martes, 9 de junio de 2015

La Escuela de Kioto



Metafísica

Escuela de Kioto

Cuando a mediados del siglo XIX, la expansión dominante de los europeos por el globo dejó clara la superioridad de la cultura occidental, otros pueblos se cuestionaron por el secreto de Europa.

Los árabes reaccionaron ante el reto con la Nahda, con la idea de levantarse, de despertar, de renacer. El renacimiento árabe fue instigado por la invasión napoleónica de Egipto y se trató de un renacimiento literario propio de un pueblo fundamentalmente humanista que se interesó por la cultura europea. Los intentos de modernización de Muhammad Ali llevaron a numerosos estudiantes egipcios a las universidades europeas, con la intención de formar con ellos las nuevas clases dirigentes. Pero el interés de los estudiantes se centró en la literatura y los resultados fueron, fundamentalmente, literarios y legales. Al-Nahda fue un importante, renovador y productivo movimiento cultural, predominantemente literario, del mundo árabe.

Por el contrario, tras las exigencias de la armada americana del Comodoro Perry, la revolución Meiji, japonesa, focalizó su interés en la física, considerando que era la física lo que daba a Occidente la primacía sobre el resto del mundo. Los japoneses enviaron a sus jóvenes a estudiar física a Europa y los EE.UU. y contrataron profesores de física que enseñasen en las universidades japonesas. El resultado fue que, en no muchos años, Japón había asimilado la tecnología occidental y sus fábricas estaban compitiendo a nivel mundial, algo de lo que no fueron capaces los árabes.

Pero tras la masa de japoneses ávidos del saber tecnológico, hubo uno, en una segunda oleada generacional, que se interesó por el pensamiento filosófico occidental, Nishida Kitaro. Nishida, fue discípulo de Heidegger, en Alemania, interesándose por Kant, Schopenhauer, Nietzshe y Hegel, a los que tomó como referentes para comprender la filosofía occidental de su tiempo. Terminó como catedrático de filosofía en la Universidad de Kioto. Es autor de libros como Indagación del bien y Pensar desde la nada.

Alumno de Nishida en la Universidad de Kioto, Universidad de la que posteriormente fue profesor, Tanabe Hajime, por consejo de su maestro, también fue a Alemania a estudiar filosofía, estudiando con Riejl en Berlín, con Hussel en Friburgo y con Heidegger en Marburgo. Interesado en un principio por la Filosofía de la Ciencia, se sintió atraído por la fenomenología y el existencialismo. En su filosofía, prima la fe sobre la razón. Escribió un Estudio sobre filosofía de las matemáticas y Filosofía como metanoética.

Nishitani Keiji, discípulo de Nishida y Tanabe en Kioto y de Heidegger en Friburgo, Alemania, existencialista, es considerado como el principal exponente de la Escuela de Kioto. Su libro La Religión y la nada, está influido por  Heidegger y por Nietzsche, pero, fundamentalmente, por el budismo Zen. Se interesó por la Biblia y por la vida y obra de San Francisco de Asís.  Como los dos anteriores, también fue catedrático en la Universidad de Kioto.

Tres son las principales diferencias que observo entre el pensamiento de la Escuela de Kioto y la filosofía occidental: La forma de observar la realidad, el fundamento del pensamiento filosófico y la primacía del grupo sobre el individuo.

-La forma de observar la realidad: Mientras los filósofos occidentales analizan el objeto desde un sujeto que lo percibe en imágenes de la realidad que encapsula en conceptos; la Escuela de Kioto propugna por evitar la dualidad objeto-sujeto y trata de “experimentar” la realidad como un todo, mediante el acto al que se llamó “experiencia pura”. El filósofo deberá esforzarse por experimentar su propio kensho, verse a si mismo como parte integrante del todo para descubrirse a si mismo en su naturaleza verdadera

-El fundamento último de la realidad: Si ya desde Parménides, el principio y fundamento temático de los filósofos occidentales es el ser, el fundamento y realidad última de la filosofía de la Escuela de Kioto era la nada.

-El centro de atención social: El énfasis en el individuo de Occidente, contrasta con la importancia del grupo para las culturas orientales.

La observación de la realidad.
La percepción del todo y desde el todo requiere que el sujeto se ejercite por identificarse con la totalidad de lo existente, recorriendo el camino (Do) de la mística mediante ejercicios de meditación, en busca de la disolución del yo subjetivo y personal, en un yo universal, que simultáneamente se hace objeto y sujeto. Para lograr este objetivo, los filósofos de la Escuela de Kioto, aconsejan la práctica del Zen  junto con la práctica de otros métodos iniciáticos, típicamente japoneses, como son las artes marciales, la caligrafía, la ceremonia del te, la decoración floral o la danza; así como la práctica de artes manuales, como la cerámica, la talla de madera o la pintura. La idea es basar la filosofía en la experiencia en vez de hacerlo en la teoría; en lo concreto y el ahora, en vez de recurrir a la abstracción. Se trata de un empirismo radical que evita contaminar la experiencia con ideas no incluidas en esa experiencia y evitando transformar la realidad de la experiencia vivida en su representación mental. La experiencia pura lleva al “despertar”, descubrir la realidad como un todo del que el observador también forma parte; un estado de la realidad previo a la distinción y diferenciación de sus partes en la conciencia, incluida la conciencia de la propia conciencia como sujeto ajeno a lo observado.

Desde esa presencia unificadora de mente y cuerpo con el cosmos, la acción es por “intuición”, en la actividad ordenada de la unidad operativa del cuerpo y la mente sobre el mundo, sin que intermedie reflexión alguna, como actúa el maestro de esgrima.

La experiencia del despertar es una experiencia mística en la que se busca experimentar la nada y la unión del propio ser con el todo. Una dialéctica entre lo uno y lo múltiple, basada en la experiencia Zen, tratada filosóficamente por la Escuela de Kioto mediante métodos racionales occidentales.

Personalmente, he hecho el ejercicio de no ver nubes, sino contemplar el cielo, y no ver las montañas ni los ríos, sino contemplar el paisaje. Olvidando que el cielo se llama cielo y el paisaje, paisaje; para integrar después ambos en lo contemplado e intentar, a continuación, incluirme a mi mismo en lo contemplado como pieza integrada en un todo único. No se si el proceso es ortodoxo, pero modifica sensiblemente lo percibido. La experiencia es parecida a observar un cuadro abstracto en el que no hay ningún objeto identificable que poder nombrar y en el que, además, tu mismo formas parte difuminada del cuadro. La Escuela de Kioto considera que la realidad es una totalidad, un continuo, pero la observación racional de esa realidad la fragmenta en conceptos en su intento por representarla y comprenderla mediante abstracciones. Hay que despojarse de los conceptos y simplemente experimentar la realidad que se nos pone de manifiesto en su unidad. La comprensión se produce cuando el sujeto se siente uno con lo que observa. Todo es una misma unidad en su común ascendencia. La experiencia buscada trata de experimentar la unidad previa y subyacente a las distinciones. La experiencia del despertar es una experiencia mística.

La razón selecciona lo que nos resulta de utilidad entre toda la información que recibimos en el flujo continuo de la experiencia, el “despertar” consiste en inhibir los filtros racionales y detener las distorsiones y aportaciones que el intelecto introduce en lo observado. La realidad es continua y cambiante, hay que observarla sin discernir aspectos ni retener estados. El conocimiento puro es lo que puede ser experimentado tal y como se nos da, antes de interpretar lo percibido. Creo que lo más parecido a la experiencia pura es escuchar música. Cuando se experimenta el estado de la propia conciencia no existe ni objeto ni sujeto, todo es uno en la experimentación. La experimentación está desprovista de diferencias, de distinciones y de significado. Distinciones, conceptos y significados son añadidos de la mente a la experiencia. Todo juicio sobre una experiencia distorsiona, filtra y diluye la experiencia. La experiencia no se piensa, se siente. Toda interpretación está orientada por una voluntad; para abrirse a la experimentación directa, hay que renunciar a la voluntad mediante el olvido de si mismo. Las formas a priori de la intuición kantiana, el espacio y el tiempo, son contribuciones puestas por nosotros a la experiencia para poderla encuadrar y capturar, cuando hay que dejarla fluir sin discernir el dónde ni el cuando. Cuando ubicamos la experiencia para extraer su significado aparece la distinción entre objetividad y subjetividad, perdiéndose la unidad del observador con lo observado.


El fundamento de la realidad.
La experiencia pura es la clave de la Escuela de Kioto. El fundamento de la unidad experimentada es la nada (sunyata). Lo cual es común a todas las cosas, incluidos nosotros mismos, es la nada lo que está en el origen común y constituye todo lo existente. La nada es lo que proporciona la identidad y la fuerza unificadora de todo en el todo. Descubrir la nada como constituyente de todo es comprender la realidad última de todas las cosas. La nada no es una cosa, es el vacio en el que las cosas son. todo se funde en uno, manteniendo su distinción en su forma. Descubrir esa nada como constituyente del yo es comprender la realidad de uno mismo. La fuerza unificadora de la nada está en nuestro interior y fuera de él. Conocer la nada es serla y saberse nada. Alcanzar el despertar es vaciarse del yo y descubrirse en la nada, contemplando la unidad de todas las cosas en la nada constituyente y origen de todo, incluido el propio ser. Las formas de la diferenciación son la manifestación de la nada informe y una de la que derivan todas las formas en su multiplicidad. El conocimiento en el campo de sunyata es un conocimiento directo e inmediato de la realidad de las cosas, frente al conocimiento mediado por la representación. El proceso de interiorización de la meditación profunda consiste en sumergirse en la nada constituyente. Nishida llama Dios al contacto con nuestra propia realidad profunda. Dios y la nada son dos caras de una misma realidad, de una única realidad profunda. La nada es fundamento de todo lo demás, de ella derivan las formas. Dios y la nada son la realidad suprema, de la que Dios es el aspecto trascendente y la nada el inmanente. La mirada pura hace ver lo divino en nuestro interior. El proceso místico, al buscar la nada en nuestro interior, nos pone en presencia de Dios. La nada es inherente a todos los seres creados. La mirada pura o mística revela la afinidad del yo con todas las cosas y la divinidad que yace en él. No hay nada que no sea una manifestación de Dios, sin que se identifique con Él, evitando, así, el panteísmo. La diferencia de esta concepción de la divinidad con el panteísmo está en el reconocimiento de la trascendencia de la divinidad. Si todo lo que existe es una expresión de la divinidad todo es valioso y respetable, lo que proporciona una mirada ecológica del cosmos. Desde la mirada cósmica, el observador se siente y se sabe uno con el flujo de la existencia. La persona y las cosas son abstracciones finitas, fragmentadas de la experiencia pura, comprensiva y globalizadora, siendo a esas abstracciones a las que se asignan los conceptos. El conocimiento requiere de la escisión entre el sujeto y lo conocido, forzando a la multiplicidad del Uno, mediante la cual el Uno se hace creador de las formas. La nada, al hacerse múltiple sin dejar de ser Uno, sigue siendo intrínsecamente Nada, pero incluye a lo múltiple. Como consecuencia, todas las cosas están interconectadas y forman un todo unido en su expresión de lo informe al conformarse. Recordar el origen común es tener presente la vinculación de todo con todo. La nada es el seno donde se dan las interrelaciones de las partes, es como una red, (imagen en consonancia con la interpretación que tiene actualmente la física del vacío), una interrelación de formas múltiples entrelazadas en una única realidad. Occidente ve la nada como negación del ser, pero la Escuela de Kioto la considera lo originario y absoluto. Al final, todo vuelve a la nada de la que procede, situada fuera del espacio y del tiempo, y en la que el hombre logra la unión con Dios en y por la eternidad.

Individuo y sociedad
El protagonista social no es el individuo, sino el individuo integrado en una sociedad. Como en la estructura reticular de la nada, en la red social, cada miembro es un nudo conectado a los nudos de su entorno que, a su vez, se encuentran vinculados a otros nudos. Cada miembro de la red se encuentra afectado por las acciones del resto de los miembros, lo que recuerda a la creencia cristiana de la comunión de los santos. Los intereses del grupo están por encima de los del individuo. Al igual que toda la realidad esta interconectada, todos los miembros de una sociedad están interconectados y todos los seres humanos están interconectados. Todo existe en virtud de la existencia del resto y esa interdependencia e interrelación se refuerza entre los seres humanos en el seno del entre (aidagara), el espacio que los separa y une. El individuo alcanza su individualidad como perteneciente a grupos, no como ser aislado. Entre la Humanidad unida en la Nada y el individuo, media la especifidad. Entre la categoría universal del Uno y la categoría individual de la persona, está la categoría de la especificad de los grupos particulares. El peligro es tomar a la especificad como absoluto y caer en la tentación de identificarse con grupos cerrados que impiden crecer hasta la identidad y conciencia global. En eso radica el mal del nacionalismo. Al identificarse con un grupo encerrado en lo que no es, se pierde incluso la visión de lo que realmente es, que es la unidad del Uno universal. La experiencia pura y la identidad universal son inalcanzables desde la trampa de los grupos cerrados en si mismos. La ética es la regulación del comportamiento social y la asimilación de los principios éticos se produce con la iluminación del individuo al renunciar al yo egoísta y reconocerse integrante de la nada universal. El individuo entregado al nacionalismo es incapaz de un comportamiento ético puro. El comportamiento nacionalista lleva a la confrontación de los grupos y, finalmente, a la guerra. La experiencia de Japón de la segunda Guerra Mundial lleva a los filósofos de la Escuela de Kioto a una reflexión sobre su comportamiento personal durante los años previos y durante la guerra, que les hace pensar que el remordimiento por su falta por no alertar a la sociedad de los peligros del nacionalismo, les lleva a reconocer su obligación de tener que hacer una confesión pública por el error cometido y mostrar su arrepentimiento poniéndolo de manifiesto, algo que algunos de ellos hicieron. Se requiere cambiar el enfoque de las relaciones estrictamente étnicas y nacionales por relaciones internacionales y universales, la lealtad del individuo social no es con ningún clan, sino con la Humanidad. Es preciso pasar de la nacionalidad cerrada a la humanidad abierta, de la especificidad a la universalidad, de la ética de la confrontación de unos contra otros a la de la cordialidad de todos con todos. La nación confina a sus ciudadanos y les ciega ante la amplitud del universo, lo específico no es ético. Los líderes nacionalistas indoctrinan a sus súbditos, cegándoles a la realidad, para afianzar su poder y lograr sus propios fines. Para la Escuela de Kioto, el “pecado” de nacionalismo es un pecado de arrogancia del que el individuo puede verse liberado manifestando su  arrepentimiento sincero (zange), de forma que le permita acceder al ego cósmico, a fin de conseguir un renovado sentido y propósito social.

Lecturas recomendadas:

Filosofía como metanoética  (Philosophy as Metanoetics)
 de Tanabe Hajime, (1945),

Topos de la nada y cosmovisión religiosa (The Logic of Place and the Religious Worldview)
de Nishida Kitarō. (1945)

La religión y la nada (Religion and Nothingness)
 de Nishitani Keiji   (1961)


Nota: Mi propia reflexión sobre el Uno, Dios y la Nada será tema de un próximo artículo. 



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