Al contemplar el mundo árabe desde la perspectiva occidental y más concretamente europea, lo primero que llama la atención es la asimetría que existe en el conocimiento mutuo. Mientras muchos árabes conocen muy bien a los europeos, nosotros tenemos un distorsionado estereotipo suyo. Son numerosos los árabes bilingües, poblaciones enteras que, como herencia de su anterior situación colonial, hablan perfectamente el idioma de sus antiguos colonizadores. Muchos de los que actualmente configuran las elites árabes han estudiado sus carreras universitarias en francés, inglés, alemán, español o ruso y cada vez son más los que residen o han residido por algún tiempo en Occidente; sea como emigrantes, sea como estudiantes, sea como exiliados, sea como turistas recurrentes. Su conocimiento de idiomas les permite escuchar nuestras emisoras, leer nuestra prensa y seguir nuestros avatares políticos, nuestras carreras ciclistas y nuestras ligas de fútbol.
Frente a ese hecho, pocos entre nosotros conocen el idioma árabe, muy pocos pueden decir que conocen la cultura arábiga-islámica y del fútbol norteafricano, de conocer algo o a alguien, conocemos a Zidane. Y si ese es nuestro caso, el caso americano es mucho peor. Una pareja de amigos americanos, ambos universitarios, que pasaron unos días en mi casa a mi vuelta de un viaje a Túnez, no sabían bien si Túnez era una ciudad española o italiana. Esa asimetría hace que mientras ellos poseen un muy claro conocimiento de nuestras virtudes y defectos, nosotros tenemos un difuso estereotipo del “árabe”, heredado de épocas anteriores y al que hemos añadido la imagen del productor de petróleo y la del terrorista, distorsionado la realidad del árabe medio que ni tiene petróleo ni es terrorista y padece, como todos, las subidas del precio de la gasolina y las bombas terroristas.
La segunda sorpresa es su vasta cultura. Hemos de distinguir entre cultura y civilización, el hecho de que, a lo largo de las últimas décadas, el mundo árabe viene saliendo de una economía agraria y poco tecnificada incita a pensar que pudieran ser unos incultos, la realidad es muy distinta. Su aun baja capacidad tecnológica y científica contrasta con su extensa cultura. El contrapunto lo tenemos en el americano medio, miembro de una civilización mucho más tecnificada pero de inferior cultura. No quiero con esto decir que todos los árabes sepan quien es Velásquez, Cervantes, Shakespeare o Göthe, me refiero a que el pueblo domina su vasta y secular cultura árabe. Una cultura de tradición oral, humanista, memorista, llena de historias, poesías, anécdotas y sentencias que les proporciona una gran memoria, un profundo conocimiento del ser humano y un vivo interés por saber y conocer a los otros. No sólo conocen el Koran, una amplia mayoría de los árabes recitan de memoria largos fragmentos de Farazdaq, de Mutanabbi, de Abu Nuwas y tantos otros; narran cientos de historias, conoce al detalle las gestas de Saladino y cantan enternecidos los temas de Umm Kulzum. No digo que no haya excelentes físicos, químicos e ingenieros entre los árabes, que los hay, ni quiero decir que no haya muchos americanos con una excelente cultura humanista, que tambien los hay. Me refiero al contraste entre ciudadanos medios. Es evidente el contraste tecnológico y, cuando se ha convivido con ambos mundos, es también notable el contraste cultural. La cultura americana es mucho más superficial, egocéntrica y provinciana; la cultura árabe es más profunda, está más abierta a lo otro y es más universal.
Llaman poderosamente la atención su hospitalidad, el gran respeto del árabe por la intimidad del hogar y el valor de los lazos familiares, su sentido del honor, su estima por la amistad, su recrearse en el lenguaje y en la conversación, saboreando las palabras como si fuesen sorbos de té con hierbabuena, así como su sentimiento tribal jerarquizado. Ese sentimiento tribal hace que el árabe esté muy identificado con los suyos y tenga un profundo y genuino sentimiento de solidaridad familiar, tribal, racial... la jerarquización les lleva, en paralelo con los enfrentamientos tribales, a sentir un genuino sentimiento de identidad pan-árabe, que se ha amasado en el antisemitismo y se ha fraguado en la lucha de Afganistán contra la URSS y en el apoyo de todo el mundo árabe a la causa palestina. Tienen claro el concepto de nación, como valor integrador, siendo la nación árabe un concepto identificador que transciende fronteras. Un sentimiento vivo entre las masas del pueblo y frustrado por la falta de unión entre los gobernantes. El sentimiento anterior denuncia la escasa representatividad de la mayoría de los gobiernos árabes y la fractura entre el pueblo árabe y muchos de sus gobiernos. La tensión entre las diferencias nacionales oficializadas por las estructuras estatales y la generalizada aspiración unitaria en el pueblo, alimentada en buena parte por el ejemplo integrador de la Unión Europea. Las fronteras fueron trazadas por las potencias occidentales con líneas artificiales que llegan a separar miembros de una misma tribu, como es el caso de los pastunes, extendidos a ambos lados de la frontera entre Afganistán y Pakistán, o cortar los desplazamientos milenarios de tribus nómadas, como ocurrió con los magrebíes.
Tiene el árabe un grave problema que le quita iniciativa y le merma responsabilidad: el fatalismo determinista. Es ese un problema que compartió durante siglos con la Europa cristiana, pero el dilema de la omnisciencia divina y la libertad quedó definitivamente resuelto por Leibnitz en el siglo XVII cuando dejó clara la diferencia entre verdad y necesidad. El que ahora, querido lector, estés leyendo estas líneas no es necesario, podrías estar haciendo otra cosa, pero es verdad que las estás leyendo. El que alguien sepa que estás leyendo ésto sabe una verdad, pero no lo hace necesario; sigue siendo el tuyo un acto contingente y libre. El que Dios sepa desde toda la eternidad que ahora tú estarías leyendo ésto tampoco lo hace necesario. La omnisciencia divina ni implica determinismo ni merma la libertad. Es más, es el materialismo ateo el que implica determinismo, pues, como señaló Laplace, lo material está sujeto al mecanicismo determinista en el que todo se produce por sus causas haciéndolo predecible. Es la libertad del hombre la que permite rectificar el determinismo al actuar por fines. Por eso, la física se predice y las ciencias humanas se explican. La historia siempre se escribe a posteriori y la economía también. Muchos podrán explicar una bajada de la bolsa tras haberse producido, nadie pudo predecirla, a lo sumo, algunos podrían haberla intuido como probabilidad.
Dentro de este contexto, es innegable la confrontación entre la actual mentalidad occidental y la mentalidad árabe moderna, que se plasman en un sentimiento de recelo por parte de la mayoría de los occidentales hacia los árabes y un dilema admiración-desprecio, atracción-resentimiento por parte de una mayoría de los árabes hacia los occidentales. Nos ven descreidos, inmorales, materialistas, egoístas...y ricos. En aberrante contradicción con el versículo 5 de la sura 2 del Corán: “Ellos (los creyentes) son los que van en la dirección de su Señor y son los que tendrán éxito”, el éxito parece preferir a los que ellos consideran impíos.
La evolución de los sentimientos populares queda reflejada en la evolución de la literatura árabe tras las guerras de liberación colonial. Desde el más puro existencialismo, fruto de la frustración de las esperanzas puestas en la independencia, donde la decepción se manifiesta en angustia vital, a la crítica encubierta de los regímenes políticos hecha desde obras heroicas en contextos y escenarios históricos claramente identificadas con problemas contemporáneos, hasta las novelas realistas describiendo una amarga realidad y los ensayos sobre temas sociales, para terminar por producir una narrativa del absurdo en su formulación más kafkiana, muestra del rechazo a una realidad ingrata, para pasar a poner su esperanza en las poesias a los daños de la guerra y los cánticos islámicos revolucionarios.
Son las canciones el más fresco testimonio del sentimiento popular, en ellas, además de cantar al amor y llorarle a la muerte, vibran las proclamas a la resistencia palestina, a la unión del pueblo árabe y a la lucha como única esperanza de liberación y futuro. Incluso el chiísmo, tradicionalmente resignado y propenso a la autoflagelación y al martirio, está cambiando sus planteamientos hacia una actitud más combativa, pudiéndose vislumbrar una efervescente media luna chií, desde el sur del Líbano a Pakistán cruzando Siria, Irak, Irán y Afganistán, una comunidad de fé coordinada por Irán, donde los shiitas dejan de ser árabes. Podemos hablar de decepción, frustración, deseo de revancha y esperanza en una victoria final en la que creen que fatalmente ha de llegar con la ayuda de Dios, pues finalmente, “serán los creyentes quienes tendrán éxito”.
Respecto a las concepciones de la realidad, es notable la diferencia entre la visión árabe contemporánea y la visión occidental. Una clara discrepancia radical entre nuestras dos culturas arranca de nuestra distinta concepción de la verdad, tenemos diferentes cosmovisiones, diferencia que se ha establecido y arraigado a lo largo del siglo XX y que podríamos etiquetar como la confrontación entre relativismo y fundamentalismo.
El pensamiento occidental, muy esquemáticamente, ha pasado por tres fases que han estado marcadas por el desarrollo de la física.
En primer lugar, tuvimos el pensamiento aristotélico, que compartimos con el Islam a lo largo de la Edad Media. Para Aristóteles, la tierra era el centro del universo, un universo ordenado en esferas concéntricas que se movían con un movimiento regular y eterno. Es un universo sencillo, con cinco elementos y un lugar natural para cada cosa que explica los movimientos naturales, como la cida libre, mediante una mecánica intuitiva y fácilmente comprensible por todos. Era un universo estable, eterno, ordenado y conocido que tenía al hombre como centro y a Dios como primer motor. Como Aristóteles era filósofo, la reflexión filosófica era coherente con la concepción física del universo, por lo que tanto la metafísica, como la física, la ética y la política eran coherentes entre sí, conocidas y ampliamente asumidas. La solidez y coherencia del pensamiento aristotélico hizo que perdurase 2.000 años, durante toda la edad clásica y a lo largo del medioevo sin ser cuestionado, pues, además, en una época carente de instrumentos de gran precisión, se correspondía con lo observado en la vida cotidiana. Esta larga etapa estuvo plenamente compartida por el pensamiento europeo y el pensamiento árabe, siendo numerosas las aportaciones técnicas y científicas de los árabes al conocimiento europeo en esos siglos. Tuvo que llegar Galileo, con su nuevo telescopio, para comprender que los astros no estaban hechos de quinta esencia ni eran puros y que la tierra no estaba quieta en el centro del universo.
La edad moderna trae a Newton. Con su mecánica, la tierra deja, definitivamente, de ser el centro del movimiento celeste y se reconocen una serie de leyes universales que rigen la física en cielos y tierra. El sol es el centro del universo y Kepler ya había demostrado que las órbitas de los planetas son elípticas, hecho que Newton justifica mediante la teoría de la gravedad. Tenemos la suerte de que Kant lee a Newton, lo estudia y lo entiende, desarrollando el pensamiento crítico a partir de cuestionar la verdad de los juicios universales a priori que le plantéa la lectura de Newton. La razón se manifiesta como clave para el conocimiento de la verdad. Surgen la razón pura y el imperativo categórico. El tiempo y el espacio se vuelven formas de la sensibilidad. El hombre no es el centro, pero sabe donde está el centro. Dios y su obra son racionales y el hombre cuenta con la razón para conocerlos y saber que debe hacer. El imperativo categórico es un claro criterio moral, racional y universal. Sólo un puñado de intelectuales árabes herederos de Averroes aceptaron la crítica racional en un esfuerzo por integrar la razón y la fe abriendo el salafismo una esperanza de reconciliación entre tradición y modernidad. Tan solo un reducido grupo de intelectuales islámicos asumió la modernidad y aceptaron el pensamiento crítico. Iniciándose con la Nahda (el renacimiento) desde mediados del siglo XIX y hasta principios del XX, el esfuerzo por asimilar la modernidad y despertándose el interés por viajar y estudiar en Europa. Tahtawi volverá fascinado de París y Huda Shaarwi se quitará desafiante el jiyab en la estación de El Cairo a su vuelta de Roma. La Nahda es semejante a la revolución Maiji japonesa, pero la modernización árabe fue un movimiento más cultural y el japonés más científico. A los árabes les interesaban las formas de vida, los métodos de enseñanza y la literatura occidentales, a los japoneses, de occidente, solo les interesaba la física. La diferencia entre las consecuencias de cada enfoque fue notoria.
En Occidente la modernidad se cierra con Einstein, quien nos abre los ojos a la relatividad y deja a la humanidad a la espera de un nuevo Kant que lo entienda, lo medite y aclare las implicaciones gnoseológicas y morales de la relatividad. El problema de nuestro tiempo parte de que todos hemos oído hablar de Einstein y nos suena eso de que todo es relativo, pero pocos se han preocupado de entender lo que la relatividad física realmente significa e implica. El pensamiento occidental actual se encuentra confuso y sumido en una confrontación con el pensamiento islámico radical. El origen de esa confusión está en haber asumido como absoluto el principio de relatividad. Pensar que “todo es relativo” y pensarlo como si fuese un principio irrebatible, y como tal absoluto, lleva, desde su intrínseca contradicción, a una serie de conclusiones con traumáticas consecuencias personales y sociales.
La primera consecuencia de tomar al principio de relatividad como fundamento es que la verdad no existe, lo cual ya es una contradicción con el propio principio de relatividad, pues éste no sería verdad. Eso prueba su inconsistencia como principio radical. La siguiente implicación es la de negar toda autoridad, pues al no haber una verdad, nadie está en posición de decir lo que hay que saber ni lo que se debe hacer. Como consecuencia, tampoco hay moral y dado que todo es relativo y nadie puede decir lo que hay que hacer, todo vale. Y además, como nadie puede decir la verdad, no hay que escuchar a nadie. Tampoco los compromisos hay que cumplirlos, pues para empezar, son relativos al momento en el que se contraen, lo cual les invalida para un futuro en el que las circunstancias serán otras y nosotros mismos seremos otros. Es decir, no sólo tendemos a rechazar todo compromiso, sino que nos percibimos como carentes de identidad, dado que no somos los mismos que en el futuro seremos o antes fuimos, y, como tales, irresponsables de nuestros propios actos, ya que el autor de lo que hicimos fue otro yo, ya desaparecido, y quien deberá dar cuenta de lo que hagamos hoy será un yo que aún no existe. Las repercusiones son fatales: nada es cierto, nada tiene valor, tampoco la vida, se puede mentir, se puede matar, no hay ley ni norma, ni autoridad válida, ni palabra dada, ni responsabilidad. Todo es cuestionable y el criterio que cuenta es mi opinión personal.
Frente a ese relativismo radical, absurdo, pero generalizado en Occidente, se encuentra el fundamentalismo, no menos radical. Para el fundamentalismo, hay una verdad absoluta y conocida, textual, que hay que seguir y obedecer fiel y ciegamente, sin resquicios y sin crítica. Sólo cabe la actitud sumisa del muslím. La verdad está en el Corán y no hay otra. El dogmatismo tiene la ventaja de proporcionar seguridad, identificación con los otros creyentes y pautas de acción incuestionables. Además de evitarnos tener que reflexionar y cuestionar sobre las propias creencias, aparcando el pensamiento crítico. Una de las ventajas de llevar el jiyab es el sentimiento de fraternidad que proporciona. Nunca antes estuvo el pensamiento árabe tan distante del occidental, a diferencia de cuando, como hemos recordado, durante siglos estuvimos compartiendo una misma cosmovisión y el diálogo era mutuamente inteligible, fluido y enriquecedor. Hoy domina la incomprensión. Faltos de guía y ajenos a la verdad, nos engolfamos los occidentales por el camino de las apariencias y las opiniones personales sin estar a la altura de nuestro propio tiempo, pues no hemos comprendido a Einstein, es más: hemos retrocedido al pensamiento pre-parménico, en el que primaba la apariencia observable sobre la verdad, una verdad oculta pero accesible a la razón. Esa forma de pensar es rechazada de plano por un Islam que se afirma en el reconocimiento y aceptación de una verdad revelada, indiscutible e incuestionable. Hace ya veintiséis siglos que Parménides previno de seguir el camino de la opinión y advirtió de la conveniencia de buscar y seguir el camino de la verdad. Pero claro, si no hay verdad, no hay camino...
A nosotros nos suena ahora que el tiempo y el espacio se integran en un conjunto de dimensiones relativas. El universo carece de centro, el hombre se encuentra perdido en él y Dios, si existe, parece estar ausente del mundo. La razón se queda reducida a razón práctica y la verdad práctica se hace tecnología, de manera que es verdad lo que funciona en tanto funciona. Sólo nos podemos fiar de los aparatos. El hombre, que ha aparcado tanto la razón reveladora como la fe en lo revelado, se ha abandonado al sentimiento y al deseo, deseo que ha dejado de ser deseo de la verdad y se ha quedado en deseo de cosas. Hoy el hombre es un ser que se ha vuelto sospechoso y amenazante ante la mirada recelosa de los otros hombres. El otro, de repente, es un extraño. El alter ego ya no es el hombre, cualquier hombre, sino sólo aquel que piensa como yo tras haber asumido mi misma perspectiva. Y cuando las cosas dejan de funcionar: el coche no arranca, el ordenador no funciona o la luz se va; nos sentimos perdidos en un mundo incomprensible y hostil. En política no importa la verdad, sino la opinión de la mayoría aunque esté equivocada. En moral, de contar algo, sólo cuenta la propia opinión subjetiva. Por fortuna, como afirman los fundamentalistas, la verdad existe. Otra cosa es que, como defienden los relativistas, ninguno de nosotros esté en posesión de la verdad y todos nosotros tengamos una perspectiva relativa desde la que sólo podemos alcanzar una opinión personal desde un punto de vista parcial. Sin embargo, volviendo a la física de la relatividad, saben los físicos que las ecuaciones de Lorenz permiten conocer las propiedades del objeto observado si conocemos nuestra propia posición relativa y medimos desde ella las características aparentes que podemos observar desde nuestra perspectiva del objeto observado y transformamos nuestras observaciones aplicando Lorenz. Es decir, hay una verdad que podemos estimar, siempre y cuando seamos conscientes de nuestra propia relatividad y del carácter parcial y relativo que tienen nuestras opiniones.
Podemos ver cada uno de nosotros una imagen diferente de una silla, forjarnos, en función de esa imagen, nuestra propia opinión sobre la silla que podrá ser distinta a la opinión que de la misma silla tiene quien está sentado en ella, pero el que ninguno tengamos una visión completa de la silla no es razón para pensar que no hay silla. Hay una verdad ontológica de la silla que es la silla misma, independiente de cómo la veamos e incluso de que sea o no vista por alguien. Si no hubiese verdad, no habría realidad. Lo más curioso es que Einstein nunca dijo que “Todo es relativo”, muy por el contrario, lo que dijo es que la velocidad de la luz es una constante absoluta. La relatividad es una propiedad de la percepción, de la aperiencia, pero no atañe a la esencia de lo observado aunque, como dice Scherödinger, al observarlo lo modifiquemos, lo cual no niega que exista, sino que confirma su existencia. También alteramos toda herramienta al utilizarla y no por eso es menos real, de no modificarse, ni habría que afilar las tijeras ni que sacar punta a los lápices.
Y hay una parte de la realidad especialmente fascinante que es la realidad del otro. Es verdad que el otro, al igual que cada uno de nosotros, tampoco conoce de la realidad nada más que lo que le permite su propia perspectiva, pero sobre esa parte de la realidad que es él mismo, hemos de reconocerle que tiene una perspectiva privilegiada, pues está en el “en sí” de sí mismo. Podemos, por tanto, recuperar desde Einstein-Lorenz el valor radical de verdad que tiene el cogito de Descartes. El otro podrá ignorar muchas cosas, pero sabe lo que piensa, aunque lo que piense fuese falso. Nos cabe, por tanto, poder descubrir aspectos de la verdad del otro si dice lo que piensa y, si le escuchamos, podremos comprender que aunque lo que diga no es más que una opinión, su opinión sobre las cosas de las que habla, si habla con verdad lo que dice es la verdad de lo que opina y, como tal, un aspecto cierto de él mismo. Un daltónico podrá decir que una silla verde la ve roja, será falso que la silla es roja, posiblemente la silla no tenga en sí misma color alguno, pero será verdad que él la ve roja. Descubrir la verdad de lo opinado por el otro facilita poder descubrir nuestra propia relatividad y lo opinable de nuestras opiniones.
Surge de esto la importancia del diálogo como medio para conocer la verdad del otro y la relatividad de nuestra propia opinión para, juntos, acercarnos a la verdad del mundo. Un requisito para acercarnos a la verdad es asumir la relatividad de nuestras propias opiniones y, desde ese conocimiento, aplicar Lorenz, es decir, corregir nuestra opinión sobre la base de nuestra propia relatividad, nuestra mayor o menor cercanía (en concepto amplio) a la realidad sobre la que opinamos y la movilidad de ésta (en el más amplio sentido de cambio); asumiendo la información, también relativa, que nos proporciona el otro desde su personal perspectiva. El diálogo es inviable cuando uno de los dos se cree en posesión de la verdad y considera cualquier opinión disidente como un ataque a su propia integridad. El fundamentalismo dogmático es tan incapaz de alcanzar la verdad como lo es el relativismo absoluto. El primero, porque, al confundir su opinión con la verdad, se cree en posesión de ésta y no la busca, cometiendo, además, el grave error de ignorar la relatividad de sus opiniones, con lo que carece de un requisito básico para acercarse a la verdad. El segundo, porque al pensar que la verdad no existe, ha renunciado a buscarla.
En cualquier caso, habría que asumir por parte de Occidente la relatividad del principio de relatividad y reconocer que el desconocimiento que podamos tener de la verdad no implica su inexistencia. Hemos de redescubrir la verdad. Además, conocer la opinión del otro solo puede enriquecer la nuestra. El diálogo, la acción comunicativa como diría Habermas, sólo es posible desde la humildad del reconocimiento del relativismo personal con la esperanza de una verdad alcanzable en común mediante el mutuo enriquecimiento, mediante la comunicación, con la puesta en común de la información disponible desde las diversas perspectivas. Dada la relatividad de nuestra propia opinión, para conocer la verdad necesitamos de la opinión del otro. El dogmático debe de ser consciente de que lo que toma como conocimiento de la verdad es solo una interpretación, su interpretación de un texto, por cierto que ese texto sea.
Posiblemente, una de las causas de la desorientación radical del pensamiento actual surja de la separación entre la enseñanza científica y la enseñanza de las humanidades. El saber es uno y no hay auténtico Saber, si es un saber a medias. Es cierto que la amplitud del conocimiento y la brevedad de la vida impulsa hacia la especialización, pero eso no debe implicar la ausencia de una enseñanza media equilibrada entre las humanidades y las ciencias. Platón exigía el conocimiento de la geometría para estudiar filosofía, hoy habría que estudiar física para poder ser buen filósofo y filosofía para poder ser un buen físico. Algo que múchos físicos hacen. Nuestras diferencias con las otras formas de pensar surgen del enfrentamiento entre dos sistemas de enseñanza imperfectos, por su excesiva especialización.
Lo peor de los malosentendidos surge cuando el fundamentalismo dogmático se radicaliza sobre bases teológicas manipuladas por la política. Uno de los malosentendidos ancestrales entre Islám y Cristianismo surge de la percepción islámica de que la Trinidad implica politeísmo. Conversando sobre este problema con dos imanes yemeníes en Sanaa, llegamos al siguiente acuerdo:
• Hay un solo Dios y no hay más Dios que Dios.
• Dios se manifiesta al hombre y el hombre sólo puede conocer a Dios por sus manifestaciones.
• Una manifestación natural de Dios es como creador, manifestándose como tal en la naturaleza.
• Otra manifestación divina es en la intimidad del interior del corazón del hombre cuando éste medita buscando a Dios dentro de sí.
• La otra manifestación de Dios al hombre es en la palabra revelada como Verbo.
• El que Dios se manifieste como Creador, como Espíritu y como Verbo no implica que sean tres Dioses.
Los tres estábamos de acuerdo, pero uno de los imanes puntualizó: “Estamos de acuerdo, pero la verdadera revelación se da en el verbo del Corán.” Efectivamente, tenemos dos credos, pero es posible el diálogo.
Frente a ese hecho, pocos entre nosotros conocen el idioma árabe, muy pocos pueden decir que conocen la cultura arábiga-islámica y del fútbol norteafricano, de conocer algo o a alguien, conocemos a Zidane. Y si ese es nuestro caso, el caso americano es mucho peor. Una pareja de amigos americanos, ambos universitarios, que pasaron unos días en mi casa a mi vuelta de un viaje a Túnez, no sabían bien si Túnez era una ciudad española o italiana. Esa asimetría hace que mientras ellos poseen un muy claro conocimiento de nuestras virtudes y defectos, nosotros tenemos un difuso estereotipo del “árabe”, heredado de épocas anteriores y al que hemos añadido la imagen del productor de petróleo y la del terrorista, distorsionado la realidad del árabe medio que ni tiene petróleo ni es terrorista y padece, como todos, las subidas del precio de la gasolina y las bombas terroristas.
La segunda sorpresa es su vasta cultura. Hemos de distinguir entre cultura y civilización, el hecho de que, a lo largo de las últimas décadas, el mundo árabe viene saliendo de una economía agraria y poco tecnificada incita a pensar que pudieran ser unos incultos, la realidad es muy distinta. Su aun baja capacidad tecnológica y científica contrasta con su extensa cultura. El contrapunto lo tenemos en el americano medio, miembro de una civilización mucho más tecnificada pero de inferior cultura. No quiero con esto decir que todos los árabes sepan quien es Velásquez, Cervantes, Shakespeare o Göthe, me refiero a que el pueblo domina su vasta y secular cultura árabe. Una cultura de tradición oral, humanista, memorista, llena de historias, poesías, anécdotas y sentencias que les proporciona una gran memoria, un profundo conocimiento del ser humano y un vivo interés por saber y conocer a los otros. No sólo conocen el Koran, una amplia mayoría de los árabes recitan de memoria largos fragmentos de Farazdaq, de Mutanabbi, de Abu Nuwas y tantos otros; narran cientos de historias, conoce al detalle las gestas de Saladino y cantan enternecidos los temas de Umm Kulzum. No digo que no haya excelentes físicos, químicos e ingenieros entre los árabes, que los hay, ni quiero decir que no haya muchos americanos con una excelente cultura humanista, que tambien los hay. Me refiero al contraste entre ciudadanos medios. Es evidente el contraste tecnológico y, cuando se ha convivido con ambos mundos, es también notable el contraste cultural. La cultura americana es mucho más superficial, egocéntrica y provinciana; la cultura árabe es más profunda, está más abierta a lo otro y es más universal.
Llaman poderosamente la atención su hospitalidad, el gran respeto del árabe por la intimidad del hogar y el valor de los lazos familiares, su sentido del honor, su estima por la amistad, su recrearse en el lenguaje y en la conversación, saboreando las palabras como si fuesen sorbos de té con hierbabuena, así como su sentimiento tribal jerarquizado. Ese sentimiento tribal hace que el árabe esté muy identificado con los suyos y tenga un profundo y genuino sentimiento de solidaridad familiar, tribal, racial... la jerarquización les lleva, en paralelo con los enfrentamientos tribales, a sentir un genuino sentimiento de identidad pan-árabe, que se ha amasado en el antisemitismo y se ha fraguado en la lucha de Afganistán contra la URSS y en el apoyo de todo el mundo árabe a la causa palestina. Tienen claro el concepto de nación, como valor integrador, siendo la nación árabe un concepto identificador que transciende fronteras. Un sentimiento vivo entre las masas del pueblo y frustrado por la falta de unión entre los gobernantes. El sentimiento anterior denuncia la escasa representatividad de la mayoría de los gobiernos árabes y la fractura entre el pueblo árabe y muchos de sus gobiernos. La tensión entre las diferencias nacionales oficializadas por las estructuras estatales y la generalizada aspiración unitaria en el pueblo, alimentada en buena parte por el ejemplo integrador de la Unión Europea. Las fronteras fueron trazadas por las potencias occidentales con líneas artificiales que llegan a separar miembros de una misma tribu, como es el caso de los pastunes, extendidos a ambos lados de la frontera entre Afganistán y Pakistán, o cortar los desplazamientos milenarios de tribus nómadas, como ocurrió con los magrebíes.
Tiene el árabe un grave problema que le quita iniciativa y le merma responsabilidad: el fatalismo determinista. Es ese un problema que compartió durante siglos con la Europa cristiana, pero el dilema de la omnisciencia divina y la libertad quedó definitivamente resuelto por Leibnitz en el siglo XVII cuando dejó clara la diferencia entre verdad y necesidad. El que ahora, querido lector, estés leyendo estas líneas no es necesario, podrías estar haciendo otra cosa, pero es verdad que las estás leyendo. El que alguien sepa que estás leyendo ésto sabe una verdad, pero no lo hace necesario; sigue siendo el tuyo un acto contingente y libre. El que Dios sepa desde toda la eternidad que ahora tú estarías leyendo ésto tampoco lo hace necesario. La omnisciencia divina ni implica determinismo ni merma la libertad. Es más, es el materialismo ateo el que implica determinismo, pues, como señaló Laplace, lo material está sujeto al mecanicismo determinista en el que todo se produce por sus causas haciéndolo predecible. Es la libertad del hombre la que permite rectificar el determinismo al actuar por fines. Por eso, la física se predice y las ciencias humanas se explican. La historia siempre se escribe a posteriori y la economía también. Muchos podrán explicar una bajada de la bolsa tras haberse producido, nadie pudo predecirla, a lo sumo, algunos podrían haberla intuido como probabilidad.
Dentro de este contexto, es innegable la confrontación entre la actual mentalidad occidental y la mentalidad árabe moderna, que se plasman en un sentimiento de recelo por parte de la mayoría de los occidentales hacia los árabes y un dilema admiración-desprecio, atracción-resentimiento por parte de una mayoría de los árabes hacia los occidentales. Nos ven descreidos, inmorales, materialistas, egoístas...y ricos. En aberrante contradicción con el versículo 5 de la sura 2 del Corán: “Ellos (los creyentes) son los que van en la dirección de su Señor y son los que tendrán éxito”, el éxito parece preferir a los que ellos consideran impíos.
La evolución de los sentimientos populares queda reflejada en la evolución de la literatura árabe tras las guerras de liberación colonial. Desde el más puro existencialismo, fruto de la frustración de las esperanzas puestas en la independencia, donde la decepción se manifiesta en angustia vital, a la crítica encubierta de los regímenes políticos hecha desde obras heroicas en contextos y escenarios históricos claramente identificadas con problemas contemporáneos, hasta las novelas realistas describiendo una amarga realidad y los ensayos sobre temas sociales, para terminar por producir una narrativa del absurdo en su formulación más kafkiana, muestra del rechazo a una realidad ingrata, para pasar a poner su esperanza en las poesias a los daños de la guerra y los cánticos islámicos revolucionarios.
Son las canciones el más fresco testimonio del sentimiento popular, en ellas, además de cantar al amor y llorarle a la muerte, vibran las proclamas a la resistencia palestina, a la unión del pueblo árabe y a la lucha como única esperanza de liberación y futuro. Incluso el chiísmo, tradicionalmente resignado y propenso a la autoflagelación y al martirio, está cambiando sus planteamientos hacia una actitud más combativa, pudiéndose vislumbrar una efervescente media luna chií, desde el sur del Líbano a Pakistán cruzando Siria, Irak, Irán y Afganistán, una comunidad de fé coordinada por Irán, donde los shiitas dejan de ser árabes. Podemos hablar de decepción, frustración, deseo de revancha y esperanza en una victoria final en la que creen que fatalmente ha de llegar con la ayuda de Dios, pues finalmente, “serán los creyentes quienes tendrán éxito”.
Respecto a las concepciones de la realidad, es notable la diferencia entre la visión árabe contemporánea y la visión occidental. Una clara discrepancia radical entre nuestras dos culturas arranca de nuestra distinta concepción de la verdad, tenemos diferentes cosmovisiones, diferencia que se ha establecido y arraigado a lo largo del siglo XX y que podríamos etiquetar como la confrontación entre relativismo y fundamentalismo.
El pensamiento occidental, muy esquemáticamente, ha pasado por tres fases que han estado marcadas por el desarrollo de la física.
En primer lugar, tuvimos el pensamiento aristotélico, que compartimos con el Islam a lo largo de la Edad Media. Para Aristóteles, la tierra era el centro del universo, un universo ordenado en esferas concéntricas que se movían con un movimiento regular y eterno. Es un universo sencillo, con cinco elementos y un lugar natural para cada cosa que explica los movimientos naturales, como la cida libre, mediante una mecánica intuitiva y fácilmente comprensible por todos. Era un universo estable, eterno, ordenado y conocido que tenía al hombre como centro y a Dios como primer motor. Como Aristóteles era filósofo, la reflexión filosófica era coherente con la concepción física del universo, por lo que tanto la metafísica, como la física, la ética y la política eran coherentes entre sí, conocidas y ampliamente asumidas. La solidez y coherencia del pensamiento aristotélico hizo que perdurase 2.000 años, durante toda la edad clásica y a lo largo del medioevo sin ser cuestionado, pues, además, en una época carente de instrumentos de gran precisión, se correspondía con lo observado en la vida cotidiana. Esta larga etapa estuvo plenamente compartida por el pensamiento europeo y el pensamiento árabe, siendo numerosas las aportaciones técnicas y científicas de los árabes al conocimiento europeo en esos siglos. Tuvo que llegar Galileo, con su nuevo telescopio, para comprender que los astros no estaban hechos de quinta esencia ni eran puros y que la tierra no estaba quieta en el centro del universo.
La edad moderna trae a Newton. Con su mecánica, la tierra deja, definitivamente, de ser el centro del movimiento celeste y se reconocen una serie de leyes universales que rigen la física en cielos y tierra. El sol es el centro del universo y Kepler ya había demostrado que las órbitas de los planetas son elípticas, hecho que Newton justifica mediante la teoría de la gravedad. Tenemos la suerte de que Kant lee a Newton, lo estudia y lo entiende, desarrollando el pensamiento crítico a partir de cuestionar la verdad de los juicios universales a priori que le plantéa la lectura de Newton. La razón se manifiesta como clave para el conocimiento de la verdad. Surgen la razón pura y el imperativo categórico. El tiempo y el espacio se vuelven formas de la sensibilidad. El hombre no es el centro, pero sabe donde está el centro. Dios y su obra son racionales y el hombre cuenta con la razón para conocerlos y saber que debe hacer. El imperativo categórico es un claro criterio moral, racional y universal. Sólo un puñado de intelectuales árabes herederos de Averroes aceptaron la crítica racional en un esfuerzo por integrar la razón y la fe abriendo el salafismo una esperanza de reconciliación entre tradición y modernidad. Tan solo un reducido grupo de intelectuales islámicos asumió la modernidad y aceptaron el pensamiento crítico. Iniciándose con la Nahda (el renacimiento) desde mediados del siglo XIX y hasta principios del XX, el esfuerzo por asimilar la modernidad y despertándose el interés por viajar y estudiar en Europa. Tahtawi volverá fascinado de París y Huda Shaarwi se quitará desafiante el jiyab en la estación de El Cairo a su vuelta de Roma. La Nahda es semejante a la revolución Maiji japonesa, pero la modernización árabe fue un movimiento más cultural y el japonés más científico. A los árabes les interesaban las formas de vida, los métodos de enseñanza y la literatura occidentales, a los japoneses, de occidente, solo les interesaba la física. La diferencia entre las consecuencias de cada enfoque fue notoria.
En Occidente la modernidad se cierra con Einstein, quien nos abre los ojos a la relatividad y deja a la humanidad a la espera de un nuevo Kant que lo entienda, lo medite y aclare las implicaciones gnoseológicas y morales de la relatividad. El problema de nuestro tiempo parte de que todos hemos oído hablar de Einstein y nos suena eso de que todo es relativo, pero pocos se han preocupado de entender lo que la relatividad física realmente significa e implica. El pensamiento occidental actual se encuentra confuso y sumido en una confrontación con el pensamiento islámico radical. El origen de esa confusión está en haber asumido como absoluto el principio de relatividad. Pensar que “todo es relativo” y pensarlo como si fuese un principio irrebatible, y como tal absoluto, lleva, desde su intrínseca contradicción, a una serie de conclusiones con traumáticas consecuencias personales y sociales.
La primera consecuencia de tomar al principio de relatividad como fundamento es que la verdad no existe, lo cual ya es una contradicción con el propio principio de relatividad, pues éste no sería verdad. Eso prueba su inconsistencia como principio radical. La siguiente implicación es la de negar toda autoridad, pues al no haber una verdad, nadie está en posición de decir lo que hay que saber ni lo que se debe hacer. Como consecuencia, tampoco hay moral y dado que todo es relativo y nadie puede decir lo que hay que hacer, todo vale. Y además, como nadie puede decir la verdad, no hay que escuchar a nadie. Tampoco los compromisos hay que cumplirlos, pues para empezar, son relativos al momento en el que se contraen, lo cual les invalida para un futuro en el que las circunstancias serán otras y nosotros mismos seremos otros. Es decir, no sólo tendemos a rechazar todo compromiso, sino que nos percibimos como carentes de identidad, dado que no somos los mismos que en el futuro seremos o antes fuimos, y, como tales, irresponsables de nuestros propios actos, ya que el autor de lo que hicimos fue otro yo, ya desaparecido, y quien deberá dar cuenta de lo que hagamos hoy será un yo que aún no existe. Las repercusiones son fatales: nada es cierto, nada tiene valor, tampoco la vida, se puede mentir, se puede matar, no hay ley ni norma, ni autoridad válida, ni palabra dada, ni responsabilidad. Todo es cuestionable y el criterio que cuenta es mi opinión personal.
Frente a ese relativismo radical, absurdo, pero generalizado en Occidente, se encuentra el fundamentalismo, no menos radical. Para el fundamentalismo, hay una verdad absoluta y conocida, textual, que hay que seguir y obedecer fiel y ciegamente, sin resquicios y sin crítica. Sólo cabe la actitud sumisa del muslím. La verdad está en el Corán y no hay otra. El dogmatismo tiene la ventaja de proporcionar seguridad, identificación con los otros creyentes y pautas de acción incuestionables. Además de evitarnos tener que reflexionar y cuestionar sobre las propias creencias, aparcando el pensamiento crítico. Una de las ventajas de llevar el jiyab es el sentimiento de fraternidad que proporciona. Nunca antes estuvo el pensamiento árabe tan distante del occidental, a diferencia de cuando, como hemos recordado, durante siglos estuvimos compartiendo una misma cosmovisión y el diálogo era mutuamente inteligible, fluido y enriquecedor. Hoy domina la incomprensión. Faltos de guía y ajenos a la verdad, nos engolfamos los occidentales por el camino de las apariencias y las opiniones personales sin estar a la altura de nuestro propio tiempo, pues no hemos comprendido a Einstein, es más: hemos retrocedido al pensamiento pre-parménico, en el que primaba la apariencia observable sobre la verdad, una verdad oculta pero accesible a la razón. Esa forma de pensar es rechazada de plano por un Islam que se afirma en el reconocimiento y aceptación de una verdad revelada, indiscutible e incuestionable. Hace ya veintiséis siglos que Parménides previno de seguir el camino de la opinión y advirtió de la conveniencia de buscar y seguir el camino de la verdad. Pero claro, si no hay verdad, no hay camino...
A nosotros nos suena ahora que el tiempo y el espacio se integran en un conjunto de dimensiones relativas. El universo carece de centro, el hombre se encuentra perdido en él y Dios, si existe, parece estar ausente del mundo. La razón se queda reducida a razón práctica y la verdad práctica se hace tecnología, de manera que es verdad lo que funciona en tanto funciona. Sólo nos podemos fiar de los aparatos. El hombre, que ha aparcado tanto la razón reveladora como la fe en lo revelado, se ha abandonado al sentimiento y al deseo, deseo que ha dejado de ser deseo de la verdad y se ha quedado en deseo de cosas. Hoy el hombre es un ser que se ha vuelto sospechoso y amenazante ante la mirada recelosa de los otros hombres. El otro, de repente, es un extraño. El alter ego ya no es el hombre, cualquier hombre, sino sólo aquel que piensa como yo tras haber asumido mi misma perspectiva. Y cuando las cosas dejan de funcionar: el coche no arranca, el ordenador no funciona o la luz se va; nos sentimos perdidos en un mundo incomprensible y hostil. En política no importa la verdad, sino la opinión de la mayoría aunque esté equivocada. En moral, de contar algo, sólo cuenta la propia opinión subjetiva. Por fortuna, como afirman los fundamentalistas, la verdad existe. Otra cosa es que, como defienden los relativistas, ninguno de nosotros esté en posesión de la verdad y todos nosotros tengamos una perspectiva relativa desde la que sólo podemos alcanzar una opinión personal desde un punto de vista parcial. Sin embargo, volviendo a la física de la relatividad, saben los físicos que las ecuaciones de Lorenz permiten conocer las propiedades del objeto observado si conocemos nuestra propia posición relativa y medimos desde ella las características aparentes que podemos observar desde nuestra perspectiva del objeto observado y transformamos nuestras observaciones aplicando Lorenz. Es decir, hay una verdad que podemos estimar, siempre y cuando seamos conscientes de nuestra propia relatividad y del carácter parcial y relativo que tienen nuestras opiniones.
Podemos ver cada uno de nosotros una imagen diferente de una silla, forjarnos, en función de esa imagen, nuestra propia opinión sobre la silla que podrá ser distinta a la opinión que de la misma silla tiene quien está sentado en ella, pero el que ninguno tengamos una visión completa de la silla no es razón para pensar que no hay silla. Hay una verdad ontológica de la silla que es la silla misma, independiente de cómo la veamos e incluso de que sea o no vista por alguien. Si no hubiese verdad, no habría realidad. Lo más curioso es que Einstein nunca dijo que “Todo es relativo”, muy por el contrario, lo que dijo es que la velocidad de la luz es una constante absoluta. La relatividad es una propiedad de la percepción, de la aperiencia, pero no atañe a la esencia de lo observado aunque, como dice Scherödinger, al observarlo lo modifiquemos, lo cual no niega que exista, sino que confirma su existencia. También alteramos toda herramienta al utilizarla y no por eso es menos real, de no modificarse, ni habría que afilar las tijeras ni que sacar punta a los lápices.
Y hay una parte de la realidad especialmente fascinante que es la realidad del otro. Es verdad que el otro, al igual que cada uno de nosotros, tampoco conoce de la realidad nada más que lo que le permite su propia perspectiva, pero sobre esa parte de la realidad que es él mismo, hemos de reconocerle que tiene una perspectiva privilegiada, pues está en el “en sí” de sí mismo. Podemos, por tanto, recuperar desde Einstein-Lorenz el valor radical de verdad que tiene el cogito de Descartes. El otro podrá ignorar muchas cosas, pero sabe lo que piensa, aunque lo que piense fuese falso. Nos cabe, por tanto, poder descubrir aspectos de la verdad del otro si dice lo que piensa y, si le escuchamos, podremos comprender que aunque lo que diga no es más que una opinión, su opinión sobre las cosas de las que habla, si habla con verdad lo que dice es la verdad de lo que opina y, como tal, un aspecto cierto de él mismo. Un daltónico podrá decir que una silla verde la ve roja, será falso que la silla es roja, posiblemente la silla no tenga en sí misma color alguno, pero será verdad que él la ve roja. Descubrir la verdad de lo opinado por el otro facilita poder descubrir nuestra propia relatividad y lo opinable de nuestras opiniones.
Surge de esto la importancia del diálogo como medio para conocer la verdad del otro y la relatividad de nuestra propia opinión para, juntos, acercarnos a la verdad del mundo. Un requisito para acercarnos a la verdad es asumir la relatividad de nuestras propias opiniones y, desde ese conocimiento, aplicar Lorenz, es decir, corregir nuestra opinión sobre la base de nuestra propia relatividad, nuestra mayor o menor cercanía (en concepto amplio) a la realidad sobre la que opinamos y la movilidad de ésta (en el más amplio sentido de cambio); asumiendo la información, también relativa, que nos proporciona el otro desde su personal perspectiva. El diálogo es inviable cuando uno de los dos se cree en posesión de la verdad y considera cualquier opinión disidente como un ataque a su propia integridad. El fundamentalismo dogmático es tan incapaz de alcanzar la verdad como lo es el relativismo absoluto. El primero, porque, al confundir su opinión con la verdad, se cree en posesión de ésta y no la busca, cometiendo, además, el grave error de ignorar la relatividad de sus opiniones, con lo que carece de un requisito básico para acercarse a la verdad. El segundo, porque al pensar que la verdad no existe, ha renunciado a buscarla.
En cualquier caso, habría que asumir por parte de Occidente la relatividad del principio de relatividad y reconocer que el desconocimiento que podamos tener de la verdad no implica su inexistencia. Hemos de redescubrir la verdad. Además, conocer la opinión del otro solo puede enriquecer la nuestra. El diálogo, la acción comunicativa como diría Habermas, sólo es posible desde la humildad del reconocimiento del relativismo personal con la esperanza de una verdad alcanzable en común mediante el mutuo enriquecimiento, mediante la comunicación, con la puesta en común de la información disponible desde las diversas perspectivas. Dada la relatividad de nuestra propia opinión, para conocer la verdad necesitamos de la opinión del otro. El dogmático debe de ser consciente de que lo que toma como conocimiento de la verdad es solo una interpretación, su interpretación de un texto, por cierto que ese texto sea.
Posiblemente, una de las causas de la desorientación radical del pensamiento actual surja de la separación entre la enseñanza científica y la enseñanza de las humanidades. El saber es uno y no hay auténtico Saber, si es un saber a medias. Es cierto que la amplitud del conocimiento y la brevedad de la vida impulsa hacia la especialización, pero eso no debe implicar la ausencia de una enseñanza media equilibrada entre las humanidades y las ciencias. Platón exigía el conocimiento de la geometría para estudiar filosofía, hoy habría que estudiar física para poder ser buen filósofo y filosofía para poder ser un buen físico. Algo que múchos físicos hacen. Nuestras diferencias con las otras formas de pensar surgen del enfrentamiento entre dos sistemas de enseñanza imperfectos, por su excesiva especialización.
Lo peor de los malosentendidos surge cuando el fundamentalismo dogmático se radicaliza sobre bases teológicas manipuladas por la política. Uno de los malosentendidos ancestrales entre Islám y Cristianismo surge de la percepción islámica de que la Trinidad implica politeísmo. Conversando sobre este problema con dos imanes yemeníes en Sanaa, llegamos al siguiente acuerdo:
• Hay un solo Dios y no hay más Dios que Dios.
• Dios se manifiesta al hombre y el hombre sólo puede conocer a Dios por sus manifestaciones.
• Una manifestación natural de Dios es como creador, manifestándose como tal en la naturaleza.
• Otra manifestación divina es en la intimidad del interior del corazón del hombre cuando éste medita buscando a Dios dentro de sí.
• La otra manifestación de Dios al hombre es en la palabra revelada como Verbo.
• El que Dios se manifieste como Creador, como Espíritu y como Verbo no implica que sean tres Dioses.
Los tres estábamos de acuerdo, pero uno de los imanes puntualizó: “Estamos de acuerdo, pero la verdadera revelación se da en el verbo del Corán.” Efectivamente, tenemos dos credos, pero es posible el diálogo.
5 comentarios:
Querido Carlos:
Yo ni puedo ni quiero hablar del pensamiento árabe, porque no lo conozco.Conozco unos pocos de los hechos de su historia pasada que como siempre están escritos por los triunfadores que no fueron ellos. Y de la historia reciente, los distintos medios de comunicación ya desinforman lo suficiente según sus inspiraciones políticas.
Pero hay otras muchas cosas en tu escrito del que si tengo opinión.
A mi me gusta mucho pensar en Dios, pero no hablar de Él. Pienso en Él porque lo busco sin descanso. No hablo de Él porque aun no lo he encontrado. Como ser infinito es inabarcable, no solo por mí sino por cualquier ser finito. El hombre es un mamífero racional; formaría parte de su soberbia convertir a Dios en Mamífero. Entiendo que es igual de soberbio hacerlo racional. Los atributos que la mayoría de las religiones ponen a Dios son una prolongación de sus limitaciones hasta una completitud irracional. Infinitamente Justo, Infinitamente Misericordioso. Designatas imprecisas en una semántica controlada por la Fe.
Pero no sabemos dejar a Dios aparte. Porque el hombre que no manipule a Dios, según decis, está abocado al suicidio.
El matemático John Conway, desarrolló un juego que el llamó "El juego de la vida" que se desarrolla en saltos de tiempo o "estadios", a partir de unas pocas leyes axiomáticas que lo definen. Es un juego fascinante, que evoluciona hacia la vida o la muerte en una cuadrícula con de unas configuraciones binarias (vida, muerte) celulares influidas por las cuádriculas que las rodean.
Según la posición inicial de unas pocas cuadriculas la vida evoluciona de una u otra manera sin ninguna intervención "divina" mas que la inicial.
Una figura que puede aparecer, la llamada "ametralladora de planeadores" se autoreproduce y genera, aparentemente sin consumo "demiúrgico" extra ilimitados "planeadores" ( otra figura estable).
Dios nos ha olvidado. El loco de Nietsche sigue buscandolo con su farol encendido.
Es obvio que el relativismo no puede ser fundamentalista.Negar el relativismo utilizando argumentos fundamentalistas es una trampa barata. La existencia de la Verdad no es el tema, sino la posibilidad de su posesión. La completitud y decidibilidad de un sistema humano que incluya un Dios manipulable por el hombre nunca será el reino de Dios, sino el de los hombres que usan a Dios en su beneficio.
Jehovah, Alá, Cristo, Mahoma, la Historia, La Dialéctica, La Materia, La Razón, La Economía, El Azar, El Plan, La Ciencia, La Tecnología, los Mercados ...
Nombres de Dios, con sus leyes propias y sus profetas propios que elaboraron las leyes de Dios.
A mi me hace mucha gracia la existencia de la llamada segunda ley de Dios (Moises)
" No usarás el santo nombre de Dios en vano"
¿A que se referirán?
El relativismo se refiere un poco mas a las ideas del Conde Korzybsky y su "Semantica General" en la que se afirma que el mapa no es el territorio, la palabra no es la cosa, y el conocimiento no puede ser nunca completo.
A partir de ahi, Antonio Machado:
Tu verdad, No.
La Verdad, y ven conmigo a buscarla
la tuya quedatelá.
Un abrazo Carlos.
Querido Carlos:
Acabo de decir que no me gusta hablar de Dios, pero aun me gusta menos oír hablar a los hombres de Dios, con la certeza de que es cosa suya.
A mi me gustaría saber si los acuerdos que toman las personas sobre Dios, también le obligan a Él.
1º No hay mas Dios que Dios.
Para que Dios deje de ser una palabra de razón y se convierta en una realidad para el hombre, es necesario que tenga unos atributos. Si esos atributos los crea el hombre, no son divinos, son humanos. Ese Dios es por tanto la proyección de Dios sobre el hombre. Incompleto. No es Dios.
2º.- Dios se expresa mediante su creación.
Desde luego que si. Pero volvemos a lo mismo. La naturaleza es muy grande. Universos y miles de universos. Seres vivos y miles de millones de seres vivos.
Pero alguno de esos seres que apenas tiene un poco mas de complejidad en su sistema nervioso que un caracol, pretende definir y limitar las maneras en que se expresa Dios. Y decide interpretarlas a partir de su ambición. Demasiada soberbia para tan poco valor.
Pero exigen la humildad de los demás para aceptar al Dios que solo les habla a ellos.
3º.- Dios se expresa en el interior de las personas. Cierto pero las personas solo perciben parte de la frecuencia en la que se expresa Dios. La parte vinculada a la moral y las buenas costumbres. Vinculada al concepto de Verdad que tenga esa persona. Es un Dios dialogante y no trascendente.
4º.- El Verbo Divino. Invención de los sacerdotes para imponer su política. Trampa de Satanás para convencer a los hombres de la negatividad de Dios.
En ese aspecto, la Biblia hebrea, el Corán, o los Evangelios, son mitos, discursos políticos elaboradas en nombre de Dios pero sin su participación.
Tendrán algunas cosas buenas, no lo niego, pero no en su mayoría. Y todas las barbaridades que se han cometido y aun se cometen en su nombre están en el debe de los que justifican las guerras y martirios de herejes, en nombre de Dios.Su único , verdadero y arbitrario Dios. Ese que les permite atar en el Cielo lo que dejen atado y bien atado en la tierra.
Después de XXI siglos de teología cristiana y no cuantos de Antiguo Testamento queda poco por decir
Sobre la verdad estoy trabajando en dos artículos relacionados que te haré llegar cuando los termine
A las citas sobre la Semántica General sobre la diferencia entre referente y referencia, habría que añadir el titulo del cuadro es Magrit: “Esto no es una pipa”
Querido Carlos:
En mi pasada juventud (aunque no muy lejana) he sido un entusiasta lector de Raymond Smullyan, de Ian Stewart, y de Douglas Hofstadter. su libro G.E.B. a pesar de mi duro oido y desconocimiento musical, fue durante un tiempo una especie de libro de las horas para mi.
He llegado a la concluisión de que para el ser humano, la Verdad es totalmente autorreferencial de si mismo.
El cuadro de Margrit, con su título dentro del mismo cuadro, y la serie de reflexiones en cascada que el cuadro propone a través del dibujo, la frase, y las palabras "esto" y "pipa" convierte el cuadro ( no olvidemos el surrealismo de Margrit) en una especie dialéctica figurativa.
El determinismo teológico (القدر ) dificulta las iniciativas y la innovación. El razonamiento de Leibniz sobre el determinismo teológico debiera ayudar al pueblo árabe a sumir el cambio sin temor a perder su identidad o su fe.
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