Nuestro continente ha conocido sucesivos intentos de unificación: los de Cesar, Carlomagno y Napoleón entre otros. Se buscaba unificarlo por la fuerza de las armas, por la espada. Nosotros intentamos unificarla por la pluma... la base de nuestro éxito de hoy es la libre elección de los pueblos de Europa para organizar su futuro común.
V.Giscard d´Estaing. Aix la Chapelle, 29 mayo 2003.
Según los tratados , la Unión Europea es un proyecto de futuro, que se concibe como “el proceso creador de una unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa”. Los tratados también hablan de afirmar la identidad europea, pero uno de los problemas más difíciles que reiteradamente se plantea en el debate permanente sobre el futuro de Europa es el encontrar una definición de Europa. Para muchos, es mera cuestión de geografía, pero no saben dónde poner las fronteras, para otros es un concepto cultural intuido pero indefinido.
Se dice que la Unión Europea es una unión de mercaderes en busca de incrementar sus beneficios, cuando la realidad es que el principal objetivo de la Unión es asegurar la paz en seguridad. La prosperidad y el desarrollo son una consecuencia de la paz. De poco sirve producir más, si los unos se dedican a destruir lo que los otros hacen y tienen. El gran logro de la Unión Europea ha sido institucionalizar el diálogo, un diálogo en el que se empezó hablando de carbón y de acero, pero, sobre todo, un diálogo que ha permitido constituir un nosotros capaz de debatir otros temas y de acometer juntos nuevos proyectos en común.
Producto de la historia de los estados y los pueblos que la integran, Europa se constituye como una nueva entidad como resultado de integrar un nosotros trans-nacional. La Unión Europea es un ente plural, pudiendo afirmar que “La Unión Europea somos nosotros, los europeos”.
Un Nosotros institucionalizado y abierto a la incorporación de otros Tús. Todo nosotros se configura mediante la transformación de algún otro en un tú, lo cual se logra mediante el mutuo conocimiento a través de un diálogo franco y sostenido, afianzándose mediante el trato, la convivencia y el desarrollo de proyectos comunes. Lo característico de la Unión Europea no son sus rasgos culturales comunes (ambiguamente definidos), ni su geografía (con discutibles fronteras), sino haber institucionalizado el diálogo entre sus estados miembros.
Künkel defiende la tesis de que la evolución desde el Yo egoísta al Nosotros solidario es el camino de la madurez emocional y la salud mental. A un lado quedan la histeria de quienes entienden al Nosotros como un gran Yo, queriendo imponer su criterio a los demás, permaneciendo ajenos y extraños a todos porque nadie les escucha y terminar por estar enfrentados a todos los marginados por esa forma de actuación dominante y discriminatoria. Al otro lado queda la neurosis de quienes ven en los otros una amenaza de la que se defienden compulsivamente, aislándose en sí mismos, sin escuchar a nadie. Ninguno de ellos llegarán a configurar un Nosotros maduro y saludable, por falta de diálogo, ya sea porque no se les escucha o porque no saben escuchar.
Si escuchamos a Künkel, hemos de interpretar la Unión Europea como el resultado de la maduración histórica de los pueblos de Europa y prueba de recuperación de su salud mental, tras siglos de enajenación belicista. A un lado quedaría la tentación prepotente y psicópata imperialista y al otro la tentación narcisista y neurótica nacionalista.
Künkel advierte también de que hay dos modos de participar en un nosotros: al modo infantil, inmaduro del niño que busca protección en el nosotros materno-filial, con la esperanza de que ese nosotros le satisfaga todas sus necesidades, y el modo adulto, maduro del padre que busca satisfacer las necesidades de todos. J. F. Kennedy lo entendió muy bien cuando dijo a sus conciudadanos: “No preguntéis que puede hacer vuestro país por vosotros, sino preguntaros que podéis hacer vosotros por vuestro país”. Sería cuestión de que los estados, sean ya miembros o candidatos, y los ciudadanos, nos preguntemos por lo que podemos hacer por Europa sin preocuparnos tanto de lo que Europa pueda hacer por nosotros. Actuemos todos desde la configuración de un nosotros maduro, sano, solidario y fraterno, que permita una puesta en común de las necesidades y los recursos, para la búsqueda en común de los remedios.
Durante siglos, los pueblos europeos han padecido la guerra y el hambre. Los jinetes del Apocalipsis han estado cabalgando libremente por los campos de Europa, aniquilando a unos, empobreciendo a otros y empujando a poblaciones enteras a la emigración. Durante siglos, América ha abierto sus brazos generosos a millones de emigrantes hambrientos y derrotados que llegaban a sus costas en busca de una patria nueva que les acogiese, ofreciese trabajo y permitiese aspirar a un futuro mejor. Pero tras la segunda gran guerra, los que se quedaron entre las ruinas de la devastada Europa, bajo la amenaza soviética y con la ayuda americana, tomaron la iniciativa de emprender un nuevo rumbo en paz por el camino del diálogo, la colaboración y la concordia. Los padres fundadores de la Unión Europea no pusieron el énfasis en la economía, sino en la paz. En todos los borradores que se conservan de la declaración Schuman, entre las frases y términos que se alteran de un borrador a otro, hay dos palabras que permanecen en todas las versiones: paz y diálogo.
Según el artículo 2 del título I del Tratado de la Unión Europea (TUE), podemos ver que la Unión Europea es un proceso para “desarrollar y mantener un espacio de libertad, seguridad y justicia”, en el que se garanticen la libre circulación de personas, la protección de los derechos e intereses de los nacionales de los Estados miembros (como el derecho a la libertad de expresión y la libertad de residencia), se estimule el progreso económico, se afirme la identidad europea y se mantenga la integridad del acervo comunitario. El Capítulo IV, en su Sección primera, se concreta ese espacio de libertad, seguridad y justicia sin decir nada más sobre qué es la Unión, quedando, por tanto, definida como “un espacio”.
En el artículo aludido del TUE, se habla de afirmar la identidad europea “mediante la realización de una política exterior y de una seguridad común”. Con ello no se dice ni quienes somos los europeos ni qué es Europa, dejando pendiente el contenido de la identidad que se quiere afirmar, dándola por supuesta. Se hace referencia a “los ciudadanos de los Estados miembros” y se deja asumir que europeos son los que viven en Europa, pero identificar la identidad con el territorio es confundir el ser con el estar y el quién con el dónde.
Culturalmente, Europa se caracteriza por siete rasgos culturales: Tradición judeo-cristiana, filosofía griega, derecho romano-germánico, tecnología científica, ciencia empírica, economía de mercado y democracia parlamentaria. Pero dado que Europa es madre de pueblos, eso mismo se puede decir de cualquier nación americana, de Australia, de Filipinas , de Cabo Verde, de Nueva Zelanda o de tantos otros estados, grandes y pequeños, atlánticos o pacíficos, coherederos de nuestra herencia cultural.
En efecto, en ese intento de definición cultural encajan tanto los americanos del norte como los del sur, junto con otros muchos en todos los continentes, mientras que, Asia a un lado, al otro Europa, se deja fuera a Turquía, y con Turquía a Estambul. ¿Puede Constantinopla resignarse a no ser europea? Quizás proceda reformular la anterior definición de raíces ortegianas, afirmando la tradición bíblico monoteísta de Europa, permitiendo así incluir en la definición tanto a Turquía como a Albania, a Bosnia y a Bulgaria.
La realidad física de Europa, su materialidad, la encontramos en sus ciudadanos, su geografía, sus recursos, sus instituciones, sus infraestructuras, su arte... mientras que la esencia de la Unión está constituida como intención de ser lo que se es, como resultante de las voluntades de todos los europeos, expresada formalmente en la constitución, por lo que la forma de Europa es jurídica y su estructura normativa e institucional. De ahí la importancia de contar cuanto antes con una constitución. A sabiendas de que el concepto geográfico de Europa no se corresponde exactamente con las fronteras políticas de la Unión Europea, podría definirse Europa, geográficamente, como el subcontinente europeo y las islas de los mares adyacentes, habría que delimitar al este las fronteras del subcontinente y enumerar las islas al sur y el oeste, pues posiblemente las Canarias no cualificarían, mientras que tanto ellas como las islas de Reunión, Guadalupe y Martinica forman parte de la Unión. ¿Está Chipre en Europa? ¿Están Islandia o Groelandia? ¿Es el océano finisterre o plus ultra europeo?
¿Qué es la Unión Europea? Trataremos de contestar en próximos artículos
V.Giscard d´Estaing. Aix la Chapelle, 29 mayo 2003.
Según los tratados , la Unión Europea es un proyecto de futuro, que se concibe como “el proceso creador de una unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa”. Los tratados también hablan de afirmar la identidad europea, pero uno de los problemas más difíciles que reiteradamente se plantea en el debate permanente sobre el futuro de Europa es el encontrar una definición de Europa. Para muchos, es mera cuestión de geografía, pero no saben dónde poner las fronteras, para otros es un concepto cultural intuido pero indefinido.
Se dice que la Unión Europea es una unión de mercaderes en busca de incrementar sus beneficios, cuando la realidad es que el principal objetivo de la Unión es asegurar la paz en seguridad. La prosperidad y el desarrollo son una consecuencia de la paz. De poco sirve producir más, si los unos se dedican a destruir lo que los otros hacen y tienen. El gran logro de la Unión Europea ha sido institucionalizar el diálogo, un diálogo en el que se empezó hablando de carbón y de acero, pero, sobre todo, un diálogo que ha permitido constituir un nosotros capaz de debatir otros temas y de acometer juntos nuevos proyectos en común.
Producto de la historia de los estados y los pueblos que la integran, Europa se constituye como una nueva entidad como resultado de integrar un nosotros trans-nacional. La Unión Europea es un ente plural, pudiendo afirmar que “La Unión Europea somos nosotros, los europeos”.
Un Nosotros institucionalizado y abierto a la incorporación de otros Tús. Todo nosotros se configura mediante la transformación de algún otro en un tú, lo cual se logra mediante el mutuo conocimiento a través de un diálogo franco y sostenido, afianzándose mediante el trato, la convivencia y el desarrollo de proyectos comunes. Lo característico de la Unión Europea no son sus rasgos culturales comunes (ambiguamente definidos), ni su geografía (con discutibles fronteras), sino haber institucionalizado el diálogo entre sus estados miembros.
Künkel defiende la tesis de que la evolución desde el Yo egoísta al Nosotros solidario es el camino de la madurez emocional y la salud mental. A un lado quedan la histeria de quienes entienden al Nosotros como un gran Yo, queriendo imponer su criterio a los demás, permaneciendo ajenos y extraños a todos porque nadie les escucha y terminar por estar enfrentados a todos los marginados por esa forma de actuación dominante y discriminatoria. Al otro lado queda la neurosis de quienes ven en los otros una amenaza de la que se defienden compulsivamente, aislándose en sí mismos, sin escuchar a nadie. Ninguno de ellos llegarán a configurar un Nosotros maduro y saludable, por falta de diálogo, ya sea porque no se les escucha o porque no saben escuchar.
Si escuchamos a Künkel, hemos de interpretar la Unión Europea como el resultado de la maduración histórica de los pueblos de Europa y prueba de recuperación de su salud mental, tras siglos de enajenación belicista. A un lado quedaría la tentación prepotente y psicópata imperialista y al otro la tentación narcisista y neurótica nacionalista.
Künkel advierte también de que hay dos modos de participar en un nosotros: al modo infantil, inmaduro del niño que busca protección en el nosotros materno-filial, con la esperanza de que ese nosotros le satisfaga todas sus necesidades, y el modo adulto, maduro del padre que busca satisfacer las necesidades de todos. J. F. Kennedy lo entendió muy bien cuando dijo a sus conciudadanos: “No preguntéis que puede hacer vuestro país por vosotros, sino preguntaros que podéis hacer vosotros por vuestro país”. Sería cuestión de que los estados, sean ya miembros o candidatos, y los ciudadanos, nos preguntemos por lo que podemos hacer por Europa sin preocuparnos tanto de lo que Europa pueda hacer por nosotros. Actuemos todos desde la configuración de un nosotros maduro, sano, solidario y fraterno, que permita una puesta en común de las necesidades y los recursos, para la búsqueda en común de los remedios.
Durante siglos, los pueblos europeos han padecido la guerra y el hambre. Los jinetes del Apocalipsis han estado cabalgando libremente por los campos de Europa, aniquilando a unos, empobreciendo a otros y empujando a poblaciones enteras a la emigración. Durante siglos, América ha abierto sus brazos generosos a millones de emigrantes hambrientos y derrotados que llegaban a sus costas en busca de una patria nueva que les acogiese, ofreciese trabajo y permitiese aspirar a un futuro mejor. Pero tras la segunda gran guerra, los que se quedaron entre las ruinas de la devastada Europa, bajo la amenaza soviética y con la ayuda americana, tomaron la iniciativa de emprender un nuevo rumbo en paz por el camino del diálogo, la colaboración y la concordia. Los padres fundadores de la Unión Europea no pusieron el énfasis en la economía, sino en la paz. En todos los borradores que se conservan de la declaración Schuman, entre las frases y términos que se alteran de un borrador a otro, hay dos palabras que permanecen en todas las versiones: paz y diálogo.
Según el artículo 2 del título I del Tratado de la Unión Europea (TUE), podemos ver que la Unión Europea es un proceso para “desarrollar y mantener un espacio de libertad, seguridad y justicia”, en el que se garanticen la libre circulación de personas, la protección de los derechos e intereses de los nacionales de los Estados miembros (como el derecho a la libertad de expresión y la libertad de residencia), se estimule el progreso económico, se afirme la identidad europea y se mantenga la integridad del acervo comunitario. El Capítulo IV, en su Sección primera, se concreta ese espacio de libertad, seguridad y justicia sin decir nada más sobre qué es la Unión, quedando, por tanto, definida como “un espacio”.
En el artículo aludido del TUE, se habla de afirmar la identidad europea “mediante la realización de una política exterior y de una seguridad común”. Con ello no se dice ni quienes somos los europeos ni qué es Europa, dejando pendiente el contenido de la identidad que se quiere afirmar, dándola por supuesta. Se hace referencia a “los ciudadanos de los Estados miembros” y se deja asumir que europeos son los que viven en Europa, pero identificar la identidad con el territorio es confundir el ser con el estar y el quién con el dónde.
Culturalmente, Europa se caracteriza por siete rasgos culturales: Tradición judeo-cristiana, filosofía griega, derecho romano-germánico, tecnología científica, ciencia empírica, economía de mercado y democracia parlamentaria. Pero dado que Europa es madre de pueblos, eso mismo se puede decir de cualquier nación americana, de Australia, de Filipinas , de Cabo Verde, de Nueva Zelanda o de tantos otros estados, grandes y pequeños, atlánticos o pacíficos, coherederos de nuestra herencia cultural.
En efecto, en ese intento de definición cultural encajan tanto los americanos del norte como los del sur, junto con otros muchos en todos los continentes, mientras que, Asia a un lado, al otro Europa, se deja fuera a Turquía, y con Turquía a Estambul. ¿Puede Constantinopla resignarse a no ser europea? Quizás proceda reformular la anterior definición de raíces ortegianas, afirmando la tradición bíblico monoteísta de Europa, permitiendo así incluir en la definición tanto a Turquía como a Albania, a Bosnia y a Bulgaria.
La realidad física de Europa, su materialidad, la encontramos en sus ciudadanos, su geografía, sus recursos, sus instituciones, sus infraestructuras, su arte... mientras que la esencia de la Unión está constituida como intención de ser lo que se es, como resultante de las voluntades de todos los europeos, expresada formalmente en la constitución, por lo que la forma de Europa es jurídica y su estructura normativa e institucional. De ahí la importancia de contar cuanto antes con una constitución. A sabiendas de que el concepto geográfico de Europa no se corresponde exactamente con las fronteras políticas de la Unión Europea, podría definirse Europa, geográficamente, como el subcontinente europeo y las islas de los mares adyacentes, habría que delimitar al este las fronteras del subcontinente y enumerar las islas al sur y el oeste, pues posiblemente las Canarias no cualificarían, mientras que tanto ellas como las islas de Reunión, Guadalupe y Martinica forman parte de la Unión. ¿Está Chipre en Europa? ¿Están Islandia o Groelandia? ¿Es el océano finisterre o plus ultra europeo?
¿Qué es la Unión Europea? Trataremos de contestar en próximos artículos
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