El problema es complejo, ya que, simultáneamente, tenemos recesión y déficit público. Como consecuencia de la situación, tenemos que dar liquidez al sistema, estimular el empleo, reducir el déficit público y bajar el déficit exterior. Lo malo es que muchas de las medidas para combatir la recesión aumentarían el déficit y la mayor parte de las medidas para reducir el déficit provocan mayor recesión.
Es como tener un paciente que sufre hemorragias y trombosis al mismo tiempo. Si le das anticoagulantes se desangra y si le das coagulantes sufriría una trombosis. Dada la dificultad de acometer todo a la vez, tenemos que dar prioridades. En mi opinión, tendremos más éxito si relanzamos primero la economía y se da prioridad a la lucha por reducir el paro; para acometer a continuación la reducción del déficit. Si estamos de acuerdo en este punto, las medidas a tomar quedan más claras:
En una primera fase, necesitamos mantener bajos los tipos de interés y estimular la economía mediante medidas fiscales expansivas, reduciendo los tipos impositivos y acometiendo proyectos públicos productivos. Entre los grandes proyectos que habría que acometer con urgencia es un amplio plan energético que asegure el suministro interior y reduzca la factura exterior en materia de energía. Para asegurar el éxito, no habría que descartar la opción nuclear. Habría que invertir más en investigación, a fin de lograr ser más competitivos. Una reforma del mercado laboral, que establezca unas condiciones contractuales para los nuevos contratos similares a las de nuestros países competidores, mantenga los derechos de quienes actualmente tienen contratos fijos, pero establezca nuevas normas para los nuevos contratos. El proceso debe acompañarse de una simplificación administrativa radical que simplifique y abarate la creación de nuevas empresas y una agilización de las licencias de actividad.
La lucha contra el déficit en esta fase debe centrarse en la reducción del gasto público no productivo y generar recursos mediante la privatización de todo tipo de activos, comenzando con las empresas públicas, tanto si dan beneficios como si están en pérdidas, pasando por los terrenos y edificios públicos y terminando con el último cuadro del Museo del Prado si llegase a ser necesario. Todos los recursos obtenidos mediante las privatizaciones deberán dedicarse a proyectos productivos y a amortizar deuda pública, bajando con ello los intereses financieros y contribuyendo a la contención de un tipo de interés bajo y a ir recortando gasto público al reducir el importe de los intereses a pagar por el Estado. Una medida eficaz pero difícil, sería provocar una deflación que reduzca simultáneamente precios y salarios a todos los niveles, ello tendría e efecto de una devaluación, opción ésta imposible en el marco de euro.
En una segunda fase, una vez iniciado el crecimiento del empleo, habrá que centrarse en el déficit: intensificar el control del gasto público y seguir con las privatizaciones. El crecimiento de la economía mejorará las cuentas públicas al aumentar la recaudación y, solo cuando el paro esté controlado, se podrá aumentar prudente y progresivamente los impuestos pero sin tocar el IVA. Es la primera ley de la economía que si se desplaza la oferta hacia arriba, encareciendo los precios, se reduce la actividad económica y se genera paro.
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