¿De donde surge ese sentimiento generalizado de frustración en el mundo árabe?
Al revisar la trayectoria histórica del mundo árabe desde el inicio del Renacimiento, encontramos a una nación árabe próspera y poderosa, cuya prosperidad le venía fundamentalmente del monopolio que tenía sobre el comercio entre Oriente y Occidente. Al finalizar el siglo XV, los árabes ven como los Portugueses abren una nueva ruta a la India, ruta que más tarde heredarían holandeses y británicos, privándoles de su principal fuente de riqueza. Sus falúas, aptas para mares tranquilos, son presa fácil frente a las naves trasatlánticas. Cuatro siglos más tarde, la desaparición del Sultanato de Estambul quiebra definitivamente el último vestigio de unidad árabe, intensificando una época colonial de total dependencia de Occidente. Podemos apreciar cuatro etapas históricas desde el final del siglo XVIII: la fase colonial, los estados nacionalistas laicos, la aparición de los nacionalismos islámicos y el desarrollo progresivo del panarabismo árabe como sentimiento en proceso de desarrollo, que se trunca como fruto de una reiterada frustración tras las sucesivas derrotas y la desaparición de Nasser. Surgen el sinsabor de la derrota y la emergencia del fundamentalismo.
Las fechas de transición no son siempre precisas, generalmente el paso de una etapa a la siguiente se produce a lo ancho de una franja temporal que afecta en diferentes momentos a cada país, comenzando cada época sin haber terminado del todo la anterior. El colonialismo se inicia con el desembarco de Napoleón en Alejandría en 1798, alcanzando hasta las independencias de los diferentes países árabes colonizados. La reconquista Turca, con apoyo Británico, supuso el relevo de la guarnición Francesa por la Inglesa, iniciándose una presencia Británica que duraría hasta la guerra del Canal de 1956.
Con el triunfo sobre Turquía de las potencias occidentales en la primera guerra mundial, desaparece todo vestigio de unidad árabe y el proceso colonial se generaliza. En 1919, los acuerdos de la Paz de Versalles sancionaban el tratado Sykes-Picot de 1916 con el reparto entre Inglaterra y Francia del territorio árabe. Como consecuencia, El Reino Unido mantenía Egipto y se apropiaba de Jordania, Irak y, más tarde, de Palestina; mientras Francia recibía Líbano y Siria y quedaba en libertad para apoderarse de Túnez, Argelia y Marruecos. Se trazan líneas en los planos que repercuten sobre las arenas de vacíos desiertos llenos de petróleo. Las guerras de independencia son lideradas por árabes que conocen bien al invasor, hablan su idioma y han estudiado en la metrópolis. Los Estados que surgen de la independencia tienen constituciones laicas de molde europeo y un fuerte tono nacionalista fraguado en la lucha por la independencia.
En paralelo a la lucha anticolonial, la presencia extranjera produce unos brotes de autocrítica que dan lugar a una serie de movimientos de renovación religiosa y renacimiento cultural. La frustración política plantea el dilema sobre cómo es posible que siendo la nación depositaria de la revelación divina (coránica), pueden estar sometidos a potencias de infieles. La respuesta es la tradicional respuesta semita que se repite en la Biblia, en las grandes crisis históricas del pueblo judío: “Nos hemos apartado de la fe y debemos volver a las prácticas religiosas para salir del estado de postración política y económica” En torno a 1928 surgen, sobre esa base, una serie de iniciativas que ponen la fe en el futuro en la revitalización de las prácticas religiosas y la renovación del Islam. Entre ellos destacará el movimiento de los Hermanos musulmanes, cuyo lema es: “El Islam es la solución”. Fue fundado por Hasan al Banna, cuyas tendencias políticas les harán ser perseguidos por las autoridades de las nuevas Repúblicas nacionalistas y laicas. Hasan al Banna será asesinado en 1949.
La revolución Irání abre una nueva esperanza al viejo sueño de la renovación desde la fe. El ejemplo persa abre nuevos horizontes a la unión pan árabe por el camino del fundamentalismo islámico. Las peregrinaciones a la Meca son ocasiones de vivir la unidad y propagar los ideales de la revolución, pero también motivo de enfrentamientos. La querra de Irak contra Irán deja clara de difencia entre árabes y persas a pesar de la comunión de fe. Una antigua diferencia que llega desde la época de los sasánidas. Con todo, el fundamentalismo se fortalece en su lucha victoriosa contra el invasor ruso de Afganistán. La victoria refrenda los ideales. Pero ¿cuáles son esos ideales? O mejor, ¿cuáles son las ideas con las que se forjó el fundamentalismo?
Sobre ese trasfondo histórico de quiebra económica, disolución del Sultanato, desmembramiento territorial y ocupación colonial, implantación del Estado de Israel, violencia independentista, estados autonómicos nacionalistas laicos, frustración de las esperanzas populares tras la independencia, derrota del pan-arabismo, neocolonialismo financiero, revolución fundamentalista; van surgiendo una serie de conceptos que se insertan en consolidados términos coránicos inoculándolos de tintes nuevos. Los movimientos fundamentalistas no tienen su fundamento en el Corán, sino en esa serie de términos distorsionados por ideólogos que los manipulan, alterando su significado tradicional con intenciones políticas que buscan la movilización de unas masas enardecidas por los triunfos de la revolución Irání y la retirada del ejército ruso de Afganistán, frustradas por la decepción tras la independencia, las sucesivas derrotas frente a Israel y la precariedad económica de grandes masas, propensas a la tradicional utilización de la religión como instrumento político.
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