jueves, 22 de abril de 2021

 

La higuera

Carlos del Ama

 

Introducción: Cuando era pequeño, los veranos íbamos a Saro, una pequeña aldea cántabra del valle de Carriedo, a casa de mi abuelo. Tras la recogida del maíz, todos los años nos reuníamos la familia en el desván de la casa a desgranar el maíz de la cosecha.  Sentados en el suelo en un círculo, alrededor de una sabana tendida en el suelo, desgranábamos los granos sobre ella, rozando las mazorcas con el olote de una ya desgranada. Nos acompañaba una vecina del pueblo que amenizaba la ceremonia contando viejos cuentos. De todos  ellos, aun recuerdo el que sigue.

 

En una pequeña aldea vivía una anciana muy pobre, que era la Miseria. Su único sustento era el fruto de una higuera que crecía en su pequeño jardín. Su problema era que los rapaces del pueblo tenían por costumbre subirse a la higuera a comer higos. Como ella era muy mayor, tardaba mucho tiempo en llegar desde la puerta de su casa hasta la higuera para espantarlos, lo que les daba tiempo para saciarse de higos.

Un atardecer, llamó a su puerta un mendigo pidiendo limosna. La mujer le dijo:

“Lo único que tengo es esa higuera que ves, acércate a ella y coge algunos higos”.

Así hizo el mendigo y, tras coger unos pocos higos, volvió a la casa a dar las gracias a la dueña y le dijo:

 “Habrás de saber que soy San Pedro y en agradecimiento por tu generosidad, te concedo un deseo”.

Contestó la anciana:

“Te pido que quien se suba a mi higüera no pueda volver a bajar hasta que yo le de permiso”

“Concedido”, le contestó San Pedro, despidiéndose.

La próxima vez que la chavalería del pueblo subió a la higuera, allí se quedaron hasta que se les acercó la anciana y les agasajó con unos bastonazos, y tras amonestarlos y advertirles que la próxima vez no volverían a poder bajar, los dejó libres.

Pasaron los días sin que los jóvenes se atreviesen a volver a subir a la higuera.

Pasados unos años en paz, un día llamó a la puerta una extraña dama que tras saludar, se identificó como la Muerte, anunciándola que había llegado su hora y debía acompañarla. La Miseria le dijo:

Me preparo para el viaje y te acompaño. Pero, mientras lo hago, te voy a pedir el favor de que subas a la higuera y recojas unos cuentos higos que nos valgan de refrigerio a las dos durante la jornada”

Recogió la Muerte unos cuentos higos, pero no pudo volver a descender del árbol, pidiendo ayuda a la Miseria que la ayudase a bajar, a lo que la Miseria le dijo que, conociendo sus intenciones no era la suya facilitarle la tarea.

Pasaron los años y tanto los médicos como los enterradores, al enterarse de la causa de que nadie se moría ni enfermaba, localizaron la casa de la Miseria y la rogaban con  amenazas que liberase a la Muerte. La Miseria negoció con la Muerte, que la dejaría bajar de la higuera si la prometía que se olvidaría de ella y la dejaría vivir para siempre. Accedió la Muerte y, desde aquel día la Miseria perdura en el mundo sin que nadie sepa cómo deshacerse de ella.