viernes, 27 de noviembre de 2015

El sistema de creencias





En el artículo sobre La Textura del Universo de este mismo blog, se ha planteado un debate inusual entre los lectores habituales, que han contribuido con sus comentarios a esclarecer la cuestión allí planteada. Inusual, porque la mayoría de los ya cerca de 100 artículos de este blog no suscitan ni han suscitado jamás ningún comentario. Frente a esa insólita estadística, La Textura del Universo lleva, a fecha de hoy, cerca de 90 comentarios; más del triple de los que logró el tema ¿Qué es España? artículo que ocupa el segundo puesto en número de comentarios. Además, de esa entrada, ha habido más de 650 lectores diferentes, incluyendo quien ha accedido desde China, Servia, Guatemala, Canadá, Alemania, Suecia, Bélgica, Reino Unido, Ucrania, Francia, Méjico, Costa Rica, Estonia, Polonia, USA, Rusia…(La media histórica por artículo del Blog son 18 lectores y todos españoles) ¿A qué se debe tanto interés sobre un tema de un blog de tan reducida difusión?

Mi reflexión me lleva a pensar que lo que está pasando es que se solapan dos niveles de interés y dos cuestiones distintas, una consciente y otra subconsciente: La del problema cinemático del mosquito que cambia de sentido sin detenerse y la más profunda de tener que cuestionarnos nuestro sistema de creencias respecto a la estructura del espacio-tiempo. Decía Ortega que las creencias son necesarias para poder juzgar y actuar con acierto. Para Ortega no son solo creencias las religiosas, para él son creencias las ideas que “ni nos las planteamos ni somos conscientes de que las tenemos”, como creer que seguirá siendo el aire respirable cuando salgamos a la calle y habrá aceras. No nos lo planteamos al ir a salir, dado que lo creemos tan firmemente ni conscientes de nuestra creencia. Las creencias son el referente sólido y estable desde el que interpretamos la realidad con la que nos enfrentamos y nos proporcionan la seguridad de acertar en lo que hacemos. Como el sistema de creencias es un entramado coherente y estable, cuestionar una sola creencia pone en cuestión el conjunto de todas ellas, por lo que hacemos todo lo posible por evitar que eso ocurra. La principal forma de defensa de nuestras creencias es ignorar o negar cualquier evidencia que las pueda poner en duda. De ahí la dificultad del diálogo entre defensores de ideologías diferentes. También decía Ortega que si “persistimos en algún error de conocimiento, la realidad terminará por imponerse y acabaremos por tropezar con la verdad irrebatible de los hechos, cometiendo errores prácticos”. Quizás sea eso lo que explique los fracasos históricos de algunas ideologías. Pero ese no es el caso aquí, nuestras vidas seguirán siendo las mismas con indiferencia de que el tiempo se deslice o salte, de hito en hito, en torno nuestro y seguiremos siendo tan puntuales o impuntuales como siempre lo hemos sido. Sin embargo, la posibilidad de que algo tan cotidiano como el tiempo, pudiese ser distinto a como lo imaginamos, nos llama poderosamente la atención.

El problema cinemático que se plantea en el artículo no es difícil. Son dos móviles con trayectorias rectilíneas y velocidades constantes. Los componentes dinámicos del proceso tampoco son complicados, dos masas constantes y conocidas y un impacto frontal. La cuestión queda clarísima si se asume que el tiempo es discontinuo, admitiendo que en un instante el mosquito va en un sentido a su velocidad de vuelo y en el instante siguiente, discreto y distinto del momento en que se produce el impacto, el sentido del movimiento se invierte y el viaje del mosquito pegado al tren se reinicia y continúa a la velocidad del tren. No existiendo ningún instante intermedio en el que el mosquito se pare. Es un hecho que no se ha parado porque en el momento de haberse podido parar estaba en íntimo contacto con el tren y el tren no se paró. Pero el problema de fondo radica en la dificultad que tenemos de asumir la discontinuidad del tiempo, dado que ello forma parte de nuestro sistema de creencias más arraigado y de nuestra experiencia cotidiana. Recordemos que llevamos toda una vida asumiendo que el tiempo es continuo y funcionando en nuestras vidas con éxito, sin que nos afecte negativamente en nuestra experiencia diaria el creer vivir en un tiempo continuo.

La inviolabilidad de nuestro sistema de creencias es garante de nuestra propia identidad. Unos dicen que somos lo que comemos, otros que somos lo que nuestros genes hacen de nosotros, otros que somos lo que hacemos…la realidad es que somos lo que creemos y de ello depende lo que comemos, lo que hacemos y lo que pensamos. Lo que creemos ser y, también, lo que creemos que los otros y el mundo son. Cuestionar el sistema de creencias es cuestionar, al menos en parte, lo que somos y cómo es el mundo que nos rodea.

Todas las cuestiones periféricas que se van planteando en los comentarios al artículo de referencia: la deformación del mosquito, el principio de relatividad, la amortiguación del impacto, la posible elasticidad o plasticidad del choque…son la misma cuestión: nuestra resistencia a asumir que el tiempo es discontinuo y el empeño en seguir creyendo que es continuo. El problema de fondo es la discontinuidad del tiempo. El vuelo del mosquito es solo un indicio de esa discontinuidad. Cuando el dedo señala un fenómeno curioso, no debiéramos entretenernos mirando al dedo, pero es normal que eso ocurra cuando el propio dedo también es un fenómeno curioso en sí mismo.

Centrémonos en la discontinuidad. Vivimos en un mundo crecientemente digital, las discontinuidades son evidentes por todas partes, pero nuestra mente insiste en recomponer la continuidad. La pantalla del ordenador y la de la televisión están fraccionadas en pixeles, pero nosotros recomponemos una imagen continua. El cine procesa una serie de fotogramas fijos y discretos, pero nuestra mente integra una secuencia dinámica y continua. La materia está compuesta de átomos, pero la manejamos como si fuese continua y homogénea. La luz del sol es percibida por un flujo continuo de luz y calor, pero sabemos que son chorros de fotones discretos. En ese contexto cultural, se nos sugiere la posibilidad de que el tiempo también sea discreto, pero, ante tan desconcertante novedad, nos negamos a considerar que pueda ser verdad, y eso a pesar de que al tiempo lo medimos mediante intervalos discretos, sea con relojes digitales o por granitos de arena que van cayendo por gravedad, de uno en uno, de un recipiente a otro o por relojes analógicos que progresan con un tik-tak tras otro. Los relojes atómicos de resonancia de mayor precisión cuentan impulsos, uno a uno. Incluso los relojes de sol, a pesar del aparente deslizamiento continuo de su sombra, progresan fotón a fotón.

Nos cuesta admitir que podríamos estar equivocados en lo que venimos creyendo y, como consecuencia, buscamos modos de evitar plantearnos otras alternativas. Nos supone un serio esfuerzo asumir que el tiempo pueda ser discontinuo, revelándonos ante semejante idea; máxime, cuando la mente tiende a establecer la continuidad en todo. Sin embargo, cuando de repente admitimos la discontinuidad, algo ocurre en nuestro cerebro que ilumina nuestra visión del mundo con una luz nueva que nos descubre matices nunca percibidos, es como una revelación enriquecedora y clarividente. Decía Parménides que había dos caminos hacia el conocimiento: el de la opinión, que era más largo y tortuoso, por lo que era fácil perderse por él, y el camino de la verdad, que era más corto y directo pero que no dependía solo de nosotros, ya que a la verdad solo se llega mediante la revelación. (Parménides dijo que no dependía de nosotros. Yo me he permitido añadir el “solo de nosotros” por lo que dijo Einstein de que “un minuto de inspiración requería varias horas de transpiración”)

Cuando el tiempo se nos revela como discontinuo, la consecuencia inmediata es reconocer que toda la realidad, incluidos nosotros mismos, estamos constituidos por una nube de partículas elementales que van saltando de la posición-estado en la que se encuentran en un instante dado a otra posición-estado que asumen al instante siguiente en una secuencia de estados discretos que saltan de hodón en hodón (utilizando el término que nos propuso Renato en un comentario para designar cada nódulo espacio-temporal, término tomado, como él mismo señala en uno de sus comentarios, de Robert Levi quien posiblemente lo tomase del término griego hde que significa YA). Como en las películas, somos una serie de fotogramas fijos que se integran en una secuencia que percibimos como continua por la rapidez con la que se suceden. A pesar de los esfuerzos de Heráclito quien, inspirado en el fuego, defendía aquello de que “todo pasa y nada es”, la filosofía occidental ha vivido durante siglos del ente estático de Parménides. La dinámica de la evolución del ser no se trata sistemáticamente en filosofía hasta que aparece la razón histórica de Ortega, quien abandona, por fin, la ontología quietista del ser de Parménides por una ontología dinámica del suceder, que será continuada por Heidegger y esclarecida por García Morente. Ahora, nosotros, podríamos sintetizar las dos visiones del ser y el suceder mediante una concepción de la realidad como un estado que permanece en su ser hasta que salta a otro estado de ser y afirmar que “todo es pero no permanece tal cual durante mucho tiempo”, pues con cada cronón, toda partícula constituyente de la realidad brinca a un nuevo estado de su ser, pasando de hodón en hodón. (Siendo el hodón la unidad indivisible espacio-temporal de la que el cronón es su dimensión temporal. El resto serían dimensiones espaciales). El cambio no será lo continuo que predicaba Heráclito, pero sí lo suficientemente frecuente y rápido como para parecerlo. Esa concepción de la realidad nos presenta una visión del mundo y de nosotros mismos que nos invita y reta a aprovechar las posibilidades que nos ofrece ese tipo de cambio para  mejorar constantemente como seres humanos.

¡Un escalofrío me estremece! Si somos coherentes con lo dicho hasta aquí, tenemos que concluir que, entre cronón y cronón, todo lo que nos rodea desaparece. Lo cual no debiera ni alarmarnos ni afectarnos, pues entre cronón y cronón, tampoco nosotros estaríamos presentes para verlo. Además, que desaparezca no quiere decir que deje de existir. Pero necesitamos asumir dos hipótesis que nos reconcilien esta insólita idea con la experiencia: La primera, el sincronismo universal. Los cronones debieran estar todos sincronizados, de forma que no se produzcan solapes entre cronones de diferentes hodones. En caso contrario, se podría dar la paradoja de que un tren lo suficientemente rápido y corto, podría cruzarse con un mosquito que vuele hacia él sin arrollarlo, atravesando el mosquito al tren, aprovechándose de poder seguir volando mientras el tren se encuentra ausente entre dos cronones desincronizados con los del mosquito. Las partículas del mosquito no chocarían con las del tren, dado que estarían en el mismo sitio pero en instantes diferentes, sin coincidir nunca a lo largo del cruce. ¿Acaso, en el fondo, el efecto túnel es producto de los intervalos atemporales que producen los cronones? La segunda hipótesis es que entre cronón y cronón no haya nada, comenzando cada uno de ellos donde termina el anterior, de manera que al estar indisolublemente unidos, nada quede fuera de los cronones, apareciendo en el siguiente lo que desaparece del anterior, quedando todo patente en todo momento, ya sea en un cronón o en otro. La situación sería semejante a la de una serie de bombillas alineadas a lo largo de una recta en la que una de ellas está encendida durante un cronón y, al apagarse, se enciende inmediatamente la siguiente durante el mismo intervalo de tiempo; de manera que siempre hay una bombilla encendida y la luz, imagen de la realidad observada, nunca desaparecería. Si la recta sobre la que se alinean las bombillas representa el eje del tiempo, veríamos como la realidad (la luz) progresa a saltos a lo largo del tiempo sin dejar de estar presente.

No hace mucho, leí un anuncio que decía: “Comparte tus conocimientos y aprenderás más”. Lo interesante del ejercicio sobre La Textura del Universo ha sido que, al compartir una mísera intuición sobre el tiempo, he aprendido, gracias a vosotros, no poco sobre mí mismo y los demás. ¿Opinión o verdad? Seguro que la diosa de Parménides lo sabe. ¡Quién pudiera subirse a su carro!

En el próximo artículo revisaremos lo que la ciencia dice hoy respecto a la estructura del espacio-tiempo.

Para quienes no leyeron La Textura del Universo y pudiesen estar interesados en leerlo, incluyo el enlace:

martes, 24 de noviembre de 2015

Filosofía de la Filosofía





La Filosofía es una técnica racional por la que el ser humano busca armonizar el conjunto de experiencias e ideas que posee en una imagen coherente y creíble de la realidad que le ayude a conocerse, le permita orientarse en su entorno y le facilite interactuar con el mundo con éxito.

La filosofía es una tarea personal. Hay tantas filosofías como seres humanos. Así, hay una filosofía de Aristóteles, otra de Platón, otra de Kant, otra de Ortega y otra de cada filósofo conocido o desconocido que ha dejado escrito lo que ha pensado. Entendemos por Filosofía el conjunto de las filosofías conocidas. Julián Marías decía que ni podría creer en una religión inventada por él mismo ni asumir una filosofía desarrollada por otro.

En función del número de experiencias empíricas sobre el número de intuiciones racionales que integren un tratado filosófico, la filosofía se polariza entre Física y Metafísica.

En la actualidad, la Metafísica se encuentra devaluada hasta tal punto, que la Filosofía, más asociada desde siempre con la metafísica que con la física en las mentes de muchos, está siendo proscrita de cada vez más planes de estudio, tanto medios como universitarios. El éxito alcanzado por la física, gracias a los avances tecnológicos que conlleva, ha volcado todo interés social y político en la experimentación, desperdiciando la intuición.

Grave error, dado que la física es parte de la filosofía y para que la física avance precisa de las intuiciones metafísicas. En el proceso de desarrollo de las teorías científicas se suele partir de una intuición metafísica que define una hipótesis y fija una nueva frontera, delimitando una amplio territorio desértico del conocimiento que la investigación científica habrá de ir poblando con razonamientos y experimentos que la filosofía deberá armonizar en una teoría coherente y plausible.

En la actualidad, como siempre, hay cuestiones abiertas al razonamiento metafísico, tanto en las fronteras de la física como en la trascendencia no empírica de las ideas. La física ha llegado a analizar la estructura y textura del espacio, considerando que el espacio es cerrado en sí mismo y finito, pero ¿Dónde se haya ese espacio? ¿Qué hay más allá del espacio? La física actual considera que el espacio-tiempo es discreto, está constituido por nódulos espaciales separados unos de otros ¿Qué hay entre esos nódulos? La física más avanzada postula que toda la realidad es la proyección holográfica de una información cósmica bidimensional ¿Dónde está situada la superficie sobre la que se codifica esa información? ¿Cómo está codificada esa información? ¿Qué origen tiene? La cuestión metafísica de siempre sigue en pie: ¿Qué hay más allá?

Además de las cuestiones metafísicas que los límites de la física plantean, subsisten cuestiones éticas, lingüísticas, sociológicas, políticas, estéticas, urbanísticas, económicas, psicológicas, antropológicas, geopolíticas, religiosas…además de la urgente necesidad de clarificar conceptos como libertad, autoridad, seguridad, privacidad, propiedad, solidaridad, justicia, nacionalidad…y perfilar el sentido de eslóganes como derecho a la vida, paternidad responsable, economía sostenible, uso proporcionado de la fuerza, ordenación del territorio, seguridad energética, derecho a la información… Son cuestiones que, apoyándose en el mayor número de observaciones que pueda reunir, solo la filosofía puede contestar.

A pesar de lo que muchos piensan, cuando los problemas se acumulan y la desorientación y el desconcierto se extienden, por mucho que las ciencias adelanten, son tiempos metafísicos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Teoría y Práctica del Marxismo, y III



Teoría y Práctica del Marxismo, y III
La ideología subyacente de la estrategia de Podemos

Tras el rotundo fracaso de los regímenes comunistas, con sus represiones de la libertad, sus encarcelamientos y ejecuciones, junto con el descalabro de sus sistemas económicos en todos los continentes, la humanidad daba por zanjada la experiencia marxista, confinándola en una etapa de la historia concluida y superada. La caída del Muro de Berlín redactó el certificado de defunción de un sistema que, como teoría, había llegado a ser la gran esperaza de muchos, durante décadas, pero que, en la práctica, había demostrado ser un gravísimo error histórico. Sin embargo, en la actualidad, nos encontramos en una época post-marxista en la que se intenta salvar retazos del pensamiento de Marx, mediante lecturas revisionistas de sus escritos y la publicación de comentarios interesados en la pervivencia del marxismo.

La revisión de los textos de Marx ya se inició en vida del autor. La rectificación fundamental fue la de la tesis sobre el materialismo histórico que propugnaba una ley implacable de la historia por la que los sistemas económicos evolucionaban de manera natural hacia el capitalismo para, desde él e irremisiblemente, se llegase al comunismo mediante la revolución del proletariado. Al plantearse la Revolución Rusa, se partía de un pueblo mayoritariamente agrícola, donde la mayor parte de la propiedad de la tierra era comunitaria. Si la implacable teoría defendida por el materialismo histórico tenía que cumplirse, habría que desmantelar las estructuras comunitarias, una forma de comunismo rural, para generar un proletariado e implantar el capitalismo, como fase previa al esperado triunfo del comunismo. En aquella ocasión, 1877, Marx dijo: “ Si Rusia tiene que transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los países de la Europa occidental, no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes.” En 1965, Althusser, un destacado teórico marxista,  organizó el seminario Leer el Capital, en el que reunió un grupo de intelectuales comunistas con el propósito de rescatar a Marx del marxismo. El primero en intervenir en ese seminario fue Godelier, quien demostró que Marx no había escrito nada sobre las leyes de la historia y que la interpretación por los propagandistas marxistas del materialismo histórico era una estrategia política para imbuir en las masas la falsa idea de la inevitabilidad del comunismo.

En la actualidad, vivimos una era post-marxista en la que gran parte de la nueva teoría política que alienta en los rescoldos del marxismo, tiene sus raíces en las ideas de Gramsci. Gramsci era un líder comunista italiano que, tras la detención por Mussolini de la cúpula del Partido Comunista Italiano en 1923, pasó a convertirse en el máximo dirigente del partido, refugiándose en Viena. Tres años más tarde, fue detenido por los alemanes y entregado a Italia, donde, prácticamente, murió en la cárcel, ya que murió en el hospital al que fue trasladado desde la cárcel en estado terminal. Fue en prisión donde escribió sus Cuadernos de la cárcel.

Son las ideas marxistas de Gramsci una de las fuentes que alimentan la estrategia de los movimientos bolivarianos y la de los movimientos populistas europeos, como los de Syriza en Grecia y Podemos en España. El planteamiento de Gramsci es que la batalla política hay que darla en lo que Marx llamaba las superestructuras. Es una batalla ideológica en la que el objetivo último es la conquista del poder para, desde él, hacer la revolución y cambiar las estructuras. Para Gramsci, esa conquista ha de lograrse consiguiendo la hegemonía, lo que consiste en lograr el respaldo de la mayoría, haciéndoles creer a los ciudadanos que los objetivos del partido son los intereses del pueblo, para lo cual, conviene ocultar los verdaderos objetivos y envolverse en un velo de antisistema que capitalice el descontento y arrastre a las masas bajo la bandera del anti estado actual de las cosas, sin hablar del qué hacer ni de cómo conseguirlo.

Para alcanzar el poder está el camino de la revolución proletaria, pero no hay que descartar la vía de la participación en el juego de la democracia burguesa, como alternativa para lograr la implantación del socialismo científico; arrastrando a las masas mediante todo tipo de promesas y propaganda y capitalizando su descontento con la coyuntura en la que viven. El objetivo final es implantar la dictadura del proletariado. La estrategia a seguir para lograr el poder por la vía democrática, consiste en:

-Capitalizar el descontento de los ciudadanos, procurando identificar al propio partido como la única respuesta al cambio, sin desvelar las propias intenciones, ocultando tanto objetivos como programa bajo una nube de ambigüedad y desacreditando a quienes propongan otras alternativas de cambio, denunciándolos como continuistas.

Una vez conquistado el poder, hay que mantenerse en él por todos los medios, incluso cuando el soporte popular empiece a decaer con el desencanto de las masas por lo escaso conseguido y las nuevas penalidades. Para ello, son cinco las recomendaciones a seguir:

-Controlar los medios de comunicación, eliminando a los disidentes.

-Asegurar el soporte del ejército y las fuerzas de seguridad, tras una drástica depuración

-Neutralizar a la oposición

-Depurar los cuadros de mando del propio partido

-Fortalecer las alianzas con aquellos partidos que hubiesen facilitado el asalto al poder y con gobiernos ideológicamente afines que puedan ayudar desde el exterior a mantanerlo.

Para ello, hay que comenzar cuanto antes a:

-Identificar a periodistas y profesionales de los medios ideológicamente afines y trazar un plan para amordazar la libertad de información.

-Reclutar altos mandos del ejército y la policía, simpatizantes con la propia ideología, que se vinculen y comprometan con el partido, capaces de captar a otros militares, con capacidad para configurar el alto mando de la defensa y para dirigir al ejército y las fuerzas de seguridad, tras la toma del poder. Es importante prestar atención al grado y empleo de los elegidos, dado que quien recluta a un soldado, dispone de un soldado, pero quien recluta a un general dispone de una división.

-Elaborar una lista de personas a neutralizar, a fin de decapitar a la oposición tras el control del poder sin eliminarla por completo, con el objetivo de poder culpar a la oposición de las consecuencias de las medidas desacertadas y de los errores que se puedan cometer cuando se esté ejerciendo el poder.

-Identificar a los críticos con la dirección del partido que ocupan cargos de responsabilidad, a fin de eliminarlos tras la toma del poder.

-Asumir todo tipo de alianzas, internas y externas, que potencien las posibilidades de acceder al gobierno.

Si analizamos los diferentes contenidos de los sucesivos programas de Podemos, vemos como están compuestos de una serie de promesas claramente irrealizables, enmarcadas en una crítica feroz al sistema vigente, alentando el descontento, junto con la esperanza de un mundo idílico. En política económica, proponen versiones de teorías Keynesianas, sin enterarse de que la reciente crisis fue una crisis por sobre-endeudamiento debido a la aplicación incontinente de Keynes por el Gobierno Zapatero. Pero, en opinión de Pablo Iglesias, las deudas son para no pagarlas. Todo vale. El objetivo es alcanzar el poder. Al ser posible, logrando la hegemonía tras convencer al pueblo de que se comparten con él los objetivos, pero si no se logra la legitimidad que proporciona la mayoría, alcanzar el poder con los medios que sean necesarios, incluso la violencia. “El cielo se conquista”, afirmaba Pablo Iglesias. “No solo cabe la posibilidad de ganar o perder la partida, sino que también es posible modificar la configuración actual del tablero o incluso patear el tablero mismo”. Decía Iñigo Errejón.

Otro teórico del post-marxismo, Perry Anderson, decía que “La única forma de acabar con el capital es con la fuerza de las armas”. Pablo Iglesias considera que “Hay que conjugar poder y hegemonía”. Las detenciones de opositores en Venezuela y su amenaza de sacar los tanques a la calle si perdiesen las próximas elecciones, ejemplarizan la reacción de las autoridades post-marxistas cuando temen perder la hegemonía conquistada con los métodos de Gramsci y las experiencias en Corea del Norte o Cuba son un buen ejemplo de lo dicho. También Maduro se resistirá a abandonar el poder si perdiese las elecciones.

Otra estrategia hacia la conquista del poder es la de ir acaparando el ámbito de la izquierda mediante el entrismo, una estrategia política atribuida a Trosky que fue utilizada tanto por Lenin como por Mao, así como por los partidos revolucionarios bolivarianos, que consiste en introducirse en otros partidos de izquierda más moderados, reformistas, pero no revolucionarios, fundamentalmente socialdemócratas; con el fn de radicalizarlos y canibalizarlos, captando desde dentro parte de sus militantes políticos, en busca de su disolución, mediante la provocación de enfrentamientos internos en el partido infiltrado, la absorción o la transformación  de los partidos reformistas en revolucionarios para su posterior integración con el partido más radical. Tenemos un ejemplo en Chavez cuando disuelve el MVR para formar el PSUV.

Nota. Leer también, en éste mismo blog, sobre marxismo:




Así como, sobre Podemos: