sábado, 14 de abril de 2012

Función política de la verdad

En un momento de crisis y disensiones políticas, habría que esforzarse por encontrar criterios que nos ayuden a decidir con acierto y nos orienten en lograr la acción concertada eficaz.

Función política de la verdad
por Carlos del Ama
Licenciado en Filosofía y Letras

La verdad es lo que une y la opinión lo que separa. La verdad es nuestra comprensión común de lo que es, de lo que no es y de lo que debe ser. Todo proyecto común se afirma sobre una pretensión de verdad que convence. Jaspers decía que convencer es vencer en común y solo se convence con la verdad. Frente a las comunidades impositivas, basadas en la violencia de unos sobre otros; toda comunidad comunicativa, basadas en un diálogo que busca coordinar la acción común mediante el convencimiento y la intención de acertar en las decisiones, se rige por el valor regulativo de la verdad. La búsqueda colectiva de la verdad promueve la convergencia de las opiniones y permite alcanzar consensos que coordinen la acción colectiva. La coordinación mediante la verdad asegura el acierto de las decisiones y facilita el éxito de las acciones concertadas. Habría que preguntarse si existe una verdad objetiva que permita la acción comunicativa, ver cómo es alcanzable y de qué manera actúa la verdad para coordinar la acción. Uno de los valores de la verdad es su capacidad persuasiva, movilizándonos para la acción desde la convicción.

- Verdad y Persuasión
Entre las primeras reflexiones documentadas sobre la verdad destaca el poema de Parménides, quien, según la mayoría de los textos modernos que comentan el poema, califica la verdad como "redonda", lo cual transmite una imagen de armonía, perfección y coherencia. Pero hay otra versión. Como relata Pierre Aubenque , existe una importante diferencia entre el manuscrito de Simplicius, en el que se reproduce el poema y las versiones de los textos de Plutarco, Sextus, Clemente y Diógenes Laecio. El primero utiliza en el verso 1.29 la expresión aleteeies eukukleos "verdad bien redonda", mientras que los otros utilizan la versión aleteeies eupeiteeos "verdad persuasiva" o verdad convincente. La traducción que Pierre Aubenque utiliza en sus "Etudes sur Parménide", dice:

"...tanto el corazón imperturbable de la verdad persuasiva (1.30) como las opiniones de los mortales, en las cuales no se halla la verdadera convicción." (1.31).

Esta versión, además de considerar a la verdad como persuasiva, proporciona un concepto funcional de la verdad como proporcionadora de convicción, ya que "la creencia sigue a la verdad". (2.3). Siendo ese poder de convicción, esa "fuerza de la verdad" (8.12) la que hará evidentes las leyes que rigen la naturaleza del ser, esa "firme necesidad que lo tiene en cadenas envolventes", (8.30-8.31) esa "justicia" que mantiene firmes las cadenas (8.14-8.15) de las leyes naturales a las que se encuentra atado el ser.

Siendo la certeza el estado al que lleva la convicción, la cual es causada por la "fuerza de la verdad", la verdad se muestra como camino hacia la certeza por medio de la convicción, a la que se llega por la fuerza persuasiva de la verdad. No basta con conocer la verdad, tenemos que ser conscientes de que estamos en la verdad para que la verdad resulte efectiva y eficaz. Es ese convencimiento la base de la certeza y la fuerza operativa de la verdad como movilizadora de voluntades para la acción concertada. La certeza se presenta ahora como el reconocimiento de la verdad y la verdad como aquello que proporciona convicción, siendo característica de la verdad convincente la coherencia o adecuación mutua entre diversas evidencias, tornándolas persuasivas por la ausencia de contradicciones. La verdad, por tanto, debe manifestarse en su capacidad de convicción, fruto del nivel de coherencia, y la coherencia (como verdad formal lógico-matemática) se muestra ahora como un requisito de la verdad en cuanto condición necesaria para la convicción. Su base son la evidencia y el argumento racionalmente justificado.

Dado que la mentira también puede ser presentada coherentemente, la coherencia es requisito, aunque no sea garantía de verdad, por lo que acota el ámbito donde la verdad florece. Si buscamos la verdad habrá de buscarse entre lo coherente, sin tomar, insisto, la coherencia por verdad. Los sofistas buscan la convicción al margen de la verdad. La retórica busca presentar argumentos coherentes, que resulten convincentes ya sean verdaderos o falsos. Tampoco la verdad es automática y sistemáticamente convincente, recordemos casos como los de Galileo o Colón; mientras que una mentira coherentemente presentada puede resultar convincente, como lo son muchas aporías manifiestamente falsas, y tantos discursos de letrados y políticos, de todo el mundo, de retórica falaz. Quien está en la verdad no necesita recurrir a la violencia para imponerla, pues la verdad se impone por sí misma. Lo que se requiere es mostrar la verdad: convencer. Pero para convencer es preciso mostrar y demostrar. Toda imposición es sospechosa de albergar el error. Una razón más para asumir la superioridad del diálogo sobre la imposición. Todo parlamentario debe recurrir al convencer evitando el imponer, fomentando la búsqueda de la verdad frente al error y la mentira, multiplicar las perspectivas contrastándolas mediante el diálogo para evitar el error y el fraude. Exhibir la verdad con toda su fuerza de convencimiento y argumentar con razones. El criterio de decisión colectiva debe ser el de dar la razón al argumento más convincente.

Para que un enunciado sea tenido por cierto, para que pueda ser asumido de manera que satisfaga la "necesidad de certeza" sin sombra de dudas, deberá ser el enunciado más convincente de los disponibles. Lo cual lleva a otro plano de la verdad: el histórico. Dado que tanto los paradigmas como los datos disponibles y el contexto evolucionan, el enunciado dominante puede ser distinto del que lo fue en tiempos anteriores o del que pueda llegar a serlo en el futuro: Cada momento histórico dispone de su propia verdad. Lo cual lleva a un concepto de verdad como vigencia. Es verdad lo vigente, decantándose en lo vigente tanto aquellas "verdades" que habiendo sobrevivido al pasado constituyen nuestra herencia cultural, como las "descubiertas" por nuestra generación y que pasarán a formar parte de nuestro legado. La verdad vigente es el poso último de la historia del pensamiento. Esa consideración, sin más, llevaría a un relativismo histórico. "¿Quiere esto decir -pregunta Ortega en Relativismo y Racionalismo- que la ciencia, y especialmente la filosofía, sea un conjunto de convicciones que sólo valen como verdad para un determinado tiempo?". La relatividad histórica señala un hecho importante, cual es el desarrollo de la verdad en el tiempo, el desvelamiento progresivo de la realidad, aleteya. Ese mismo desarrollo de la verdad a lo largo de la historia indicaría la existencia de una verdad absoluta, atemporal, a la que se tiende y se busca.

Tendremos, por tanto, que la verdad absoluta es una verdad límite, regulativa, a la que se llega asintóticamente por convergencia de las opiniones y verdades históricas temporales que la comunidad humana va alcanzando con el devenir de los hechos científicos y el desarrollo del conocimiento. La verdad no es una posición alcanzada, sino un sentido a seguir. La verdad, como vigencia, es una verdad orientativa, indicadora. La verdad se hace camino. Si recordamos a Parménides y su afirmación de los dos caminos: el de la verdad y el de la opinión, tendremos que sospechar que el de la opinión converge hacia la verdad, mediante el contraste de opiniones, y que el de la verdad solo podría alcanzarse directamente, según testimonio del propio Parménides, como revelación. La verdad histórica se caracteriza por su provisionalidad. Es una etapa en tránsito y no el término. Una verdad histórica, itinerante, es totalmente coherente con una realidad en evolución, que se va desvelando a sí misma y revelándose progresivamente como una manifestación gradual de lo latente en su actualidad cambiante. La verdad, así vectorizada, orientación y no meta, verdad direccional, indicativa más que descriptiva, aporta a una realidad evolutiva tanto esclarecimiento como sentido. La verdad da sentido a la realidad y, como parte de esa realidad orientada, la misión de la verdad es dar sentido a nuestra propia vida. Verdad es el sentido de la vida. Vivir con sentido es vivir en la búsqueda de la verdad. La propia verdad histórica es una verdad viva: la Verdad es Vida. Recordemos como la razón, esclarecedora de la verdad, se hace en Ortega razón vital.

Todo ser humano y toda comunidad humana tendrán que autopensarse en su realidad e irse haciendo desde su historia, sin considerarse nunca como concluida. Toda etapa debe aceptarse en su provisionalidad. Julián Marías defendía que la esencia del hombre es biografía y no se sabe lo que un hombre es en tanto su biografía no esté concluida, por eso la Iglesia no hace santo a ningún fiel vivo. La verdad de lo por hacer, en tanto conocimiento de lo que debe ser, se constituye en la determinación de la mejor opción entre las posibles, con lo que, en el diseño de lo que debe ser, la verdad se identifica con el bien. La verdad es el fundamento de la ética. La verdad creativa, descubridora de lo que puede ser, se muestra en la capacidad de alterar la realidad con la esperanza de mejorarla. La verdad de lo debido es hacer bien hecha la acción correcta. Hacer realidad lo que debiera ser que no es. Ortega decía que sólo puede ser lo que se mueve dentro de las condiciones de lo que es. Pero no todo lo que puede ser hecho debe ser hecho. Determinar el criterio para poder identificar la dirección hacia el bien y reconocer si estamos en el camino de la verdad, determinar los cambios que proceda realizar en la realidad, una realidad en la que nosotros estamos incluidos, conocer la conducta a seguir lleva a la verdad práctica y a la ética del imperativo categórico kantiano, a descubrir, en definitiva, cómo mejorar nuestra inconclusa biografía mientras hay ocasión. La opción práctica abre la posibilidad de un contraste utilitarista de la verdad, de forma que podremos verificar la validez de un enunciado en función de la corrección de las acciones emprendidas sobre la base de la verdad de ese enunciado: la corrección de un pronóstico, la factibilidad de un proyecto, la operatividad de un diseño o las consecuencias de una decisión, el efecto de una acción y los frutos de una determinada conducta.

"Un pensamiento que normalmente presente un mundo divergente del verdadero llevaría a constatar errores prácticos"-. (Ortega, La Cultura. Función Vital).

Verdad es lo práctico entre lo practicable, lo conveniente entre lo realizable. La verdad pragmática se encuentra en hacer lo que debe ser hecho. La verdad se manifiesta en la capacidad de realizar predicciones acertadas. Esta faceta práctica de la verdad plantea el problema de por quién y cómo se determina lo conveniente, lo que debe ser, ¿quién -en definitiva- define el bien?, pero proporciona un medio para verificar las conjeturas sobre la facticidad de la realidad, al permitirnos anticipar las consecuencias de actos, cuyo acierto podemos comprobar al llevarlos a la práctica.

La autoridad de una nación en el mundo, para establecerse como autoridad moral, deberá fundamentarse en sus aciertos y en sus demostradas intenciones, sin renunciar a que esa autoridad pueda estar respaldada por su capacidad económica y militar, el principal respaldo de sus acciones debiera ser la autoritas que otorga el actuar en búsqueda de la verdad que lleva al bien común. La concepción que las autoridades de un país tengan del mundo y de su propia realidad debiera ser contrastada en la práctica mediante la acción racional que permita verificar las previsiones que hicieron con las consecuencias de las decisiones que tomaron y poder corregir las desviaciones del camino de la verdad por lograr ese bien común.

- Verdad y Consenso
Por otra parte, siendo la certeza el otro objetivo de buscar la verdad -además del criterio práctico de la verdad como medido para acertar en las predicciones y en las decisiones- encontramos un nuevo índice de verdad en el grado de convencimiento obtenido y, por tanto, en la carga de convicción y verosimilitud (en la convincencia) que transmita el conjunto enunciado-argumentos-pruebas, conjunto que denominaremos unidad argumental. Toda unidad argumental tiene una pretensión de validez y debe tener un valor de verdad o de eficacia, según que el enunciado soportado afirme un estado de cosas o proponga una determinada acción.

Una medida objetiva que actúe como índice de la carga de convicción (convincencia) de una unidad argumental, la tendremos en el número de personas que resulten convencidas al ser expuestas a ella, en el grado de convencimiento logrado, con lo que una valoración de la verdad la obtendremos, en la práctica, por el nivel de consenso alcanzado sobre el enunciado propuesto. Pero no estaríamos midiendo la convincencia por el grado de consenso, que es un atributo de la unidad argumental, sino lo que Habermas llama aceptancia, que es un concepto relativo a la audiencia. La aceptancia dependería de la convincencia de la unidad argumental, del marco institucional, del auditorio, de la pretensión de validez y del modelo de litigio o finalidad del debate , según se busque el consenso o el conflicto . Una importante diferencia entre la convincencia y la aceptancia la tenemos en la aceptabilidad de los fundamentos por la audiencia y en la inteligibilidad del lenguaje de exposición. Una determinada audiencia puede aceptar sin discusión lo dicho por Mahoma y otra audiencia rechazarlo pero aceptar como dogma de fe lo dicho por Lenin y de poco vale un argumento impecable si es expuesto en chino a una audiencia que desconoce ese idioma.

La validez de la unidad argumental quedará sancionada si se produce su irrevocabilidad, entendida como que nadie propone un argumento en contra, y su debilidad vendrá medida por el grado de refutación argumental y la consiguiente falta de verdad lógico-empírica o el error práctico en que se incurre de aceptar la proposición debatida y llevarla a la práctica con pésimos resultados.

El grado de acierto de una decisión dará la medida de la verdad de la unidad argumental que motivó esa decisión. Si bien el consenso no es garantía de verdad, ni el disenso prueba de falsedad, Aristarco, quien fue condenado por unanimidad siendo inocente, da testimonio de ello, el consenso es un índice válido como verificación y contraste, dentro de la provisionalidad de una verdad histórica alcanzada como convergencia de opiniones, como etapa transitoria en el camino hacia la verdad como límite; debiendo ser revalidado por el posterior índice de error o acierto empírico. Barry Allen dice que "una proposición es verdad cuando pasa por verdadera". Pero lo cierto es que las cosas no se hacen verdad por la opinión, sino cuando se hacen realidad. Como manifiesta el mismísimo Aristóteles en los Tópicos (Libro I cap. 1):

"Las tesis probables corresponden a la opinión de todos los hombres o la mayor parte de ellos o de los sabios o de la mayoría de entre ellos." El consenso, por tanto, no es garantía de verdad sino muestra de la evaluación de la probabilidad de acierto al asumir una opinión cuando ésta es compartida por la mayoría. La verdad democrática es solo una alternativa válida en ausencia de una verdad científica. La verdad consensuada, como convergencia de opiniones, es inferior a la verdad corroborada científicamente, pero superior a la incertidumbre inoperante y constituye la base para la acción concertada. La prueba de ello la tenemos en cómo las decisiones económicas son, afortunadamente, cada vez más técnicas y menos políticas, a medida que la ciencia económica progresa. Del mismo modo en que no es ya cuestión de opinión el tipo de pilar que debe sujetar determinada carga, sino cuestión de cálculo, deja de ser tema de debate el valor más adecuado para las diferentes variables macroeconómicas controlables, como el tipo de interés o el gasto público, cuanto más científica es la economía. Lamentablemente sigue habiendo quienes todavía colocan pilares a ojo y quienes fijan el gasto público a capricho

A fin de que la crítica verificativa pueda tener lugar, la unidad argumental deberá ser comunicable y poder plasmarse en un discurso inteligible, para lo cual será preciso utilizar un lenguaje adecuado y preciso a cada manifestación de la verdad. La adecuada elección y utilización del lenguaje en que se formule la propuesta contribuirá al grado de convicción de la unidad argumental.

Como dice Aubenque:
"...lo verosímil puede no ser verdadero, pero lo verdadero es impotente si no consigue ser verosímil".

Por el camino del consenso lograremos la cooperación, pero nunca podremos estar seguros de haber alcanzado la verdad, pues...

"...nos detendremos al hallar no lo verdadero sino lo que parece verdadero. La verosimilitud es un criterio de probabilidad, no de verdad."

Una vez más, encontramos el predominio de la opinión sobre la verdad, sumidos en el reino de la relatividad. Alcanzar el consenso es objetivo de toda unidad argumental. Como señaló Piaget, a medida que el proceso de interrelación mutua de perspectivas se acerca al valor límite de la conclusión completa, se produce un descentramiento de las perspectivas de los participantes en el debate. Lo cual produce una convergencia de opciones, mediante el acercamiento de posiciones, gracias a la “acción sin coacciones del mejor argumento”. Lo cual lleva a la aceptación sin imposición de la opción mejor soportada por evidencias y argumentos.

El mayor problema lo tendremos cuando no sea posible la verificación, por caer el contenido de un enunciado fuera de nuestro horizonte de observación, cuando se carezca de toda experiencia y no se disponga de ningún testimonio que pueda confirmar o negar nuestras conjeturas. En esos casos, queda poder contar con la congruencia de nuestras propias ideas entre sí, lo cual siempre es exigible como prueba de coherencia personal y social.

El único criterio irrefutable de verdad es lo que Gorgias definía como "prueba contundente", venga ésta de la observación empírica, de la demostración racional, de la argumentación dialéctica o de cualquier otra experiencia interna o externa que la fundamente. Pero, para que una prueba tenga la contundencia pedida por Parménides en su poema, deberá la prueba ser coherente en la forma y acertada en la práctica. La coherencia sigue, una vez más, manifestándosenos como una exigencia formal de la verdad, como un requisito de veracidad y "convincencia". La correspondencia con la realidad, mediante el acierto en la acción práctica, será una consecuencia a esperar de la verdad, dado que actuamos según la forma en que concebimos las cosas. El acierto de las decisiones que se tomen sobre la organización de la Unión Europea se verá en la práctica. Lo cual requiere que se deba dejar abierta la posibilidad de rectificar sobre la base de la experiencia. Esas decisiones debieran ser convincentes de suyo, lo que facilitaría el consenso y permitiría que fuesen asumidas por la mayoría de los ciudadanos. El entendimiento mutuo es requisito de la acción concertada. Brandon define el concepto de entendimiento como un intercambio discursivo de razones.

Toda concepción se establece en el marco de una cosmovisión. Una comprensión profunda de la realidad sólo puede lograrse en el marco de una comprensión global del mundo. Un Gobierno deberá poner de manifiesto la verdad de sus apreciaciones en un discurso inteligible abierto a la crítica y a la disidencia, dándose a conocer en su verdad por los éxitos de sus políticas. La transparencia debe ser un requisito del modo de proceder de la política. El mayor problema del error político, y muy especialmente el gran problema de la corrupción pública, no es que exista, sino que se encubra. La coherencia y la transparencia han de ser principios de todo buen gobierno que aspira a descubrir la verdad como orientadora de su acción.

La diferencia entre la verdad y la mentira es que ésta, tarde o temprano, llevará a errores prácticos, mientras que aquella siempre conducirá a decisiones correctas. Solo a posteriori sabremos si acertamos o erramos. La coherencia limita el ámbito de la verdad y permitirá rechazar con frecuencia la mentira por sus contradicciones. Una comunidad comunicativa se caracteriza por coordinar la acción de sus miembros mediante el diálogo institucionalizado. Dicho diálogo se establece mediante el intercambio de propuestas razonadas y soportadas por pruebas y argumentos en busca del entendimiento y el consenso sobre lo más convincente como conveniente para el conjunto. Todo el proceso se basa en la persecución conjunta de la verdad, pero ¿qué es la verdad? http://bit.ly/InNhdU

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