Ignoro los motivos de la
espantada del magnate chino Wang Jianlin, pero el largo proceso de negociación
que ha precedido a su decisión parece indicar que podría haber sido causada por
las dificultades que ponían las autoridades que rigen el Ayuntamiento de Madrid
para abordar la remodelación del Edificio España. Si añadimos los retrasos y
amenazas a otros proyectos, como el Metropólitan, Operación Chamartín o
Mahou-Calderón, la situación resulta preocupante y me hace pensar sobre cuál es
el sentido del concepto de patrimonio urbanístico
y reflexionar sobre cuál debiera ser el criterio para valorarlo y gestionarlo.
Parto de considerar a la riqueza
como una forma de energía, en tanto es una capacidad para modificar la realidad,
un potencial para la acción. La riqueza inmobiliaria tiene tres atributos o
calificaciones, pudiéndose distinguir entre: el valor de uso o funcional, el
económico o de intercambio y el artístico-histórico o estético-nostálgico de un
inmueble; lo cual complica su evaluación; aunque, para simplificar, el valor de
uso puede considerarse incorporado en el económico. Un inmueble, tiene, por
tanto, un valor económico, cuantitativo,
que valora el mercado; más un valor artístico, cualitativo, para el que no tenemos una escala objetiva con la
que medirlo. Cabría una valoración relativa que nos permitiese comparar un inmueble
con otro y decidir cuál es artísticamente superior al otro. Si bien, al ser
relativa, el resultado de la comparación dependerá del gusto y valores
estéticos del evaluador, es una estimación subjetiva. La riqueza inmobiliaria,
tanto económica como histórico-artística, se acumula como patrimonio de las
ciudades. Una limitación física del patrimonio inmobiliario es el hecho de estar
anclado al terreno, lo que supone una importante restricción para su sustitución,
intercambio y renovación, que hay que aceptar. Como consecuencia, el valor
estético y funcional de un edificio viene condicionado por su entorno, con el
que debe estar en armonía, realzándolo y siendo realzado por él, además de ser
complementarios en funciones y servicios. Todo edificio es un centro de actividad abierto a una red de desplazamientos, por lo que no
sólo es importante su ubicación, sino también su orientación, por la captación
de la luz solar para iluminar la actividad y por la importancia de la entrada
al edificio, de por dónde se accede y desde dónde se accede; así como hacia
dónde se mira, las vistas que tiene.
Los organismos vivos, suelen
regular la adquisición y consumo de la energía que necesitan para vivir,
contando con sistemas de acumulación que les permite gastar puntualmente
excedentes de energía adquirida en tiempos anteriores. Cuando la disponibilidad
de energía es escasa, su utilización está totalmente dedicada a cubrir
necesidades en un régimen de supervivencia, solo en caso de acumular excedentes
se puede derrochar energía en actividades superfluas e incluso ostentosas. En
el caso de las ciudades, unos organismos vivos muy peculiares, también deben
administrar su patrimonio inmobiliario en función de las necesidades a cubrir,
sin renunciar a hacer uso de excedentes en acciones concretas, cuando se
considere conveniente, generando actuaciones urbanísticas que exhiban la
exuberancia de un momento histórico, debiendo velar las autoridades por la
mejora permanente del patrimonio arquitectónico de la ciudad al fomentar el
desarrollo urbano.
El anclaje del patrimonio
inmobiliario al terreno fuerza, en ocasiones, a tener que elegir entre lo
existente y lo que se propone realizar en un espacio concreto. En esos casos,
se impone la necesidad de tener que comparar entre lo existente y lo proyectado,
entre lo actual y lo potencial. Debiendo tenerse muy en cuenta la reflexión
sobre si el balance energético de una operación es positivo, es decir, si el
valor artístico y económico del nuevo inmueble supera al valor artístico y
económico del anterior más la inversión económica necesaria para demoler el
viejo y construir el nuevo. El tiempo es un componente del gasto, todo retraso
y demora incrementan el coste económico de la renovación. El objetivo es
optimizar el balance patrimonial de la ciudad. El criterio no puede estar
basado únicamente en si lo que ahora tengo es bueno, sino en si la alternativa
es mejor o peor que lo actual. En el caso de que lo que se tenga merezca ser
salvado, a pesar de que lo propuesto lo mejore con creces, habrá que plantearse
el desplazamiento de lo que ahora hay. Hay reliquias del pasado que se
interponen en la ruta del progreso y no se pueden demoler por los valores que
sean. No es la primera vez que eso pasa. Nos ocurrió con la Puerta de Hierro que impedía la construcción
de la autopista de la Coruña,
y se decidió desplazarla unos metros, en vez de paralizar el proyecto; nos
ocurrió con los templos egipcios de Nubia, como los de Abu Simbel y de Debob,
que paralizaban la construcción de la presa de Asuán, se trasladó Abu Simbel a
donde las aguas no llegasen y nos trajimos a Madrid el templo de Debob como
regalo del gobierno egipcio; el templo de Dendur se llevó al Metropolitan de
Nueva York, el de Taffa al Rijksmuseum
de Leiden, Países Bajos, y el de Ellesiya al Museo Egipcio de Turín,
Italia; pero no se paralizó la
construcción de Asuán.
Por investigación operativa,
sabemos que la optimación de una función está limitada por las restricciones
que se impongan al sistema. Poner un exceso de restricciones es reducir las
posibilidades de optimización. Da la impresión de que un posible problema de
los proyectos urbanísticos fallidos en el municipio de Madrid se ha producido
el verse constreñidos los promotores por
exigencias que impedían la viabilidad del proyecto, como resultado de imponerles
las autoridades un balance muy negativo, gravado por plazos de demora
indefinidos. Una de esas restricciones es la gestión del patrimonio urbano
mediante criterios ideológicos. Como ya he citado en otro artículo de este
blog, (bit.ly/1PiFYtt) Henri
Lefebvre, el gran filósofo del espacio, dejó escrito que “los proyectos relativos al espacio, sean arquitectónicos, urbanísticos
o de planificación, deben ser gestionados mediante el empleo político del
saber, de un conocimiento en principio desinteresado, evitando caer en
ideologías que tienden a confundirse con el conocimiento por aquellos que
aceptan esta práctica” (La producción del espacio, IV.5). La ideología es
la cristalización de un eslogan impermeable a la argumentación e ignorante de
las restricciones y oportunidades de cada espacio, transforma la realidad en
esquemas y la reflexión en dogmas, eliminando la consideración de toda
información que se oponga a la ideología asumida. El Ayuntamiento de Madrid
parece actuar bajo el principio inamovible de considerar que todo edificio
tiene un valor estético irrenunciable que hay que salvaguardar; entendiendo por
administración del patrimonio su mantenimiento, frente a toda oportunidad de
mejora, por lo que priva a la ciudad de su renovación al dar prioridad a la
conservación frente al desarrollo. Por ello, no se tiene en cuenta el principio
de la destrucción creativa de Werner Sombart, analizada y popularizada por Schumpeter, quien deja bien claro a lo largo
de su obra que para construir hay que destruir, estando ese principio en la
base de la actividad del emprendedor innovador. Y sabemos muy bien que sin
innovación no hay crecimiento y sin crecimiento no hay empleo ni riqueza ni
futuro. También Mijaíl Bakunin sostenía que la destructucción
de lo viejo es la fuerza creadora de lo nuevo: "la pasión por la
destrucción es una pasión creadora". En la práctica urbanística no se
trata de destrucción, sino de regeneración. Houssmann demolió en París 170 iglesias y del orden de 55.000
viviendas, incluida la casa en la que él nació, para hacer los bulevares y la Gran Via madrileña se
llevó 310 edificios por delante. En 1172, la expansión de la ciudad de
Florencia desbordó las murallas romanas reduciéndolas a vestigios. Tenemos el
ejemplo de la Baugrenelle
en Paris y la historia de Troya, Susa o Leptis Magna, entre otras, con sus
respectivas series de superposiciones de ciudades sobre los restos de las
ciudades anteriores, son ejemplos paradigmáticos de la aplicación del principio
de Schumpeter al urbanismo, con más acierto en unos casos que en otros. En
Madrid, más bien parece que estemos en uno de esos casos en los que, como
advertía Carlos Marx en los Grundrisse, "las fuerzas reaccionarias frenan el progreso potenciando el valor de
los vestigios del pasado porque los tienen delante", mientras que "las
virtualidades o potencialidades de lo proyectado solo adquieren todo su valor
al desarrollarse".
El problema madrileño básico es no contar con un proyecto de ciudad
que, respetando la identidad de la ciudad, villa y corte, defina objetivos
globales para su crecimiento y desarrollo y, adicionalmente, en los proyectos
concretos no parece que se haga un balance de patrimonio, no se compara lo
proyectado con lo existente ni se plantean los beneficios de la renovación. Como
consecuencia, se pierden oportunidades como la de contar en Madrid con el
Museo de las artes, la arquitectura, el diseño y el urbanismo del arquitecto
Emilio Ambasz, evitando la demolición del antiguo y
deteriorado edificio de la UNED
o nos quedamos empantanados con el viejo Edificio España, que por su fecha de
construcción puede que sufra aluminosis, por conservar su carcasa. Un sarcófago
vacío e inútil en clara amenaza de ruina. Por desgracia, ni siquiera contamos
con un bosquejo del proyecto del edificio que podría haber sustituido al
deteriorado Edificio España. Un arquitecto amigo me comentaba
que mientras se habían demolido una joya arquitectónica de Miguel Fisac (la
"pagoda" de laboratorios Jorba) y el mercado de Olavide para hacer
una plaza fea; se pretenden salvar las cochambrosas cocheras de 4 caminos, o
mantener la piel del edificio de la Plaza España, que a él le parece feo y sin ningún
valor, y demolería sin contemplaciones para hacer otro que fuese más permeable
a luz del oeste hacia esas calles a su espalda. Son todos esos casos muestras
de carecer de un proyecto de ciudad y de no haber realizado un balance del
Patrimonio Inmobiliario proyecto a proyecto. Hay obras que conviene conservar y
otras a las que habrá que renunciar o desplazar, estudiando cada caso y cada
alternativa dentro de un concepto global.
Ese tipo de actuaciones no solo priva a Madrid de edificios emblemáticos modernos, sino que lanza señales a los inversores internacionales y nacionales de que invertir en Madrid es entrar en territorio comanche, donde no se sabe cuales son las reglas de juego ni si serán respetadas. Como decía Lefebvre, a veces, el sustituir mentalmente el espacio social real por un espacio mental abstracto permite que "el poder de la burocracia esquive, con coartadas, reivindicaciones y propuestas", obligando a abortar proyectos de primera magnitud que engrandecerían a la ciudad.
En las declaraciones posteriores
al portazo y fuga del inversor Wang Jianlin, dejándonos con la duda sobre que
pasará con el proyecto Campamento o con los terrenos del Atlético de Madrid,
los responsables del urbanismo municipal reiteraron la referencia al cumplimiento
de la ley como razón para su inflexibilidad en las negociaciones sobre la mejor
forma de regenerar el espacio ocupado por el Edificio España, pero en el caso
del proyecto Metropólitan, la ley y el derecho parecen no contar, amenazándose
a los propietarios del terreno con incumplir el APR 07-02 aprobado por la Comunidad de Madrid el
25 de julio de 2012 y expropiar a los cooperativistas que compraron el solar al
Metro de Madrid en subasta pública con ese APR incorporado. Se proclama a bombo
y platillo la defensa de los desahuciados por impago y se amenaza con
desahuciar a 450 familias que han pagado sus viviendas. Recordemos que, según
el diccionario de la RAE, desahuciar es quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea. La
ley no se utiliza como herramienta de la justicia, sino como arma para
potenciar la prepotencia de la Administración frente a los derechos de los
ciudadanos, en manos de un ayuntamiento que actúa como prefectura. Una
Administración que además de ser un poder ejecutivo tiene poder legislativo, no
teniendo dificultad para alterar la ley cuando lo considera oportuno, no puede
tomar a esa ley, que parece estar dispuesta a incumplir cuando le complace, como
excusa de sus errores, sembrando la actividad inmobiliaria madrileña de
incertidumbre e inseguridad jurídica. El problema es de mala gestión y falta de
visión. El patrimonio urbanístico no puede administrarse por restricciones
ideológicas, sino que debe gestionarse con criterios de mejora de ese patrimonio
mediante operaciones que generen un balance de energía patrimonial positivo. La
gran diferencia entre la concesión de los juegos olímpicos a Barcelona y, en mi
opinión, la no concesión de los juegos a Madrid, se debe a que en el proyecto
de Barcelona la política olvidó su ideología para seguir los consejos técnicos
de los urbanistas y arquitectos y tenían un proyecto de ciudad. También yo
dejaría mi ideología a un lado para dejar que el cirujano me opere como él crea
debe hacerlo.
Los organismos vivos mueren de
inanición cuando hacen una mala gestión de la energía de que disponen. Las
ciudades también se van debilitando y deteriorando por mala gestión de su
patrimonio urbanístico. Rechazar inversión foránea es espantar las posibles
presas de primera, renunciar a una dieta nutritiva y altamente energética que
asegure el desarrollo. Se habla del comerciante que se arruinó por no comprar,
me temo que estemos llevando a la parálisis a Madrid por no demoler lo que
conviene renovar.
Todo inmueble es medio para la
ocupación y actividad de sus usuarios, es ground
y background. Para atraerlos, ha de
ser un medio atractivo al que quieran convertir en su medio. Además de la economía y el arte, en la ecuación del
patrimonio urbanístico habría que dar cabida al capital humano, tener en
consideración a los ocupantes de cada inmueble y la actividad que desarrollarán.
Una de las funciones del proyecto Metropólitan es la de ofrecer la posibilidad
de recuperar población emigrante joven y valiosa, al darles la oportunidad de encontrar en su ciudad de
origen la tipología de edificio que encuentran en el extranjero y en los que
están acostumbrados a vivir.