos
más profundos y permanentes, genéticos, que condicionan el tipo de
pareja de la que un individuo es propenso a enamorarse y predisponen al
enamoramiento con una persona concreta, ya sea mediante mecanismos impelentes o
restrictivos, que ayudan a seleccionar un tipo de persona. Es evidente que lo
habitual es buscar pareja de la misma especie y de distinto sexo, luego hay una
clara base genética de grandes rasgos determinantes en la elección de pareja,
aunque se den casos atípicos. Se dijo que el virus del sida se desarrolló entre
los simios y el primer portador humano había tenido relaciones sexuales con
chimpancés infectados; pero lo aberrante no es la norma. Parece que el objetivo
del amor es perpetuar la existencia de los genes propios, por lo que las
uniones estériles quedarían excluidas de este planteamiento, aunque Richard
Dawkins opina que la homosexualidad es la expresión atípica de un gen
que, por razones medioambientales y experiencias que han afectado a un
individuo, afecta la orientación sexual de la libido; lo cual no impide que,
salvo la inversión sexual, el resto de las consideraciones que aquí se hacen
sigan siendo válidas en esos casos. Está demostrado que el deseo de seguridad
económica valora positivamente la posición socio-económica de la pareja y a
todos nos consta que, al igual de que somos conscientes de la importancia de
los aspectos culturales y psicológicos en el amor, el atractivo físico de la
pareja es un factor importante y bien sabemos que el aspecto físico tiene un
relevante componente genético. La cuestión, aquí, es si actúan otros elementos
genéticos más sutiles en la atracción amorosa. Está la cuestión de las feromonas segregadas
por distintas glándulas y que estimulan, mediante el olfato, diferentes
reacciones según el tipo de persona que sea el receptor. Pero las feromonas son
el mensajero que informa sobre aspectos más profundos y no todos visibles de la
otra persona.
Me contaron la historia, asegurándome que
era cierta, de un caballero cuya esposa tenía una muy, muy rara enfermedad y la
llevó a un especialista. Cuando el médico reconoció a la enferma y diagnosticó
el mal, comentó al esposo: "No puede imaginarse la suerte que tiene de
haber recurrido a mi, su esposa tiene una enfermedad rarísima; son poquísimas
las personas afectados por ella en el mundo, y soy de los escasos médicos que
la hemos tratado antes en otros pacientes" A lo que el caballero contestó:
"Lo se, hemos venido a verlo a usted, porque hace años fue usted quien
trató a mi madre de lo mismo".
Dada la baja probabilidad del caso, da la
sensación de que, si la enfermedad era genética, el caballero, que estaba sano,
tenia ese gen recesivo, heredado de su madre. La hipótesis plausible que se
deduce del caso es que tendemos a enamorarnos de los individuos
portadores de alelos dominantes de nuestros genes recesivos. Según la
teoría del gen egoísta, de Richard Dawkins, el gen es
la unidad evolutiva fundamental, siendo los genes y no los individuos
quienes buscan sobrevivir, lo que explicaría el altruismo de algunos individuos
que se sacrifican por la supervivencia de otros individuos portadores de sus
mismos genes. Dawkins explica que la probabilidad de que un gen prospere
depende de su capacidad de adecuación al medio. Es evidente, que la mejor forma
que tiene un gen para sobrevivir es emparejándose con otro gen igual a él, ya
que duplicaría las posibilidades de supervivencia. Por consiguiente, cabe
reconocer una tendencia de búsqueda de portadores de genes semejantes a los
propios, especialmente si los nuestros son recesivos y, por tanto, más
vulnerables a la desaparición. La hipótesis se cumple en la pareja de genes
determinantes del sexo XX-XY, constituyendo un claro atractivo entre los
portadores de cada par. Además de las razones de supervivencia genética,
estaría el deseo de hacer manifiesto lo que en el fondo somos sin mostrarlo.
Personalmente, me llevé una gran alegría cuando tuve un hijo con los ojos azules
de mi abuelo que yo no muestro. Era descubrirme que en el fondo oculto soy así,
a medias, bastando sustituir el gen heredado de mi padre por el adecuado de mi
mujer para revelarlo, al hacer dominante lo recesivo. La presencia de otros
rasgos indiscutibles, descartan cualquier duda de paternidad. Confirmando la
hipótesis el hecho de que el fenómeno de los ojos azules se repite en tres de
mis nietos y a lo largo de las descendencias de varios primos.
Por otro lado, sabemos los problemas
degenerativos que provoca la endogamia y que el tabú del incesto es de origen
prehistórico. Sigmund Freud desarrolló en
profundidad sobre este tema. Ha de tenerse también en cuenta que hay pueblos,
como los árabes, que propician las uniones entre primos. Todos conocemos la creencia
generalizada en que las uniones entre individuos muy dispares regeneran la raza
positivamente y teóricamente la mejoran, el mestizaje es un ejemplo palpable de
las filias y las fobias a las uniones entre portadores de genes manifiestamente
diferentes y un buen ejemplo de su contribución a la diversidad. Frente a la
reproducción asexuada, la sexualidad valora la mezcla de genes como una
innovación positiva. La revista alemana "Psyhologie heute" publicó
un estudio demostrando que en la selección de pareja es muy improbable la
atracción entre personas muy dispares. Habría que preguntarse si el complejo de
Edipo no tendrá una base genética.
Los diferentes estudios de campo,
entrevistando cientos de parejas, avalan la preferencia de la homogeneidad y
complementariedad, en las características tanto físicas como sociales y
psicológicas, entre los miembros de la pareja, frente a las diferencias. La
teoría de la homogamia establece que un individuo escoge a
otro por los componentes similares que ambos comparten. Ambos sexos creen que
la homogamia está asociada con la felicidad y las relaciones duraderas. También
sabemos que los casamenteros profesionales de todo el mundo,
hindúes, irlandeses, coreanos...buscan entre sus clientes formar parejas con
características comunes.
Kunkel y Dickerson (1982) afirman que una
mayor semejanza entre la pareja facilitará una relación más cómoda.
Fishman y Rosman (1988) dicen que las personas se sienten atraídas por otras
con las que tengan cosas en común. Houts y Robms (1996) encontraron que los
individuos que comparten características, tanto sociales como psicológicas,
establecen una relación satisfactoria para ambos. Hahn y Al (1997) encontraron
que las parejas tienden a ser homógamas, dado que los individuos son atraídos por
personas similares a ellos en una o más características. Knox y Zusman (1997)
realizaron un estudio en la Universidad del Este de Carolina (USA) sobre la
elección de pareja y encontraron que las mujeres prefieren a una pareja que sea
semejante a ellas en educación, ocupación, valores religiosos y deseo de tener
hijos, mientras que los hombres sólo hicieron énfasis en la apariencia física.
Tordjman (1999) menciona que la elección de pareja viene motivada por la
semejanza de los miembros en cuanto a varios factores sociológicos, como el
nivel social, la religión, el ambiente familiar y el nivel de educación. El
mismo autor menciona que la búsqueda de homogeneidad parece ser un mecanismo de
reafirmación. Romero (1999) asegura que la voluntad de crear una relación
duradera fomenta la búsqueda de similitudes en gustos, aspiraciones, intereses
y objetivos. (Fuente: Factores que influyen en la selección de pareja en la
adolescencia, por Gustavo López Castañeda)
La conclusión a la que parece llevan estas
observaciones es que debe de haber un óptimo de equilibrio entre la
tendencia a conservar los propios genes que propugna la unión con genes
similares y la de incorporar genes nuevos, muy distintos a los propios, que
faciliten la diversidad y la adaptabilidad a nuevos retos. Lo que, a
nivel del individuo, sería algo así dar prioridad a no dejar de ser uno mismo,
pero potenciándose en lo posible con nuevos aportes que no distorsionen su identidad.
Una ley de la mayonesa genética en la que se van añadiendo nuevos genes
enriquecedores en proporciones que eviten el que se corte el
genotipo original. Compaginar conservación y variabilidad, identidad y
biodiversidad, homogeneidad y complementariedad frente a la disparidad. Podemos
concluir que la pareja se escoge en base a criterios genéticos,
seleccionando como pareja: un individuo de la misma especie y diferente
sexo, junto a un conjunto de genes que se manifiestan visiblemente en
determinados rasgos físicos y estéticos a los que se aspira para la prole,
preferentemente como reafirmantes o potenciadores de los genes propios y,
previsiblemente, en base a un amplio conjunto de genes recesivos que compiten
entre sí para poder afirmarse y expresarse como dominantes en la siguiente
generación. Sería la expresión biológica de las viejas teorías de la media
naranja y el alma gemela, el bashert. El origen genético del amor
explicaría la reciprocidad en el amor. La base genética de la atracción sexual
justifica la tradición semítica de casar a las viudas con hermanos del difunto
o ley del levirato y explica los numerosos
casos de relaciones entre cuñados. No faltan de ello ejemplos en la literatura,
recordemos, sin mayores indagaciones, el caso de Hamlet. Mientras
que el derecho canónico de Trento desaconseja la unión entre personas con menos
de 7 grados de consanguinidad, el Derecho Romano impedía incluso los
matrimonios entre parientes civiles: cuñados, sobrinos y suegros. Es evidente
la estrecha relación entre el amor entre los miembros de una pareja y la
atracción sexual entre ellos, (hace unos días, después de haberlo escrito,
escuché a Mario Vargas Llosa decir esto mismo en una entrevista en TVE) por lo
que es sensato asumir que las bases biológicas de ambas funciones,
enamoramiento y atracción sexual, sean las mismas.
Es relevante tener también presente el
proceso de adaptabilidad genética, el hecho de que alelos latentes se activen
por medio de un estímulo medioambiental que los hace relevantes, aprovechando
la plasticidad fenotípica de los genes. Dado que las personas con las que
convivimos, principalmente la familia y fundamentalmente la pareja, constituyen
un elemento importantísimo de nuestro entorno, es previsible que, a lo largo de
la convivencia, se vayan activando aquellas variantes de los alelos que mejor
se adaptan a la convivencia con la pareja. Además, dado que en la convivencia,
la pareja comparte alimentación, hábitos de vida y puntos de vista, haya alelos
comunes en ambos que se activen al unísono, al recibir un mismo desencadenante.
Para que esto ocurra, debe haber una predisposición genética común previa.
Finalmente, es evidente el papel de la
genética en los innegables e intensos afectos que se dan en las relaciones
paterno-filiales y fraternales y la predisposición al altruismo individual por
la defensa de la supervivencia de genes compartidos por la familia.
Posiblemente, alguien podría alegar que
hemos llegado a una hipótesis en base a un único botón de muestra empírica: la
esposa con la rara enfermedad que antes padeció la madre del marido, y tendría
razón; aunque, según la tradición, a Newton solo le cayó una manzana; sin
embargo, nosotros contamos con dos indicios, el de las dos damas enfermas y las
sucesivas apariciones y ocultaciones de los ojos azules y cántabros de la
familia Gutiérrez; pero tendría razón quien alegase escasa base empírica, y es
por ello por lo que, dada la creciente facilidad para obtener el genoma de un
individuo, la propuesta es desarrollar un proyecto de
investigación que parta de coleccionar genomas de parejas visiblemente
enamoradas, a fin de analizar el número de genes recesivos que cada individuo
tiene, que son dominantes en su pareja, y poder obtener estadísticas
significativas. Invito a los genetistas que lo emprendan. También habría
que estudiar un grupo de contraste de parejas que se rechazan. Es posible, que
dentro de unos años, la búsqueda de pareja por Internet incluya, junto al
intercambio de fotografías, el intercambio de la secuencialización de los
respectivos genomas, documento que será imprescindible para acudir a Lisdoonvarna.
Epílogo. El concepto de amor es amplio. Hemos hablado del amor
entre la pareja, no incluye, por ejemplo, el amor al prójimo, a Dios o a la
Patria. Posiblemente debiéramos haber debido hablar del proceso de
enamoramiento en lugar de llamarlo amor. Francesco Alberoni considera
un elemento esencial para enamorarse el consentimiento, por lo que hay que
pensar en la posibilidad de que la presencia de condiciones genéticas adecuadas
no sea suficiente para culminar el enamoramiento humano, debiendo ratificar la
entrega mediante un acto voluntario de consentimiento en el que se acepte el
compromiso derivado del co-sentimiento asumido. El hecho del consentimiento no
anula que el origen del enamoramiento tenga una base involuntaria e incluso
inconsciente; la imagen mitológica de Cupido expresa bien el componente pasivo
del desencadenante del proceso. La flecha representaría los propios genes y el
arco la percepción inconsciente de los genes de la pareja. El amor se nos
manifiesta como un sentimiento complejo que agrupa una serie de sentimientos
positivos: concentración de la atención en la persona del otro, atracción,
deseo de reciprocidad, deseo de cercanía, de intimidad, de compartir, de
proteger...y negativos: sentimiento de vacío causado por la ausencia,
celos...Por eso, los modelos y teorías sobre el amor son psicológicos,
destacando en popularidad la teoría triangular de Sternberg. En la
teoría transaccional se valora a la pareja como sistema. La potencialidad de
una pareja está en la sinergia que puede generarse al operar conjuntamente como
una unidad.