La higuera
Carlos del Ama
Introducción: Cuando era
pequeño, los veranos íbamos a Saro, una pequeña aldea cántabra del valle de
Carriedo, a casa de mi abuelo. Tras la recogida del maíz, todos los años nos
reuníamos la familia en el desván de la casa a desgranar el maíz de la cosecha.
Sentados en el suelo en un círculo, alrededor
de una sabana tendida en el suelo, desgranábamos los granos sobre ella, rozando
las mazorcas con el olote de una ya desgranada. Nos acompañaba una vecina del
pueblo que amenizaba la ceremonia contando viejos cuentos. De todos ellos, aun recuerdo el que sigue.
En una pequeña aldea vivía una
anciana muy pobre, que era la Miseria. Su único sustento era el
fruto de una higuera que crecía en su pequeño jardín. Su problema era que los
rapaces del pueblo tenían por costumbre subirse a la higuera a comer higos.
Como ella era muy mayor, tardaba mucho tiempo en llegar desde la puerta de su
casa hasta la higuera para espantarlos, lo que les daba tiempo para saciarse de
higos.
Un atardecer, llamó a su
puerta un mendigo pidiendo limosna. La mujer le dijo:
“Lo único que tengo es
esa higuera que ves, acércate a ella y coge algunos higos”.
Así hizo el mendigo y, tras
coger unos pocos higos, volvió a la casa a dar las gracias a la dueña y le
dijo:
“Habrás de saber que soy San Pedro y en
agradecimiento por tu generosidad, te concedo un deseo”.
Contestó la anciana:
“Te pido que quien se
suba a mi higüera no pueda volver a bajar hasta que yo le de permiso”
“Concedido”, le contestó San Pedro,
despidiéndose.
La próxima vez que la chavalería
del pueblo subió a la higuera, allí se quedaron hasta que se les acercó la
anciana y les agasajó con unos bastonazos, y tras amonestarlos y advertirles
que la próxima vez no volverían a poder bajar, los dejó libres.
Pasaron los días sin que
los jóvenes se atreviesen a volver a subir a la higuera.
Pasados unos años en paz, un
día llamó a la puerta una extraña dama que tras saludar, se identificó como la
Muerte, anunciándola que había llegado su hora y debía acompañarla. La
Miseria le dijo:
“Me preparo para el viaje
y te acompaño. Pero, mientras lo hago, te voy a pedir el favor de que subas a
la higuera y recojas unos cuentos higos que nos valgan de refrigerio a las dos
durante la jornada”
Recogió la Muerte
unos cuentos higos, pero no pudo volver a descender del árbol, pidiendo ayuda a
la Miseria que la ayudase a bajar, a lo que la Miseria
le dijo que, conociendo sus intenciones no era la suya facilitarle la tarea.
Pasaron los años y tanto
los médicos como los enterradores, al enterarse de la causa de que nadie se
moría ni enfermaba, localizaron la casa de la Miseria y la rogaban con amenazas que liberase a la Muerte.
La Miseria negoció con la Muerte, que la dejaría
bajar de la higuera si la prometía que se olvidaría de ella y la dejaría vivir para
siempre. Accedió la Muerte y, desde aquel día la Miseria
perdura en el mundo sin que nadie sepa cómo deshacerse de ella.
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